domingo, octubre 21, 2007

Ramon Perez Maura, Un matriomonio y un destino

domingo 21 de octubre de 2007
Un matrimonio y un destino

RAMÓN PÉREZ-MAURA
Martin tenía 51 años en el momento del matrimonio. En cambio, estaba mucho más cerca de Cecilia el oficiante de la ceremonia y alcalde de Neuilly-sur-Seine, la afluente localidad de los suburbios parisinos donde se casaron. Nicolas Sarkozy contaba 29 años. Sólo ellos pueden saber cuándo sintieron la primera atracción. No dejaría de tener atractivo literario que en el transcurso de aquella ceremonia civil ya surgiera algo, una chispa.
Dicen quienes mejor les conocen que en realidad la llama no prendió hasta que volvieron a encontrarse tres años más tarde. Sarkozy estaba casado con Marie-Dominique Culioli desde 1982 y tenía dos hijos. Cecilia ya había engendrado otros dos hijos con su marido. La relación fue haciéndose intensa a fuego muy lento. Al fin, en 1996 consumaron sus respectivos divorcios y se casaron con presteza. Seis meses más tarde nacería su único hijo en común, Louis.
La altura de Cecilia siempre ha contrastado con la más modesta estatura del hoy presidente de la República. Los genes rusos y españoles de ella dieron ese acentuado rasgo frente a las raíces húngaras y judías de Sarkozy. Nunca antes una pareja presidencial había tenido menos sangre francesa en sus venas. Y quizá por eso, en los primeros tiempos de este formidable tándem político, cuando ella era la cancerbera de su despacho, gustaba reflejarse en otro espejo extranjero: «Cuando lleguemos al Elíseo, jugaremos a ser los Kennedy», dicen que dijo. Sin duda nunca pretendió que el juego conllevara la muerte del presidente. En cambio, es ella la que ha muerto, civilmente, a los cinco meses de llegar al Elíseo. ¿Descansará en paz?
Sorprende pensar cómo una persona como ella, que ha logrado rodear al presidente Sarkozy de personas de su entera confianza, no ha logrado reservarse para sí el lugar privilegiado. Los insondables recovecos de una relación matrimonial hacen imposible comprender cómo podía lanzar o quebrar carreras políticas, cómo su consejo podía ser imprescindible en los más variados frentes y al mismo tiempo haber roto la intimidad familiar hasta el punto del no retorno.
Quizá no haya mejor ejemplo de su influencia en el actual Consejo de Ministros francés que Rachida Dati, la ministra de Justicia de origen marroquí con hermanos con cuentas pendientes con la Justicia que ella dirige. Rachida es una de las mejores amigas de Cecilia. O quizá sea más exacto decir que lo fue hasta que la colocó en el Gobierno. Quién sabe si los papeles que se le han espiado al presidente, saliendo de reuniones gubernamentales, no contenían mensajes muy personales de la ministra. Quién sabe lo que puede representar una ruptura de dos amigas íntimas.
Las peripecias (extra)matrimoniales de los presidentes de la V República nunca han sido aireadas en los grandes medios de comunicación. Ni amantes, ni concubinas, ni descendencia ilegítima, que de todo ha habido. Pero éste era un matrimonio diferente. La ambición presidencial de Sarkozy era trompeteada al país cada día. Y ni siquiera la muy activa Danielle Mitterrand, abanderada de todas las causas equivocadas que en el orbe terráqueo hubiera, llegó a tener nunca -y no sería por falta de ganas- la presencia pública que Cecilia se había dado a sí misma desde que empezó a guardar la puerta del despacho de ministro del Interior, Nicolas Sarkozy.
Con esos mimbres, nuevo cesto. En 2005, «Paris Match» fulminó la norma no escrita y publicó en portada elocuentes instantáneas de la escapada, allende los mares, de Cecilia con Richard Attias, quizá presente todavía. A los elementos morbosos que se pueden adivinar tras el aparente naufragio del matrimonio -«eran la pareja perfecta», «ella le controlaba en todo, pero no parece que él la controlara a ella», «se ha largado con el que le llevaba la imagen a él; ahora se la va a tener que retocar mucho...»- hubo que sumar muy pronto elementos mucho más serios. El dueño de la publicación, Arnaud Lagard_re, uno de los muchos amigos influyentes de Sarkozy, despidió al director de la revista en cuestión de días. Ni siquiera intentó disimular cuál era la causa de la defenestración. Pero el Elíseo puede ser la única razón de vivir. Incluso para un consorte. Había que salvar toda brecha. Y cabe creer que los dos buscaron una sincera reconciliación.
Podían haberse exhibido paseando por los Campos Elíseos. Podían haber ido a la Ópera en París. Podían haberse escapado un fin de semana al Hotel du Palais de Biárriz. No. Tuvo que ser un reportero gráfico de ABC el que los ubicara en la plaza de toros de la Maestranza de Sevilla un 11 de junio de 2006 asistiendo a una novillada. No podía ser una exposición pública buscando réditos. Era demasiado sutil. O ¿tal vez se hizo así con ese fin?

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