martes, octubre 09, 2007

Patxi Andion, Che, Che, Che

miercoles 10 de octubre de 2007
Che, Che, Che Patxi Andión

La sociedad civil se pregunta por los vericuetos por los que transitan los mitos. Los pasadizos umbrosos de la magia y la imaginería popular por los que se deslizan en las alfombras voladoras de las leyendas y la trova, los bustos elegidos por la gloria de todos para ser referenciados en el altar de las preferencias, las oraciones telúricas, las fórmulas secretas e ignotas que determinan su carácter único. A la sociedad civil le preocupan, con razón, las cosas de la generalía sentimental. Aquellas confluencias desconocidas en las que se siente de pronto la presencia omnímoda de los rostros que la gleba ha decidido de manera libérrima elevar al olimpo del recuerdo imborrable. Y la sociedad civil se pregunta por los mecanismos desplegados por la voz popular para hacer llegar el mensaje a tanta gente y en el mismo tiempo. Como si en verdad fuera un sentimiento preinstalado en la mente de todos, que, de pronto, se revela y como una anunciación objetiva, los ciudadanos libres la reconocen y enarbolan desde ese mismo instante común.
Lo que sucede es que la sociedad civil, muchas veces, peca de ingenua y aun cree en las razones históricas, aquellas que siempre tienen más de históricas que de razones. Pero no. No obtiene respuestas convincentes, a lo sumo, algún orate interesado propone su propia lógica que, cogida de las hojas, puede convertirse en rábano sociológico a poco que se empeñen los medios.
Sucedió en los ribazos entre 1967 y 1968. Nos juntamos tres tipos con ganas de subirnos a la voz de los demás. José Agustín Goytisolo, Javier Aguirre y un servidor. Se trataba, naturalmente, de aventurarnos juntos en nuestra compartida y universal fascinación por la figura de Ernesto “Che” Guevara. José Agustín compuso un poema como un arma, en la senda de Miguel Hernández.
Nunca la paz o el sueño, que tenga usted.Será como el gran sueño que tuvo él. Y ni la misma casa que tenga usted Será la casa el mundo que quiso él. Proteste, escriba o cante. Sépalo usted: Fúsil en mano, el poeta solo era él.
Un servidor compuso la música y grabó la canción que sirvió de banda sonora del cortometraje que escribió y dirigió magníficamente Javier Aguirre. Desde ahí, todo cabalgó a lomos desbocados de la repetición trismegista del apodo universal y hoy sigue viéndose en los cineclubes con la vigencia de las cosas despertadas en la conciencia civil.
“Che” es aún la encarnación del mito más duradero del siglo XX, muy por encima de algunos que le acompañaron en la imaginería popular. Y su rostro adivinado se asoma por las camisetas de los top-model hasta la dazibaos tercermundistas. Los telediarios y especiales informativos nos acercan de nuevo su particular pasión y muerte y sus ojos permanecen abiertos mirando todo el mundo desde aquella pietá compuesta por un sargento primero del ejército boliviano en la lavandería de la escuela perdida, y al igual que en el poema, la canción y el cortometraje, el eco devuelve su nombre tres veces. Negándose a morir.
Respiran las fotos por los agujeros de bala, pero no hay súplicas para los párpados. Octubre

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