jueves, octubre 18, 2007

Miguel Martinez, Emilio Calatayud, Juez de Menores

jueves 18 de octubre de 2007
Emilio Calatayud, Juez de Menores
Miguel Martínez
C UANDO comprobamos que otros coinciden con nosotros en nuestra manera de interpretar las normas y escuchamos en ellos frases que nosotros mismos solemos pronunciar, máxime cuando esas frases no siempre se ajustan a lo considerado como políticamente correcto, nos alegramos y nos sentimos aliviados pensando que quizás no seamos especimenes tan raros como creíamos. Si aquél con el que coincidimos es el Juez de Menores de Granada, Emilio Calatayud, y si tenemos además la suerte de disfrutar de alguna de sus participaciones en conferencias y debates -se lo recomiendo efusivamente a aquellos de mis queridos reincidentes que sean padres- nos sentimos especialmente bien, alegrándonos de estar de acuerdo con personas que rebosan sentido común, como ocurre en el caso de este magnífico juez. Gracias a las nuevas tecnologías, ya no es imprescindible que nos desplacemos a Granada para escuchar las geniales ponencias de Emilio Calatayud, basta con que tecleemos su nombre en Youtube, o que le preguntemos por él a mi sabio amigo Google, para tener a nuestra disposición varios vídeos de diversas intervenciones de este juez en las que llama a las cosas por su nombre, cosas que los padres necesitamos saber. Porque coincidirán con él -y por tanto conmigo- en que los que ya peinamos canas sufrimos cierta sensación de desconcierto a la hora de educar a nuestros hijos, además de tener el convencimiento de que con nuestros hijos se nos plantean problemas que a nuestros padres -cuando éramos nosotros los hijos- no se les planteaban; y con la mejor intención, y con la noble voluntad de educar a nuestros hijos mejor de lo que fuimos educados nosotros -craso error, pues es ahora cuando nos damos cuenta de que fuimos educados mucho mejor de lo que entonces pensábamos- tendemos en numerosas ocasiones a ser amigos antes que padres y colegas antes que educadores. Y aquí plagio al juez Calatayud: “si yo paso a ser colega de mis hijos, ya no soy su padre, luego los dejo huérfanos”. Nuestros hijos ya tienen muchos colegas, pero no tienen más padres que nosotros mismos. Quizás nosotros sepamos ser sus colegas, pero… ¿sabrían sus colegas ejercer de padres? Y es que, cuando uno mira a su alrededor, observa que abundan menores consentidos, a los que jamás se les dice que no y a los que se les permite hacer lo que les viene en gana, en aras a una tolerancia que no siempre es bien interpretada por el menor. Los padres debiéramos saber decir que no a nuestros hijos: “Mira, hijo, yo te quiero mucho, pero en esto he de decirte que no”, aunque a veces resulte infinitamente más fácil, y nos sea muchísimo más cómodo, decir que sí y ocupar ese tiempo que debiéramos invertir en razonarles nuestra negativa de manera que lo entiendan –lo que en definitiva es educarlos- a llevar un recuento de las musarañas del techo o en informarnos, mediante los programas de telecaca, de si la novia de Borja Tyssen le puso o no los cuernos al muy hijo de Tita. Y es que esto de ser padres se lo tiene uno que currar muy mucho, con el inconveniente de que -plagio de nuevo al Juez- hemos estudiado para otra cosa, y no para ser padres. Una de esas frases pronunciadas por el juez Calatayud, que un servidor identifica como propia y que utiliza a menudo con los amiguetes, en esas amenas discusiones de sobremesa, entre café y copita, cuando se trata del recurrente tema de “esta juventud”, es la de “si a mí me daba un bofetón el maestro y se lo contaba a mi padre, recibía otra torta de mi padre que argumentaba: “algo habrás hecho tú para merecerla”, mientras que ahora si el niño le dice al padre que lo han expulsado de clase, el padre se agarra al niño y se va a por el profesor para montarle, delante del crío, un pollo de órdago por haber osado expulsar a la criatura”. Luego pretenderemos que el niño vea al profesor como alguien a quien ha de respetar, no ya por lo que sabe y puede enseñarle, sino por lo que es. No obstante, el mérito de este juez no es -ni muchísimo menos- coincidir con quien les escribe en sus teorías de cómo los padres debieran ejercer la patria potestad, el mérito de este hombre, que trabaja mucho -excede holgadamente del número de sentencias que es considerado como aceptable por el Consejo General del Poder Judicial- es que además trabaja bien, pues sus sentencias -imaginativas e incluso chocantes- buscan que el condenado tome consciencia de lo que ha hecho, imponiéndoles, además, medidas que ayudan a su resocialización. Así, ha condenado a jóvenes delincuentes a aprender a leer y a escribir para evitar su entrada en el reformatorio -alguno, analfabeto, lo ha conseguido en dos meses-; a otros, a obtener el Graduado Escolar: “o lo obtienen por lo civil -afirma en una de sus ponencias- o lo consiguen por lo criminal”; ha enviado a niños pijos, acusados de vandalismo, a servir la comida en un centro de indigentes; a autores de delitos contra la seguridad en el tráfico a atender a los que han quedado paralíticos a causa de un accidente; a un chorizillo de pueblo, que traía locos a los vecinos y a la policía con sus trastadas, a patrullar junto a un policía local para que viera las cosas desde el otro lado; al pirómano a trabajar junto a los bomberos; al que ha protagonizado una agresión racista a atender a los inmigrantes que llegan en patera; a la jovencita a la que en Navidad pillan robando caprichitos en unos grandes almacenes a pasar las vacaciones navideñas colaborando en la recogida de juguetes para aquellos niños a los que nadie hace regalos; a los que agarran haciendo pintadas a borrarlas empleando papel de lija; y a un “hacker” informático a emplear 100 horas dando cursos de informática a principiantes...¿Qué es eso sino justicia? Otra afirmación de recibo “Cada plaza de internamiento cuesta unas 40.000 pesetas diarias. Con ese dinero se podrían pagar a muchos pedagogos y educadores... Porque, aunque estamos en un Derecho coercitivo, en nuestra actuación no debe haber ánimo de venganza. Si son moldeables para lo malo también lo son para lo bueno”. ¿No les parece genial? Defiende el juez en sus discursos que no podemos achacar a la sociedad todos nuestros problemas, “porque la sociedad es usted, soy yo, y somos todos nosotros”. La frase es de una lógica aplastante. Y ya, puestos a plagiarle frases al juez Calatayud, me van a permitir que también les transcriba un párrafo de una entrevista que mi paisano, Víctor Amela , hizo a este juez: “Al día siguiente me paseo por el Museo del Sacromonte y el taquillero me pregunta: "¿Es usted periodista? Le vi ayer hablando con el juez Calatayud...". Asiento. "No sabe usted lo que ese hombre ha hecho aquí por muchos chicos. ¡Ha hecho tanto por Granada...! Ese hombre es muy importante, puede decirlo". Por si fuera poco, en Granada, las cifras de delincuencia juvenil bajan año tras año. En virtud del artículo 14 de nuestra Constitución -el de la igualdad- sería de justicia que en todos los Juzgados de Menores de este país tuviéramos jueces tan currantes y tan implicados como don Emilio Calatayud. Señores jueces y magistrados, tomen ustedes nota y que cunda el ejemplo. Señores padres, ídem de ídem.

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