miércoles, octubre 10, 2007

Miguel Martinez, 9-11. Loose Change (II)

jueves 11 de octubre de 2007
9-11. Loose Change (II)
Miguel Martínez
L ES comentaba la semana anterior a mis queridos reincidentes -y a los que, sin serlo, leyeran aquel artículo- los datos desvelados por el documental norteamericano “9-11. Loose Change”, que ponen en duda -cuando no directamente contradicen- la versión oficial sobre lo que ocurrió el día 11 de septiembre de 2001 en relación a los atentados de Nueva York y Washington. Les transcribía una serie de chocantes casualidades dadas a conocer en el citado documental, que desembocaron en lo que conocemos como el más salvaje atentado vivido en suelo norteamericano. Me van a permitir mis queridos reincidentes que les siga transmitiendo el resto de sorprendentes datos en base a los cuales este documental fundamenta sus hipótesis. “9-11. Loose Change” también pone en duda que lo que se estrellase en el Pentágono fuese un Boeing 757. Sustentan esta afirmación en diversos datos, ciertas especulaciones y algunas suposiciones: Según las opiniones de expertos recogidas en el film, resulta del todo inverosímil que Hani Hanjour -el terrorista identificado como piloto en la versión oficial-, piloto inexperto que sólo había recibido un cursillo para volar en avionetas monomotor, con escasas horas de práctica en una Cesna 172, y verdaderos problemas para conseguir aterrizar esa simple avioneta, según declara su instructor en el documental, consiga llevar a cabo una espectacular maniobra consistente en un giro de 330 grados, a una velocidad de 850 Km/h, mientras desciende 2100 metros en dos minutos y medio, para estrellar el vuelo 77 de American Airlines contra la planta baja del Pentágono sin siquiera rozar el suelo. En opinión del experto Russ Wittenburg, piloto comercial que había volado con dos de los aviones estrellados el día 11 y ex piloto de combate de la US Air Force, “no es posible realizar esta maniobra sin haber entrado en pérdida de velocidad” (“hi stall speed”), añadiendo que “el avión se habría caído al intentar ese tipo de maniobra”. He consultado este extremo con nuestro querido vecino -magnífico columnista y reputado piloto- Óscar Molina. Esperemos a ver qué nos contesta. Para los periodistas del documental, resulta inconcebible que ese avión pudiese impactar limpiamente sobre la planta baja del Pentágono sin tocar siquiera el césped que se extiende alrededor del punto de impacto y que no quede rastro alguno de piezas del avión que identifiquen al mismo. Recogen la crónica hecha en directo, el día de los hechos, por un redactor de la CNN presente en el lugar, en la que se sorprende de que los restos del avión existentes en la zona sean tan pequeños que puedan recogerse con la mano, no quedando los vestigios habituales de cualquier accidente aéreo, como partes de las alas, la cola o el fuselaje. La versión oficial defiende que el intenso calor del combustible, al explotar, vaporizó el avión. Y si tan salvaje fue la explosión como para fundir literalmente a un Jumbo… ¿cómo pudieron identificar los cuerpos de 184 de las 189 víctimas encontradas en el Pentágono? Los motores del 757 están fabricados con una aleación de titanio y acero, de 2.7 metros de diámetro, 3.6 de largo y un peso de 6 toneladas cada uno. El titanio -pueden consultar cualquier tabla periódica los que no recuerden el dato de memoria- tiene un punto de fusión de 1688 ºC, mientras que el queroseno -combustible del avión- es un hidrocarburo que puede mantener una temperatura constante de 1120ºC tras 40 minutos, pero sólo si se mantiene el suministro de combustible. Si el combustible ardió tras el impacto -como defiende la versión oficial-, resulta científicamente imposible que doce toneladas de acero y titanio se vaporizaran a causa del queroseno. Al contrario de lo que ha sucedido en todos los accidentes de aviación de la historia en los que los motores suelen aparecer relativamente intactos tras la colisión, en este caso se han volatilizado. En vez de eso, fue hallado un único motor de turbo-propulsión de 0.9 metros de diámetro que se identificó en un principio como perteneciente a una turbina de propulsión auxiliar del Jumbo, dato que aparece desmentido en el documental por el portavoz de la empresa que fabrica los motores para los 757, alegando que “esa no es la pieza de ningún motor Rolls Royce con los que yo esté familiarizado”. Se especula en el documental sobre el asombroso parecido de esa pieza con la de los rotores empleados en un misil de crucero denominado A-3. Saquen ustedes las conclusiones, que a un servidor le da cierto yuyu, pues, para acabarlo de arreglar, el FBI confiscó a las pocas horas todos los vídeos de seguridad de los establecimientos cercanos, películas que permanecen guardadas bajo siete llaves y con el tampón de Top Secret. ¿Por qué? O mejor dicho, Why? Asimismo, comparan las imágenes de los impactos producidos por aviones en otros edificios con las imágenes del Pentágono y se parecen como un huevo a una castaña. Los desperfectos de otros aviones estrellados contra edificios muestran el impacto producido por las alas, los motores y la cola, ocasionando un agujero en forma de cruz, mientras que el producido en el Pentágono consiste en una circunferencia, calcadita a las imágenes de archivo de los desperfectos provocados por impactos de misil sobre edificios. ¿Da o no da yuyu? Otro de los aspectos en que el documental cuestiona las versiones oficiales es el desplome de las torres del WTC. Recoge numerosos testimonios -algunos cualificados como los procedentes de bomberos y policías- que afirmaron escuchar una cadena de explosiones inmediatamente antes de que cada una de las torres se viniera abajo, afirmaciones que se confirman en las grabaciones de las comunicaciones por radio de los equipos de emergencia del cuerpo de bomberos de servicio ese día en el WTC. Estas explosiones parecen coincidir con ciertos fogonazos que se aprecian en las imágenes de televisión cuando éstas se pasan a cámara lenta. Si a esto le sumamos que, casualmente, pocos días antes del desastre se suspendieron las actividades de los perros antiexplosivos que habitualmente inspeccionaban el edificio, y si seguimos sumando las opiniones de diversos técnicos que consideran científicamente imposible que el desplome de las torres se debiera a los daños causados en la estructura por la ignición del combustible y por la colisión, se queda ya uno sin saber qué pensar. Lo que sí que es un dato objetivo es que otros aviones han chocado antes sobre otros edificios -entre ellos el Empire State Building- , y que multitud de rascacielos han ardido siendo pasto de las llamas durante horas y horas –la torre Windsor de Madrid, sin ir más lejos, ardió casi 24 horas haciendo que se hundieran los diez pisos superiores pero manteniendo en pie el resto de la estructura, también de acero y hormigón reforzado- y que jamás ninguno se ha venido abajo. De hecho, en toda la historia, sólo existen tres casos de edificios que se hayan desplomado a causa de un incendio: Las torres gemelas y la torre 7 del WTC -que también se derrumbó totalmente ese mismo día- edificio ocupado, entre otros, por la CIA, el Departamento de Defensa, el IRS (Departamento del Norteamericano del Tesoro) y el Servicio Secreto. Con un pelín de mala leche, afirman que con el atentado desaparecieron ciertos datos acerca de comprometedoras investigaciones que se llevaban a cabo sobre ciertas actividades de Wall Street, y que se volatilizaron unos cuantos –muchos- lingotes de oro. ¿Alguien recuerda de memoria la temperatura de fusión del oro? Según me cuenta mi amigo Google, 1063 ºC el punto de fusión y 2970 el de ebullición, por lo que -aunque tiznados, algo fofos y deformes- los lingotes debieran haber aparecido. En definitiva, que un servidor, después de haber visto el documental un par de veces, tiene sus dudas. Aunque evidentemente la película es partidista -y se le nota-, no deja de desvelar detalles que llaman la atención. Para no creer ninguna de las afirmaciones vertidas en el film no basta una mera apelación al sentido común, como sí ocurre ante otras hipótesis de conspiraciones. Es necesario apelar a la bondad y a la honestidad del género humano -de ese género quedan excluidos, por motivos obvios, los terroristas- y por tanto, incapaz en principio de asesinar a sus semejantes por meros intereses económicos y/o partidistas. Apelemos pues a la honestidad y a la bondad de Bush. O casi mejor… a la honestidad y a la bondad del Pato Donald, de Mickey Mouse, del Correcaminos o, como apuntaba uno de mis queridos reincidentes, a la de Elvis Presley (esté o no esté en los cielos). Nos resultará infinitamente más fácil. Y desde luego más esperanzador.

1 comentario:

Aquí y ahora dijo...

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