miércoles, octubre 10, 2007

Juan Urrutia, La maquina del tiempo

jueves 11 de octubre de 2007
La máquina del tiempo
Juan Urrutia
M E pregunto si los muertos tendrán pretensiones, sin embargo tengo claro que dentro de las de los vivos está, en ocasiones, la de convertirse en uno de los primeros. Tras el atentado perpetrado contra el escolta Gabriel Ginés la reacción del Foro Ermua fue convocar en diferentes ciudades concentraciones para expresar su repulsa ante tan deleznable hecho. A la de Bilbao asistieron pocas, muy pocas personas. ETA vuelve a matar y eso merma el valor antes exhibido en muchas otras concentraciones... Veinte minutos después de las ocho, hora prevista para el acto, éste aún no había empezado, imagino que para dar tiempo a que llegase más gente. En ese preciso instante se escucharon gritos, consignas contra el presidente Zapatero, procedentes de la Gran Vía y los asistentes desaparecieron tan rápido que casi no me percaté de la estampida, y quedé sólo en una plaza desierta donde ya no se apreciaban siquiera los más nimios vestigios de carteles y similares. Me subí a un banco con objeto de fotografiar a las hordas de Otegui, pero, cuál sería mi sorpresa, no eran tales sino los afectados por el fraude de Afinsa que se manifestaban, como todos los martes, según me confirmaron personalmente. No era Batasuna. Tampoco se molestó nadie en comprobarlo, creyeron lo que parecía evidente y allí no permanecieron ni los geranios que adornan la plaza. Tenemos un serio problema si esta es nuestra actitud ante la amenaza etarra. ¿Para eso han muerto mil personas? ¿Para que salgamos corriendo ante unos gritos lejanos, ante unas personas que ni siquiera nos gritaban a nosotros? Un hombre ha estado a punto de morir asesinado y nuestra indignación se viene abajo en cuanto un desconocido levanta la voz. H.G. Wells describe bien la situación que vivimos los vascos en su novela La máquina del tiempo. Permitimos que unos morlocks de medio pelo sacrifiquen uno a uno a nuestros vecinos porque confiamos en que nunca compartiremos su destino. No obstante, tarde o temprano nos llegará el turno. Quizás no vayan a por nosotros, pero puede que pasemos por la calle incorrecta a una hora poco afortunada. El lugar de la explosión, junto a un parque y cerca de un colegio, era idóneo para causar una masacre. Hubo suerte, mucha, tanta que dudo se repita. Aspiramos por tanto, los vascos, con nuestra cobarde actitud a ser sacrificados como esas vacas asturianas que llevan una vida tranquila y feliz en la montaña hasta que una descarga eléctrica las lleva a una dolorosa agonía. Qué sucede, sin embargo, con los pocos que tienen el valor de gritar, que no desean asistir a más funerales, agachar la cabeza ante el fascismo vasco o soportar cómo unos pocos se llenan los bolsillos a costa de la sangre derramada por ETA. Esos sufren la agonía antes de que los lleven al matadero, que puede ser el bar de la esquina, el portal de su casa o su vehículo particular. Era vox populi que la respuesta a la detención de los dirigentes de Batasuna iba a ser ésta. Tras el atentado hemos subido a la máquina de Wells para viajar a los años ochenta cuando nadie decía ni pío tras un asesinato salvo para apuntar con falaz infamia “algo habrá hecho”. Se comenzaba, poco, pero algo es algo, a hablar de política públicamente, algunos constitucionalistas anónimos osaban expresar su opinión en la calle... Hoy eso se ha acabado, al día siguiente al ataque, aquí, en Bilbao, nadie dijo nada, la vida siguió tranquila y normalmente. Algunos, compungidos, se miraban achacando su tristeza al tiempo lluvioso y al cielo plomizo... Ni una palabra sobre Gabriel Ginés y cómo unos verracos hijos de mala madre intentaron darle muerte. Volvemos a ser el ganado que guía la vara de ETA, a pastar en el campo de minas que es Euskadi y somos tan necios que confiamos en que otros hagan por nosotros aquello que es nuestra responsabilidad como sociedad. La concentración bilbaína fue un desastre, ninguno de los organizadores se molestó en comprobar si otro acto iba a tener lugar allí, ni avisaron de ello desde el malévolo ayuntamiento peneuvista, todo se realizó de forma improvisada, los avisos llegaron tarde y para colmo nadie tuvo el arrojo de plantar cara a la presunta Batasuna... Patético, triste episodio que nos lleva a dudar si realmente merece la pena luchar por esta tierra o si esta lucha realmente existe.

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