miércoles, octubre 10, 2007

Amestoy, El "kiosko2 de periodicos, entre el voceador y...

jueves 11 de octubre de 2007
El ‘kiosko’ de periódicos, entre el voceador y la prensa gartuita
Alfredo Amestoy
U NO de los muchos placeres que me proporcionan mis estancias en la villa alavesa de Laguardia, además de beber buen vino, es el de ir a comprar la Prensa. Como se vende en la panadería, puedo adquirir a la vez el pan y el periódico, los dos mandados mañaneros que Paco Umbral hacía de joven, más que por Dios… por España. Pan y periódico –en el fondo, «pan y toros»– constituyen lo imprescindible. El resto, huelga. Ambos proceden de la madre tierra. Al trigo y al árbol, para fabricar el papel, les hermanan tanto que los Baroja tenían tahona e imprenta y de los escritos de don Pío se decía que tenían «mucha miga». Hace algún tiempo no hubiera sido de buen gusto, ni de buen olfato, mezclar el saludable olor del pan, bendito, con el de la tinta, olor maldito, ya que las linotipias, como las pistolas, las cargaba el diablo. Pero ya no hay linotipias, ni diablo. Y la tinta es inodora; como la literatura insípida. Este artículo no quiere ser insípido, pero tampoco me gustaría que supiera u oliera a nostálgico… Cierto es que siempre me preocuparon tanto como los periódicos el lugar donde se vendían y el primer premio periodístico que gané fue el que se me concedió en la Escuela de Periodismo por un artículo que se titulaba «El kiosco» y que hasta se publicó en el Arriba. «El kiosco» era un elogio al lugar donde se vendían diarios y revistas y que, en mi exaltación juvenil, creo que comparaba con un jardín florido y con el estampado del vestido de una atractiva muchacha. Titulé el «Kiosco», con «K», en vez de con «Q», a mi juicio más correcto y por lo que me remordió la conciencia durante muchos años, hasta que supe que lleva «K» la palabra «kush», de origen árabe o persa, que da nombre a los templetes en que tocan los músicos o donde se venden flores o periódicos. Así ocurre en las Ramblas de Barcelona donde los kioscos de gran tamaño y bella factura modernista se dedican a uno u otro comercio. En honor a la verdad hay que reconocer que los kioscos de flores –y de flores y de pájaros–, han sido más fieles a su primer destino que los kioscos de periódicos, cada vez más desvirtuados por la acumulación de tantos objetos ajenos al papel impreso. A los kioscos les ocurre como a las oficinas bancarias, que se han convertido en bazares abarrotados de vajillas, cuberterías, televisores…, y donde los empleados, entre hipoteca e hipoteca, te pueden enseñar a hacer un suflé en un microondas. En los kioscos de periódicos ocurre lo mismo, y entre tanto DVD y tantas colecciones de muñecas, soldaditos de plomo y tazas de té, los vendedores ignoran el continente, y qué decir del contenido, de los periódicos. En mi época de reportero, en Barcelona y en Madrid, recuerdo que los vendedores de los kioscos que frecuentaba me comentaban lo que había publicado aquel día, y no era raro verles hojear y ojear los periódicos. Y cuando fui director de alguna publicación eran inestimables colaboradores advirtiéndome aciertos, errores y dándome consejos valiosos a propósito de las opiniones de los lectores. Muchos vendedores de prensa son auténticos «profesores de periodismo». Los hermanos Rey, primero Jesús y ahora Teófilo, que han regentado diferentes kioscos en la Gran Vía de Madrid podrían explicar el devenir de un centenar de periódicos y de otras tantas revistas, nacionales y de todo el mundo, a lo largo de los últimos cuarenta años. Y eso que se han limitado a vender Prensa, nunca a vocearla… Creo haber oído en Bilbao, en l954 ó l955, a los últimos «voceadores»… No era extraño que grandes empresarios y directores de famosos periódicos hubiesen empezado sus carreras voceando noticias en la calle. El vendedor de periódicos que voceaba las noticias no siempre pregonaba el título de la publicación y la noticia de primera plana. Muchas veces su perspicacia y sagacidad le llevaba a elegir otras noticias escondidas en página par, pero que interesaban al barrio o a los usuarios del tren que acababa de llegar a la estación. La observación y el estudio de las reacciones del ciudadano ante una u otra noticia convertían a aquellos muchachos en alevines de magníficos periodistas… o sociólogos. William Randolf Hearst, y aquí nuestro Antonio Asensio, por su culto al «amarillismo» podían haber empezado sus carreras voceando periódicos. Pero como me explicó, por escrito, el profesor de Historia del Periodismo, don Pedro Gómez Aparicio, en una carta autógrafa que conservo: «el pregón del periódico era una llamada al sensacionalismo sobre hechos que muy de tarde en tarde se producían. Actualmente el periódico contiene en un día más noticias sensacionales que antes en un mes. La consecuencia es que, por la abundancia de hechos importantes, el sensacionalismo no necesita de ningún estímulo. Porque, de añadidura, la Radio y la televisión, al anticipar todas esas noticias importantes, despiertan el interés de las gentes sobre lo que después, más detalladamente han de hablar los periódicos». Este texto cobra más valor porque fue redactado hace cuarenta años por don Pedro, a la sazón presidente de la Asociación de la Prensa de Madrid. Apenas había comenzado la Televisión y ya le concedió el papel de nuevo «voceador» de noticias, casi «nuevo kiosco de periódicos», precursor de la Prensa gratuita. Por cierto, en homenaje a Gómez Aparicio, escribamos «Kiosko», tal y como figura en su carta autógrafa, con dos «kas». Si a él le gustaba así, a nosotros también. No es muy académico, pero si lo hacía el Presidente de la Asociación de la Prensa, habrá que admitir que era, y es, «periodísticamente correcto».

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