lunes, octubre 15, 2007

Marcello, Los "brujos visitadores"

martes 16 de octubre de 2007
Los “brujos visitadores”

Le han preguntado a Zapatero, en el Foro de ABC, quiénes eran esos misteriosos “brujos visitadores” del palacio de la Moncloa a los que hace pocos días aludió el consejero delegado de Prisa, Juan Luis Cebrián, como los receptores de grandes favores monclovitas en negocios empresariales y medios de comunicación. Pero el presidente no ha querido dar nombres y se ha limitado a decir que ésas son cosas de “mi amigo Cebrián”. Lo que es una manera de incluir al directivo de Prisa en la lista del aquelarre que él mismo pretende tener en su poder, y con la que amenaza a todo aquel que se atreva a apoyar a sus adversarios de La Sexta y Mediapro.
El presidente, siendo aún más preciso, ha señalado que quienes más visitan hoy día el palacio de la Moncloa han sido los empresarios, lo que no deja de ser sorprendente porque, conocido su discurso, lo normal es que, un día sí y otro también, sean los pobres de la sopa boba los que vayan a palacio, en una clara alternancia con los pacifistas, los ecologistas, los nacionalistas, los sindicalistas y feministas, inmigrantes legalizados, homosexuales, divorciados exprés, que han sido los grandes beneficiarios de su política de extensión social y de derechos civiles.
Pero no, el presidente dice que los visitadores mayoritarios del palacio son los empresarios, a los que Cebrián llama brujos, aunque se supone que no a todos ellos porque él mismo, el desaparecido Polanco y el nuevo presidente de Prisa, Ignacio Polanco, también han estado por allí. Y es de suponer que no precisamente para llevar regalos al presidente sino más bien para pedir, que es lo que suelen hacer todos los que visitan la Moncloa. A pedir para ellos y a hablar mal de los otros, es decir, de esos a los que Cebrián llama los brujos y cuyos nombres no se atreve a dar.
Desde luego, entre esos brujos están los oráculos de encuestas electorales que, por lo que sabemos, no le llevan buenas noticias al presidente, como se aprecia en las ojeras, cada vez mayores, de su secretario de Información, el gran Moraleda, o el falso Fernandell, que lleva el susto en el rostro y al que se ve pidiendo a Bono que lo recicle en La Mancha, para regresar al campo de la agricultura, que es lo suyo y de donde nunca debió salir.
Los brujos de las encuestas son los que, en estos momentos, tienen por el mango la sartén incandescente del poder. Son el espejito mágico del que no se sabe a ciencia cierta si le está diciendo o no la verdad de lo que pasa o de lo que se aproxima, tanto a Zapatero como a Rajoy, y para eludir su posible responsabilidad siguen utilizando la “sibilina” ambigüedad del oráculo de Delfos. Por ejemplo, pregunta Zapatero: ¿voy a ganar las elecciones? Y el brujo le responde: “Depende de muchas cosas, por ejemplo si Gallardón y Rato van o no en las listas del PP, si ETA hace estallar un coche bomba, o si Montilla convoca como Ibarretxe otro referéndum de autodeterminación en Cataluña con el apoyo de Maragall y Pujol”.
Entonces Zapatero le dice al brujo: o sea, que estamos mal y podemos ir a peor. Y el oráculo responde: “Depende de muchas cosas, por ejemplo de que España se clasifique para la Eurocopa de fútbol, que Alonso le gane a Hamilton el Mundial de Fórmula 1, que Nadal gane el Master de Madrid, y que el Real Madrid sea campeón de invierno en la Liga”.
A medida que iba hablando el brujo, Moraleja se iba haciendo pequeñito hasta quedar reducido a la altura misma de Pulgarcito, para no ser visto en semejante trance, porque el portavoz sabe que, tras la máscara de la sonrisa de Zapatero, se esconden a veces momentos de ira de muy difícil control.
Entonces, el presidente, mirando fijamente al brujo, le conmina a dar un veredicto final: ¡voy o no voy a ganar las elecciones! Pero el oráculo, sin pestañear, bajó la cabeza, empezó a recoger de la mesa presidencial sus tabas de la buena suerte, un dado de marfil, una pata de conejo, tres ojos de serpiente, dos caracolas y un espejo roto, y con un estruendoso silencio se levantó y comenzó a caminar hacia la puerta del despacho presidencial, mientras Moraleda, de un salto prodigioso, se escondió presuroso en la cajita del reloj de pared. Pero al llegar al umbral de la despedida, el oráculo se giró hacia el presidente, que estaba con los ojos inyectados en sangre, y le respondió: “depende”. Y dicho esto echó a correr y se perdió.

No hay comentarios: