jueves, octubre 04, 2007

Juan Urrutia, Que perros somos

viernes 5 de octubre de 2007
Qué perros somos
Juan Urrutia
E L perro no es más que un lobo que escogió a un ingrato compañero de viaje. Casi cualquier can daría la vida por el jefe de su manada, su dueño. Lo lleva en los genes, el perro es fiel, necesita serlo porque como animal gregario que es no puede vivir sin afecto. Sabrán de perros malos, asesinos, de carácter irascible y tendencias sanguinarias. Los creamos nosotros. Igual que un niño no nace malo, un perro tampoco. Es el trato sufrido el que lleva al animal al borde de la demencia, es el abandono el que convierte a un perro de compañía en miembro de asilvestrada manada que, no temiendo al hombre, ataca a éste y a su ganado. Periódicamente asistimos a espeluznantes actos de crueldad contra estos peludos amigos nuestros. Hace poco, un individuo arrastró a su perra atada al parachoques de su coche durante dos kilómetros, especialmente atroz fue el asalto a una perrera vizcaína: a más de una decena de perros les fueron serradas las patas delanteras, muriendo después desangrados. El porqué de tal barbarie aún es, como sus autores, desconocido. El último caso ha sido destapado por miembros del colectivo para la defensa animal El Refugio. La denuncia ha sido interpuesta contra la perrera de Puerto Real. Al parecer a la falta de higiene y el hacinamiento se unía el sacrificio de los cánidos por medio de una económica toxina —treinta y cinco euros son suficientes para aniquilar diez toneladas de perros y gatos— que mata a los animales produciendo parálisis y, como consecuencia de esta, asfixia, sin que pierdan la consciencia. Es de imaginar que el dinero público destinado al sacrificio de animales sería destinado a usos más interesantes como caviar ruso y otros lujos. Por este motivo el dueño de la perrera, la directora, el veterinario titular y uno de los trabajadores han sido acusados de un delito de maltrato animal, denuncia falsa y falsificación de documento público. Este tipo de bestialidades son más frecuentes de lo que pensamos tanto a nivel privado como público. Cuando los intereses económicos entran en juego, el perro pierde. Nos salvan de ahogarnos, nos rescatan tras desastres naturales, encuentran drogas, explosivos, vigilan nuestros hogares, guían al invidente, eliminan el estrés en enfermos y ancianos, ayudan a superar depresiones... Nosotros a cambio los tratamos como carne que se vende al por mayor y se tira cuando se estropea. Los ahorcamos, disparamos, torturamos, abandonamos y damos muerte a golpes. Puede que alguien piense que con la cantidad de gente que sufre en el mundo es vergonzoso preocuparse por un perro. Probablemente ante tal acusación el inefable Miguel Delibes respondería con un cartuchazo de sal allá donde la espalda pierde su casto nombre para ir a llamarse culo, pero personalmente prefiero ser más civilizado y, respetando esa opinión, decir que no es óbice lo uno para preocuparse asimismo por lo otro. Respetando también, por supuesto, la presunta opinión del buen Delibes, que espero sabrá perdonarme si por un descuido lee estas líneas. Dedico el presente artículo a mi perro Coli, uno de los pocos amigos que aún me soporta.

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