miércoles, octubre 03, 2007

Juan Bas, Más allá del mal

Más allá del mal
03.10.2007 -
JUAN BAS j.bas@diario-elcorreo.com

Se planteaba el filósofo Theodor Adorno si después de Auschwitz era posible seguir escribiendo poesía. Si el despliegue de la extrema barbarie que se expresó a través de la muerte ejecutada con métodos de producción industrial no dejaba estragado el horizonte, la futura capacidad de crear algo bello y elevado para el espíritu.Se ha reeditado 'La decisión de Sophie' -Editorial La otra orilla-, de William Styron -traducida por Antoni Pigrau-, en un hermoso volumen. Es un novelón de casi setecientas páginas que se considera uno de los grandes libros del siglo XX. Siempre he tenido pendiente leerlo y ahora lo haré.Vi en su día la traslación al cine que realizó en 1982 Alan J. Pakula, con Meryl Streep en el papel de Sophie, y nunca se me ha olvidado cuál era aquella decisión, aquella elección imposible de asumir, pero también de esquivar. Es y representa la aplicación a un ser humano de la esencia del mal, una maldad metafísica que va más allá de todo límite porque está maquinada con inteligencia y hace sentir a la víctima ayudante del verdugo. Es una categoría del horror tan insuperable que quizá llega por su desmesura a banalizar el mal, como consideraba Hannah Arendt.Sophie, una judía polaca, llega hacinada en un vagón de tren a la estación del campo de Auschwitz. Lleva de la mano a sus pequeños, un niño y una niña, Jan y Eva. Un médico de las SS le obliga en el propio andén a escoger entre su hijo y su hija. Si no escoge, conducirá a los dos a las cámaras de gas de Birkenau. Si escoge, salvará a uno. Y Sophie, de rodillas en el andén, por supuesto ofreciendo su vida a cambio, que no se acepta, ha de escoger, como haríamos todo padre. Y al final dice: «El niño».El médico nazi se lleva a la pequeña de cinco años de la mano, a la que permite conservar su osito y una flauta y a la que gasearán en el acto. Javier García Sánchez, en el excelente epílogo que ha escrito para esta edición de la novela, entresaca lo que la madre dice años después a su vecino americano Stingo, trasunto de Styron. «Se fue con su osito y su flauta -dijo ella al terminar su relato-. Desde aquel momento nunca he podido soportar esas dos palabras. Oírlas o decirlas en cualquier lengua».Me quedan unas líneas de espacio para esta columna, pero qué se puede añadir después de haber contado cuál fue la decisión de Sophie. Habla más por sí misma que cien ensayos sobre el horror nazi y me hace descubrirme ante el gran milagro para entender o al menos abarcar lo incomprensible que es a veces la literatura. Quizá, lo mejor es que me limite a copiar la cita de André Malraux que Styron utiliza antes de comenzar la novela: «...Busco la región esencial del alma, donde el mal absoluto se enfrente con la fraternidad».

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