miércoles, octubre 03, 2007

Jose Melendez, El "Homo floresiensis"

jueves 4 de octubre de 2007
El ‘Homo floresiensis’
José Meléndez
L A Arqueología y la Paleontología son ciencias que, merced a la paciencia infinita y las dotes investigadoras de sus practicantes, nos permiten que se vayan desentrañando nuestros orígenes, para arrancarle a las brumas ignotas donde se pierde nuestro pasado el secreto de dónde venimos. En mi modesto entender, es mejor tratar de saber adonde vamos, empeño en el que la fe nos ayuda a los creyentes, pero eso no quita la admiración y el respeto que merecen unos hombres y mujeres capaces de saber qué ocurrió en el Neolítico o en el Pleistoceno o como vivían nuestros antepasados prehistóricos por medio del examen de unos simples fósiles. Esta labor callada y persistente de los arqueólogos, paleontólogos y antropólogos, nunca ha sido bien apreciada ni respetada por el vulgo, a pesar de las dimensiones de su importancia científica. Sabido es que los arqueólogos británicos dedican todo su tiempo a horadar el planeta en busca de vestigios que después se llevan al “British Museum”.A este respecto me contó en cierta ocasión un hacendado cordobés, socarrón y campechano, mas impuesto en los secretos del campo que en los de las ciencias, que se corrió el rumor en Córdoba –rica en restos históricos- de la posible existencia de un yacimiento en un barrio extremo de la ciudad. No tardó en llegar un equipo británico, que acordonó la zona, cuadriculándola meticulosamente y comenzaron las excavaciones sin resultados prácticos. Al mes de soportar los vecinos del barrio polvo y molestias, una piqueta exploradora dio con un objeto duro. Cundió la excitación en el campamento y al poco tiempo salió, para asombro de todos, una palangana con una nota que decía: “En este bacín Maimónides, se lavaba los cojónides”, Era la venganza del vecindario. Ahora se han publicado los resultados de las investigaciones que destacados paleontólogos han realizado sobre los restos humanos descubiertos en 2003, en las capas de sedimento de la cueva de Liang Bua en la isla de Flores de Indonesia. El hallazgo de un esqueleto con el cráneo casi completo y los restos de siete individuos más ha llevado a los científicos a la revolucionaria conclusión de admitir la existencia de un género nuevo dentro de la especie humana, al que han llamado Homo Floresiensis, distinto del Homo Sapiens pero igualmente evolucionado, aunque diferente del hombre moderno. Para certificar esta tesis de una especie propia, los paleontólogos se han valido de los huesos de la muñeca del esqueleto descubierto en la isla de Flores, al que han llamado “hobbit”, perteneciente al Pleistoceno Superior. Es indudable que la muñeca es una parte importante de la anatomía humana. Si consigue imprimir la dirección milimétrica a la raqueta hace que los tenistas ganen fama y dinero. O concede la gloria de los ruedos a los toreros que logran domeñar la brusca embestida del toro con el temple que convierte la barbarie en arte. Y en la vida cotidiana de los mortales tienen una función que no hace falta resaltar. Hay muñecas flexibles y expresivas, como las que permiten a las bailaoras de flamenco trazar arabescos en el aire para adornar sus danzas. Y otras pesadas y monótonas, como péndulos de reloj, a la manera con que Pepiño Blanco marca el ritmo de sus discursos para culpar de todo al PP- Pero nadie podía imaginar que una muñeca fuera capaz de dar un vuelco tan profundo a las tesis establecidas de la evolución de la especie humana en la cadena del Homo Sapiens, el Neardental y el hombre moderno. Se plantea una nueva genealogía. No basta ya con buscar las raíces de los apellidos ni la cuna de las razas –capítulo que tan preocupados tiene a los nacionalistas vascos desde Sabino Arana- sino que se impone la necesidad de saber si venimos del Homo Sapiens o del Homo Floresiensis. El hombre sabio frente al hombre de las flores. El jardinero y el jardín disputándose un destino. Pero, como ocurre siempre, ha surgido la polémica. La pequeñez del cráneo del “hobbit”, que tiene una edad de 18.000 años, llevó a un equipo de antropólogos de Chicago, dirigidos por el profesor Richard Martín, a afirmar que, dadas sus reducidas dimensiones, el cráneo no podía pertenecer a una raza humana, sino que era un pigmeo afectado de microcefalia. Y otro grupo de la Universidad del Estado de Florida, tras una serie de estudios y comparaciones, ha dictaminado que no se trata de un humano con trastornos en el desarrollo físico, sino de una nueva especie de homínido no conocida hasta ahora. El estudio de la muñeca del “hobbit” y su comparación con otras de seres humanos en diferentes períodos ha sido fundamental para esta conclusión. Y ahora se plantea la cuestión a la vista de todo lo que está ocurriendo en nuestros días. ¿Quién desciende del Homo Sapiens y quien del Homo Floresiensis?. El bello nombre de “hombre de las flores” parece ser una máscara que esconde la sórdida condición de un descerebrado. Y desgraciadamente tenemos numerosos ejemplos de tipos que responden a esa condición en nuestra vida cotidiana. “Por sus hechos los conocereis” advierte la sentencia bíblica que se ve ahora corroborada por la experiencia antropológica. Echen ustedes una ojeada a la manera actual de hacer política y de comportarse dentro de una sociedad que se proclama con orgullo que es civilizada y tendrán la explicación de muchos actos incomprensibles. ¿Quién no conoce algún tonto, quizá sin conocerse a si mismo? Y algunos políticos –quizá demasiados por desgracia- ofrecen indicios de su pasado “florido”. Y no digamos ese género de descerebrados que matan y atropellan la razón para imponer la sinrazón de sus romas ideas. En estos tiempos revueltos en los que los telediarios y las páginas de los periódicos chorrean sangre, produciendo en la masa pública una perniciosa sensación de convivir con ella como algo inevitable, resulta que van a ser los arqueólogos los que den una contestación al origen de la barbarie. Yo deseo con todas mis fuerzas que se equivoquen.

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