miércoles, octubre 03, 2007

Jose Javaloyes, ¿Vientos de "perestroika" en Pyongyang?

jueves 4 de octubre de 2007
¿Vientos de ‘perestroika’ en Pyongyang? José Javaloyes

Más allá del espectáculo de la bienvenida montado por Kim Jong Il al hermano separado de Seúl, Roh Moo Hyun, este encuentro entre presidentes de las dos Coreas —segundo en siete años— se produce en circunstancias capaces de propiciar, en el medio plazo, resultantes menos espectaculares que la recepción dispensada por el penumbroso dictador norcoreano al presidente de Corea del Sur.
En todo caso, resalta también el hecho de que, por debajo de las parafernalias desplegadas, permanece el estado técnico de guerra entre las dos Coreas, ya que en 1953 lo que se firmó fue un armisticio y no la paz, tras el quizás más sonoro conflicto de los muchos habidos en el dilatado espacio de la llamada Guerra Fría. Guerra tan del todo caliente fuera del ámbito occidental, en Asia, África y en el mundo iberoamericano, con su prolongada traca de dictaduras.
Kim Jong Il y su hermética tiranía comunista conforman una compacta reliquia del pasado, tan sólo comparable con la dictadura castrista de Cuba y con la del comunismo —actualmente capitalista— de China. Pero no seguiría siendo sólo eso de no haber pactado el desmantelamiento de su poderío nuclear, tras de los arduos trabajos de las negociaciones a seis —con Estados Unidos, Rusia, China, Japón y Corea del Sur— y la entrada en un principio de marco nuevo de relaciones internacionales. Marco incipiente en el que se debería encajar la visita del presidente de Corea del Sur a la capital de Corea del Norte.
Tras del encuentro entre los dos presidentes coreanos, la cuestión que parece plantearse al fondo de todo sería la de posibilidad —y de la voluntad— de Kim Yong Il de iniciar un camino hacia la normalización de las relaciones entre las dos Coreas, cuya desiderata habría de ser la desembocadura en una unificación nacional, quizá en alguna fórmula de confederalismo inicial que recogiera la profunda asimetría de partida entre las dos partes de aquella península asiática.
Roh Moo Hyun, el presidente de Corea del Sur, se ha referido a la percepción de una “barrera invisible” con su interlocutor. Aunque en puridad deba hablarse no de una barrera invisible sino de muchas otras barreras visibles, perceptibles por todos.
Puesto que se trata de un universo hermético y totalitario, resulta constitutivamente inaccesible al diálogo político. Y su reforma gradual, en la práctica, viene a ser imposible. Cuando el mecano dictatorial pierde o extravía alguna de sus piezas le ocurre lo que a las antiguas medias de las mujeres, que tras de un punto se deshacían a la carrera…
Cuando Gorbachov comenzó la perestroika dio comienzo también el fin del sistema soviético: incompatible con la reforma y cerrado, por definición, a la glasnot o transparencia. Si a Corea del Norte no le basta con que Washington le borre de la lista maldita del Eje del Mal, tampoco a Corea del Sur le resulta suficiente con la desaparición de la amenaza nuclear esgrimida desde el otro lado del Paralelo 38. Una cosa y la otra son condiciones necesarias pero no suficientes para “normalizar” las relaciones entre las dos Coreas, y de Pyongyang con el resto del mundo, más allá de su normal interlocución histórica con Moscú y con Pekín.
Como Corea del Norte es, además de una dictadura comunista, un sistema de poder personal, resulta casi inconcebible la transición política hacia otra cosa, aunque la progresiva y necesaria normalización económica del país —probable tras la mejora de relaciones con la otra Corea y con Japón— traiga consigo transformaciones sociales generadoras de expansivas demandas de libertad.
Pero, de momento, la primera etapa de cambio ya está definida: achatarrar todo su tinglado atómico. De ahí en adelante todo será diversamente posible.
jose@javaloyes.net

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