miércoles, octubre 03, 2007

Ignacio San Miguel, ¿Es necesaria la dramatizacion?

jueves 4 de octubre de 2007
¿Es necesaria la dramatización?
Ignacio San Miguel
M E comentaba el otro día un amigo que le llamaba la atención la completa indiferencia con que la mayoría de la gente consideraba los acontecimientos políticos. Convinimos después en que los medios de comunicación nos trasladaban a menudo a un mundo virtual sin correspondencia plena con la realidad, sobre todo sobredimensionando hechos de entidad escasa. Más tarde estuve pensando si ambos fenómenos no estarán relacionados entre sí. Sin duda, los periódicos necesitan vender ejemplares, las televisiones necesitan televidentes, etc., porque es necesario captar la atención del público a toda costa. Aunque sea a costa de la verdad. Esto se consigue sobre todo con las noticias catastróficas o que anuncien catástrofes. En esto puede que se distinga España, país de gentes mayoritariamente de temperamento nervioso. Recordarán que hace años, cuatro, cinco o seis, se hablaba mucho del agrandamiento del agujero en la capa de ozono, con el peligro de que aumentara la recepción de rayos ultravioleta en la Tierra, lo que amenazaría la vida del planeta. Aquello duró bastante tiempo. Ya entonces hubo algunos científicos que modestamente comunicaron que el agujero citado se agrandaba y contraía periódicamente y que era un fenómeno natural. Hablo de la modestia de los científicos porque nadie les hizo el menor caso, sin merecer su teoría más que el espacio justo. Era mucho más interesante pensar en una tragedia que se avecinaba debido a los gases venenosos emitidos por los humanos. Pero hace ya mucho tiempo que nadie menciona el famoso agujero de la capa de ozono. Sospecho, aunque no tenga ningún dato que lo confirme, que esto puede ser debido a que el agujero se ha reducido y, por tanto, carece ya de posibilidades dramáticas. ¿Recuerdan ustedes a los ovnis? Durante cuarenta años no hacían más que aparecer en los cielos, y no sólo aparecían, sino que aterrizaban, y hasta había personas que habían visto a rarísimos alienígenos salir de los aparatos. Aquello logró captar la atención incluso de la gente apática. Pero pasó mucho tiempo y advino el aburrimiento, a falta de hechos concretos y definitivos. Ahora nadie habla de ovnis. En el aspecto político, y en este país, últimamente se ha dado mucho realce a diversos incidentes antimonárquicos. Sin embargo, si los examinamos uno por uno no podemos apreciar que tengan gran relevancia. ¿Su coincidencia en el tiempo supone una concertación previa? No creo que haya motivos para juzgarlo así. Lo que está claro es que periódicos y demás medios han tratado de sacudir la apatía popular con planteamientos dramáticos. Por el contrario, apenas prestan atención a algo mucho más importante como es la trayectoria que está siguiendo el nuevo estatuto catalán en el Tribunal Constitucional. El país se va descomponiendo y sería conveniente incidir una y otra vez sobre las cuestiones fundamentales. No se podría hablar entonces de dramatizaciones sino de exposición de la verdad. Es, pues, la apatía, el adormecimiento, la indiferencia de la gente lo que obliga a que los medios desbarren en su afán de llamar la atención. Esta indolencia popular tiene también su aspecto favorable. Me refiero a que las manifestaciones de los radicales son cada vez más exiguas. En el País Vasco la última manifestación multitudinaria de radicales convocó a tres mil personas, cuando hace veinte años alcanzaban las treinta mil. Y las que se realizan para el acercamiento de presos son patéticas por lo minúsculas. Se ha visto también que el nuevo estatuto catalán se aprobó en un referéndum al que acudió menos del cincuenta por ciento del electorado, aprobándose únicamente por la tercera parte del mismo. La última amenaza de Ibarreche de convocar un referéndum en el País Vasco no ha entusiasmado a nadie, y en su propio partido han salido voces discrepantes. Pero la parte negativa de la indiferencia consiste en que favorece que el país se descomponga bajo el estímulo del poder central animado por la anuencia, o la ignorancia, de una población pasiva y dócil como las ovejas. Parecería, entonces, que algo de dramatización es necesario para despertar a un pueblo tan inerte. Sin embargo, lo importante, en mi opinión, es tratar de alertar a la gente del peligro de su propia indolencia; que repare en lo que está ocurriendo poco a poco, debido en gran parte a ella. No es necesario dramatizar lo que ya es dramático de por sí. Por el contrario, incidir en aspectos anecdóticos, sobredimensionándolos, no resulta oportuno. Sobre todo, por una razón. La gente acaba contrastando lo que le dicen los periódicos y lo que ve en la televisión con la realidad. Y surge la idea de que le están engañando, de que todo es mentira, o de que está deformado, exagerado. La toma fotográfica de una cámara estratégicamente situada para que una manifestación de tres mil radicales parezca decuplicada; la quema de los retratos del rey en escenas que sugieren un pueblo soliviantado, cuando los protagonistas son unos pocos gamberros, etc. acaban haciendo calar en las mentes la idea de interesada manipulación, de mentira confeccionada por espurios motivos. ¿Y cuál es la consecuencia? El aumento de la indiferencia que presuntamente se quiere combatir; el alejamiento cada vez mayor de la política. Mientras tanto, y con el amparo de esa apatía popular y esa realidad virtual contraproducente creada por les medios de comunicación, avanzan, acumulándose, las muy reales y dramáticas disposiciones legales que tienden a la descomposición moral y política del país: estatutos nuevos innecesarios e insolidarios, que ya comienzan a causar los trastornos consiguientes; leyes antirreligiosas; trastrueque de la política internacional, etc. La peor consecuencia de la apatía popular sería que, al no ser percibida debidamente la gravedad de las cosas, se votara nuevamente al partido en el gobierno y el nefasto proceso político se prolongase otros cuatro años.

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