domingo, octubre 14, 2007

Ignacio Camacho, El resfriado

domingo 14 de octubre de 2007
El resfriado

IGNACIO CAMACHO
NI los más avisados augures de la política, ahora llamados consultores, podrían haber previsto que los principales asuntos de debate en la escena pública española al final del mandato de Zapatero, el candidato que renovó un socialismo español agostado tras la larga convalecencia del felipato, iban a ser el orgullo patriótico, el hecho nacional, la estabilidad de la Corona y la memoria fratricida de la Guerra Civil: los grandes sujetos recurrentes de nuestra tradición de pesimismo histórico. Y todo ello en un clima de fuertes sacudidas emocionales, notable tensión institucional y razonable desazón colectiva ante un inquietante futuro económico y financiero.
Éste es, sin embargo, el balance de una legislatura convulsa, improvisada y sin proyecto, en la que la agenda del Gobierno ha delatado la ausencia de un programa coherente capaz de estructurar su deriva política. Sorprendido quizá él mismo por su inesperada victoria, el presidente trató de anclar su mandato en la aventurada negociación con ETA y una confusa remodelación constitucional encubierta en reformas estatutarias, dos planes tan inciertos que al enredarse primero y fracasar después han abocado su gestión a un colapso inevitable. Sin nada concreto que ofrecer en su arqueo final, el zapaterismo se ha dejado enredar en una telaraña de oportunismos buscando a la desesperada el modo de comparecer ante las urnas con algo parecido a un balance.
Pero las improvisaciones en política se pagan, y la doctrina del «como sea» no cuaja en un país razonablemente desarrollado. Las encuestas constatan la falta de credibilidad de las flamantes promesas de dádivas asistenciales, empastes infantiles o alquileres gratuitos; ETA prepara un frente sangriento tras el fracaso de las negociaciones; los aliados nacionalistas queman efigies del Rey o se suben a la parra del más intransigente soberanismo, y el PP cortocircuita con sobreactuado énfasis la intentona gubernamental de investirse a última hora de un patriotismo sobrevenido. Este patético intento de envolverse en la bandera española, tras un trienio de quiebra del proyecto constitucional, representa mejor que nada el carácter impremeditado de la política de Zapatero, que se agarra a un concepto en el que descree sin darse cuenta de que el hecho nacional es, precisamente, el patrimonio esencial de la derecha española y el terreno en que ésta se siente más fuerte y se mueve con mayor firmeza.
En este panorama, la minimización presidencial de los alborotos ultranacionalistas en torno a la piromanía de los símbolos monárquicos -«un resfriado», según el benévolo dictamen del espontáneo médico de La Moncloa- no es más que un diagnóstico voluntarista de la peligrosa enfermedad que este Gobierno ha inoculado en la sociedad española al rescatar debates superados hace tiempo por nuestra comunidad política y social. Esta legislatura, que surgió del grave shock traumático del 11-M, expira entre estertores de vacuidad política, sacudidas de sectarismo retrospectivo y hemorragias de discordia, sin perspectivas de hallar la vacuna de un consenso volatilizado. Y la única terapia que se le ocurre al presidente es esa sonrisa hueca con la que parece estar recetando aspirinas a un moribundo.

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