domingo, octubre 07, 2007

Ferrand, Se busca izquierda solvente

lunes 8 de octubre de 2007
Se busca izquierda solvente Manuel Martín Ferrand

Salvo que se dé por bueno el mal de la hemiplejia social, tan asentado en nuestros dos grandes partidos de centro, les conviene a las naciones disponer de dos polos bien diferenciados en el debate político. Una izquierda sólida y responsable junto a una derecha inteligente y cosmopolita es el mínimo necesario para que el arco representativo se corresponda con la realidad y, en un sano ejercicio parlamentario, haga fructificar la fortaleza del Estado, el progreso de la nación y el bienestar de los ciudadanos. Evidentemente, no es nuestro caso.
Buena parte de los avances sociales que hoy todos damos por irrenunciables son una exigencia del liberalismo, la gran “izquierda” de los tres primeros cuartos del XIX, y una conquista de los partidos socialista y comunista —más de éstos últimos— en los finales del XIX y en los dos primeros tercios del XX. No sin excesos formales, esos grupos supieron ejercer su presión representativa y ahí están los resultados en los países que integran la UE.
En 1851, en carta dirigida a Karl Marx, decía Friedrich Engels: “Una revolución es un fenómeno natural gobernado por leyes físicas diferentes de las reglas que rigen a una sociedad en tiempos normales”. El problema estriba en saber cuándo los tiempos son normales y, en nuestro caso, desde el final de la Restauración —la de verdad—, cuando se agotó el diálogo entre liberales y conservadores y llegó la Dictadura de Primo de Rivera, no hemos conocido más normalidad que la que se alcanzó con la Constitución de 1978. La II República fue un esperpento y el franquismo una ignominia.
En tiempos de Francisco Franco, a todas luces anormales, la fuerza que simboliza el Partido Comunista, aún trabajando en la difícil clandestinidad, fue la encarnación de esa izquierda que, ante la ausencia de una derecha democrática, alcanzó valores de mito entre una buena parte de la sociedad española. No se olvide que, hasta Suresnes, el PSOE fue poco más que un recuerdo encarnado por unos viejecitos exiliados y nostálgicos.
La Transición devolvió al PCE, ya podado de leyendas y valores de subsidiaridad, a su verdadera dimensión, y debe reconocerse que su cooperación, resumida en la figura de Santiago Carrillo, fue una pieza valiosa para alcanzar el difícil y pacífico tránsito de una dictadura a una democracia. Desde entonces pasó el PSOE a ser “la izquierda” y, en aras de la demanda social, ha ido evolucionando hacia el centro excepto en algunas cuestiones, más próximas a las costumbres que a las ideologías, que son ya su única diferencia con el también centrado PP.
Izquierda Unida, un extraño magma de partidos y grupúsculos estructurado sobre el esqueleto del PCE, ejerce hoy, decadente y minoritario, la función de la izquierda clásica. Es un anacronismo que, además, cursa con grandes señales de confusión. ¿Cabe en una clasificación política tradicional una izquierda sin valores unitarios y dispersa en peripecias nacionalistas?
Peor que mejor, degradándose, esa IU ha cumplido un papel en nuestro juego representativo. En los últimos tiempos, Gaspar Llamazares, más voluntarioso que lleno de luz, ha protagonizado la decadencia del grupo que, ahora, ante la renovación de sus cuadros, presenta una nueva crisis que pudiera ser definitiva. Se dispone a experimentar el ejercicio interno de la democracia postal. Dada la tensión interna entre lo que queda del PCE y el resto de sus adheridos —55.000, dicen—, la cumbre de la coalición ha decidido una consulta —¡no vinculante!— con todos los afiliados. Llamazares y Marga Sanz, secretaria general del PCE de la Comunidad Valenciana, serán las opciones que dilucidarán las bases y que, después, le permitirá al Consejo Político de IU una decisión definitiva que surtirá sus efectos con vistas a las próximas elecciones legislativas.
Quizás resultaría más sencillo publicar en los diarios de máxima circulación nacional un anuncio que rezara: “Se busca izquierda solvente”. El procedimiento escogido no facilitará el establecimiento de un liderazgo sólido en IU y el PCE, su componente más identificable, corre el riesgo de rebajar más todavía su ya raquítica presencia social. Los tiempos cambian y transforman la sociedad, y ello, lógicamente, obliga a quienes quieren ser sus representantes.

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