domingo, octubre 21, 2007

Ferrand, Recuerda, Esperanza, eres mortal

lunes 22 de octubre de 0207
Recuerda, Esperanza, eres mortal Manuel Martín Ferrand

El diario El País dejó ayer de ser “independiente de la mañana” para convertirse en “global en español”. Es el cambio de los tiempos. A Santiago Amón, que tanto nos enseñó, le divertía mucho la “independencia” de El País y solía aclarar, con mucha gracia, que lo era con respecto a la mañana. No necesariamente durante la tarde y la noche. Ahora el periódico ya no es independiente a ninguna hora del día. Es “global en español”, que no sé muy bien lo que quiere decir, pero que concuerda con la vocación aerostática que Juan Luis Cebrián ya manifestó cuando alumbró El Globo, un semanario frustrado como tienden a ser los semanarios que se despachan por estos pagos salvo que se especialicen un par de palmos más abajo del corazón.
El País, un gran diario en el que la calidad informativa se compatibiliza —o compatibilizaba— con notables servicios al poder socialista, que se lo pregunten a Felipe González, ha llegado a ser el primero, por ventas y relevancia, entre todos los que se editan en España y, tocado por el virus del diseño —con el que los editores tienden a disimular la carencia y distorsión de contenidos que hoy se lleva en los medios—, ha experimentado un moderado cambio de aspecto. Como para celebrarlo, incluía en la edición del pasado domingo una información firmada por Ernesto Ekaizer que se resume en el titular que la encabezaba: “Aguirre irrita al Rey por defender al locutor que pide su abdicación”. Aguirre es, naturalmente, la presidenta de la Comunidad de Madrid, y el locutor aludido, Federico Jiménez Losantos.
Como todo el mundo sabe, menos el Consejo de Administración de la COPE, Jiménez Losantos suele reclamar en su madrugador programa de radio la abdicación del Rey en la persona del Príncipe de Asturias. Ese tipo de quiebros —estamos ante la figura de un gran retórico— son los que tejen su éxito entre un amplio sector de votantes del PP, el más radical por la derecha. Así, de la misma manera, suele alancear a Alberto Ruiz-Gallardón o castigar a Mariano Rajoy, devoto asistente a sus convocatorias para la entrevista, llamándole “maricomplejines”. Es su estilo, y de no ser por lo chocante que resulta que sea la Conferencia Episcopal la que lo soporta y amplifica, poco o nada habría que decir de ello.
Losantos, en su feroz y muchas veces brillante persecución de la izquierda, suele arremeter contra todo lo que se mueve en la derecha del espectro político y, muy especialmente, contra quienes se titulan liberales o propugnan el liberalismo y, seguramente, su única excepción a esa regla sea Esperanza Aguirre. El periodista, como buen turolense, debe de sentirse tal que un nuevo Diego y ve en ella, la presidenta que le honra con sus favores y concesiones —audiovisuales—, a una Isabel contemporánea. Buena pareja para el mármol de las relaciones prensa-poder y magnífico material para la crónica de Ekaizer.
Esperanza Aguirre es, sin duda, una política de raza, plena de capacidad, bien dotada para la seducción del electorado y con un buen muestrario de méritos y servicios desde sus primeros pasos gestores en el Ayuntamiento de Madrid. Forma parte de la escasa docena de personas que, por la derecha o por la izquierda, en el panorama político español vigente, podría optar a cualquier cargo representativo. ¿Se le habrán subido a la cabeza la valía y el mérito? Alguno de sus últimos gestos, que lo testifique su compañero Ruiz-Gallardón, parece acreditarlo.
Del mismo modo que en la Roma antigua, Esperanza Aguirre debiera hacerse acompañar de alguno de sus siervos —muchos y no todos buenos y ejemplares— para recordarle al oído, en los momentos de gloria y aplauso: “Recuerda, Esperanza, que eres mortal”. El memento mori lo escucharon en su día los generales triunfantes y los césares victoriosos. Ahora le vendría al pelo a una mujer que, al tiempo que olvida sus viejas prédicas liberales, incurre en errores tan notables como pedir un “trato humano” para uno de sus pupilos, precisamente el que se caracteriza por una actitud más inhumana y sañuda con sus víctimas del aire. “Es intolerable”, dijo el Rey Juan Carlos al escuchar a la presidenta. Y nunca un rey habló con tanta justeza y precisión.

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