miércoles, octubre 17, 2007

Ferrand, La tiza de Ibarretxe

miercoles 17 de octubre de 2007
La tiza de Ibarretxe

M. MARTÍN FERRAND
NO es necesario tener una pizarra para estar en posesión de una tiza. Por eso son tantos los que pintarrajean en las paredes. Es el caso de Juan José Ibarretxe. No es el jefe del Gobierno de un Estado, pero se da ínfulas de serlo. Les ocurre a quienes, instalados en el poder, sienten la tentación excluyente y, aún con pregones democráticos, ejercen discriminaciones fascistonas. Ibarretxe, que trata de rellenar con contumacia los agujeros que él mismo le hace a la Constitución del 78, insiste en pretender de José Luis Rodríguez Zapatero un «acuerdo similar al de Downing Street» en el que, va para quince años, el Reino Unido aceptó la voluntad popular de Irlanda del Norte. Claro que, y da pereza tener que repetir lo obvio, la situación del País Vasco se parece a la de Irlanda como un huevo a una castaña. O menos todavía, que el huevo y la castaña son comestibles y esto del separatismo vasco no hay quien lo digiera y asimile si no se desciende a la simplicidad del capricho y a la voluntad de los caciques de caserío.
Como aquí, en España, todo tiende a ser raro y difícil, distante de la lógica y no necesariamente sujeto a la razón, el presidente Zapatero ya anticipó en el Foro de ABC la respuesta a la pregunta que veinticuatro horas después había de formularle el lendakari y ayer era portada en este diario: «Le diré a Ibarretxe que quiere algo ilegal, electoral, unilateral e inviable». No deja de ser original, y no sé si será fecundo, un método de diálogo en el que las respuestas preceden a las preguntas; pero, instalados en el disparate, ¿qué más da? El «proceso de paz» de Zapatero, una melopea de despropósitos, tenía que generar una gran resaca y ahí, en la insistencia del jefe del Ejecutivo de Vitoria, está uno de sus efectos. No podía ser de otro modo cuando, además, las relaciones entre Ibarretxe y sus mayores en el PNV están en veremos y el lendakari tiene que aliviar en gestos ante sus electores lo que no tiene en el apoyo de sus mentores. Si la autoridad se coloca fuera de la ley, la convivencia se viene abajo. Se desmorona. La Constitución se queda hueca y el Estatuto pierde el aliento que lo justifica.
Cuando Ibarretxe, tiza en mano, reclama un acuerdo como el de Downing Street es víctima, pobrecito, de una gran alucinación política. Se equivoca de enfermedad y de tratamiento y así, en el mejor de los casos y en el supuesto de que la demanda no sirva para elevar la fiebre del enfermo, no conseguirá nada. Ni salirse con la suya que, dicho sea de paso, no merece la unanimidad de sus gobernados ni parece lo que social, económica y políticamente más les conviene. La consulta que Ibarretxe perpetra para el día de mañana sin más fundamento que el de su capricho sólo puede conducirle, en el mejor de sus deseos, a la frustración y, muy posiblemente, al fracaso. Cada tonto tiene su tiza y algo tiene que hacer con ella.

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