martes, octubre 16, 2007

Ferrand, El serenisim Zapatero

martes 16 de octubre de 2007
El serenísimo Zapatero

M . MARTÍN FERRAND
JOSÉ Luis Rodríguez Zapatero aprovechó el puente del Pilar para, en un cigarral de Toledo, proclamarse líder de la España serena. ¡Toma castaña, que estamos en otoño! El gran crispador de la vida española, profanador de tumbas y recuerdos, predicador de la hemiplejia en la memoria colectiva, quiere ahora ser y parecer serenísimo; ¿como un príncipe o como una república? Le acompañaron en el acto de autoproclamación los integrantes del Consejo Territorial del PSOE y, curiosamente, la fotografía que perpetúa el acontecimiento, en la que luce al fondo el Alcázar toledano, aparecen haciéndole guardia de honor a su serenísimo secretario general veinticuatro barones del partido y sólo tres baronesas. ¿Qué habrá sido de la famosa paridad con la que los socialistas pusieron el sexo por delante del seso?
Ignoro la naturaleza del truco para el que Zapatero necesita alardear de su serena condición y tras el que, seguro, se esconderá alguna malquerencia que vaya más allá de las acostumbradas para Mariano Rajoy. En eso del deshacer y demoler, el líder socialista es tan incansable como siniestro -no me atrevería a decirle diestro ni aun para subrayar su habilidad- y algo se traerá entre manos para darle rienda suelta a sus nostálgicas dependencias y, de paso, ir arrancando los votos que le harán falta para continuar en La Moncloa. Por el momento, lo previsto es que hoy reciba al lendakari Juan José Ibarretxe y los dos juntos escenifiquen un no que pueda llegar a ser un sí y que en su recíproca anfibología les sirva a ambos para contentar a sus respectivas y divididas parroquias.
Zapatero no puede permitirse el lujo, ya en campaña electoral, de rebajar un solo grado más sus ya decaídos niveles de españolidad. Ibarretxe tampoco está en condiciones, ni por cargo ni por militancia, de disimular con jeribeques su obsesión mal fundada y nada constitucional de que los vascos decidan, por sí y ante sí, el futuro que comparten con el resto de los españoles. Los dos están condenados a disimular sus acuerdos y desacuerdos.
Asistimos, en consecuencia, a una representación política con argumento forzado y conveniente para el protagonista Zapatero y su ocasional antagonista vasco. Algo que, en más o en menos, estará convenido desde antes de que Ibarretxe llegue a su cita y cuyo precio será satisfecho, si llega el caso, después de las legislativas y con las correcciones que establezcan la necesidad que tenga el PSOE de los apoyos parlamentarios del PNV. Ese es, en el fondo, el síntoma de nuestro mayor mal colectivo. Estamos entregados a unos líderes políticos que, independientemente de sus tallas y colores, viven entregados al fin de los próximos comicios -locales, regionales o nacionales- y no, como sería deseable, entregados al trabajo necesario para que mejore la existencia de las generaciones venideras.

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