miércoles, octubre 17, 2007

Fernando Castro Ruiz, Los Teletubis

miercoles 17 de octubre de 2007
Los Teletubis
FERNANDO CASTRO RUÍZ
Ninguna ocasión es mala para hacer el ridículo. Los expertos dicen que tensa la piel, relaja la papada e incluso los músculos, por ser fino, del «a posteriori». Lo malo es convertir ese ejercicio de intempestividad chapucera en norma. Carod es, a pesar de ese bigote de pseudo-filósofo, un insensato de tomo y lomo que se administra, sin la oportuna receta, dosis de paridas y desafueros que, como es manifiesto, perjudican su inestable salud mental. Resulta que el vocero de ERC anuncia, con el pecho inflado cual gallina, que Cataluña tendrá pabellón propio en la Bienal de Venecia. Se acabaron años de centralismo, de caspa a toneladas y de constante desprecio a los valores esenciales del pueblo catalán. Aquí habría que añadir, como emocionada música de fondo, a Laporta, otro infatigable profeta de la cerrazón patética, cantando el himno del Barça.
Lo malo ha sido que todo era un bluff y nadie había invitado a estos señores que tienen el tic de agitar camisetas de «selecciones autonómicas» en el Congreso de los Diputados. Regresaban más contentos que unas castañuelas de Fráncfort después de haber perpetrado un lamentable ejercicio de exclusión del que no habla «nuestra lengua» y estaban crecidos. Ese fue, ciertamente, el instante en el que Carod, con su habitual precipitación, decidió que él tenía que ser el primero en volver por la senda de la ridiculez. Parece que estaba al borde de la lágrima emocionada porque, tras tanto sectarismo españolista, los «nuestros» iban no sólo a entrar por la puerta grande del arte contemporáneo, sino que se les estaban acondicionando unos aposentos regios. Un asesor plenipotenciario llegó a sugerir que la grieta de la Tate de Doris Salcedo había aparecido repentinamente en la fachada del siniestro Pabellón Español que tenía los días contados.
Estaban a punto de contratar al comisario catalán, al diseñador catalán, al montador catalán, al camarero catalán cuando, a la manera del cuento de la lechera, todo se convirtió en nada. A Carod le da igual lo que digan las autoridades venecianas, él está persuadido de que en algún mundo, aunque sea en el de los teletubis, han invitado a la tierra de sus desvelos para que sea la protagonista total. Hay que iniciar una suscripción popular o hacer una rifa, para que el artista-comisario-político invitado sea el mismísimo Carod. Después de Los Torreznos solamente puede ir él. En una época en la que el arte está lleno de freaks, este personaje será encumbrado instantáneamente. No se le puede cortar el vacilón: tiene que ir tras soñar que estaba invitado. Que nadie se preocupe por el ridículo. Es inevitable.

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