lunes, octubre 01, 2007

Daniel Martin, El Rey y la nueva cortina de humo

martes 2 de octubre de 2007
El Rey y la nueva cortina de humo Daniel Martín

España siempre ha funcionado así: ha dado la espalda a sus problemas reales y se ha puesto a hacer encaje de bolillos con los detalles más insignificantes. Ahora que está en juego la forma del Estado, la distribución de la riqueza, la fragmentación del poder público en innumerables administraciones caciquiles, la legitimidad de una democracia con la que juegan dos partidos “nacionales” y varias bandas nacionalistas, los alborotadores profesionales —que juegan mejor en río revuelto— han conseguido que ataques aislados, y delictivos, a la corona de España hayan puesto en la palestra de nuestros complejos a Juan Carlos I, el rey que rompió con el franquismo para traer el periodo democrático y pacífico más largo de la Historia de nuestro querido y paradójico país.
La quema de fotos en Cataluña, y el hermanamiento con la gamberrada de algunos primos en Galicia y el País Vasco, ha vuelto a demostrar que en España no funciona el principio del imperio de la ley. Según el artículo 491.2 del Código Penal, “se impondrá la pena de multa de seis a veinticuatro meses al que utilizare la imagen del Rey o de cualquiera de sus ascendientes o descendientes, o de la Reina consorte o del consorte de la Reina, o del Regente o de algún miembro de la Regencia, o del Príncipe heredero, de cualquier forma que pueda dañar el prestigio de la Corona”. Según la realidad, en Cataluña sólo se ha actuado en un par de casos. De nuevo lo peor de la anécdota es que la principal víctima es nuestro Estado de Derecho, en coma desde hace lustros.
Aparte, en esta quema de fotos, en los ataques que desde distintas tribunas se han lanzado contra la Casa Real, en el protagonismo involuntario que, desde hace unos pocos días, ha alcanzado la figura del monarca, tan sólo se intuyen ciertas ganas de armar bulla para ocultar otros movimientos más siniestros y preocupantes. En España lo anecdótico suele adquirir tintes de grandeza por la incapacidad congénita de los españoles a escoger y tratar con profundidad, sensatez y racionalidad los auténticos lastres de su situación nacional.
Por supuesto que Don Juan Carlos y sus hijos han cometido errores, sobre todo por omisión. Son más sus ausencias que sus hechos lamentables. Pero eso no significa que la figura del Rey deba ser debatida. Sobre todo en la calle, con fotos y mecheros. Si alguien desea discutir la conveniencia de seguir con una monarquía constitucional o cambiar a una III República, que lo haga con valentía, grandeza y enjundia. Los ataques gratuitos a la persona del Rey sólo sirven para debilitar un poco más el sistema, que es el que ordena la Constitución que fue aprobada, de forma abrumadora, por el pueblo español. Y si alguien infringe la ley, que sea castigado.
Porque este debate nace desde un supuesto lleno de bajeza e interés. A ERC, la gran sigla republicana de nuestro país, le interesa atacar al Rey para seguir adelante con sus planes de desestabilizar la sociedad española para que el independentismo catalán deje de ser un delirio y torne en algo plausible. Y al resto de los poderes fácticos de nuestro país también les interesa esta cortina de humo que oculta sus auténticas carencias.
El Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, incapaz de hacer nada importante, de hacer nada bien, de siquiera aceptar un objetivo de auténtica importancia, de atajar el problema federal que, se sospecha, se promueve desde la Moncloa, se ve favorecido por esta polémica porque se ha dejado de hablar de la inutilidad del Ejecutivo, de su soledad en el panorama internacional. El PP, el partido opositor, tiene ahora en la figura del Rey el motivo ideológico que le faltaba, perdido como anda en la pereza de sus iniciativas y lo social-cristiano de sus propuestas.
Los poderes nacionalistas o independentistas encuentran en la figura del Rey la cabeza de turco para hacer más grandes sus demandas y ocultar mejor sus auténticas intenciones, que no son otra cosa que la de huir de España para consolidar sus reinos de taifas. Y muchos medios de comunicación se escudan en esta polémica para evitar el ataque necesario y responsable a los suyos y a los otros, para evitar enfrentarse de una vez a la perentoria crítica que necesita el estado actual de las cosas, donde nada funciona, donde todo está manejado menos, de vez en cuando, las actuaciones y actitudes de los miembros de la familia real.
En este momento, en España, el debate sobre monarquía o república carece de sentido. El sistema falla por todos lados, y lo de menos es lo que hagan unos pirómanos de baja estofa. Pero la fuerza que ha cobrado el debate vuelve a mostrarnos la debilidad y carencias nacionales. Aquí gusta el ruido sobre lo accesorio, que el silencio de lo obviedad disparatada y escandalosa se oculta mejor cuando hay nombres, figuras o sucesos que ponen el debate informativo a la altura de Aquí hay tomate o las arengas de Federico Jiménez Losantos o Iñaki Gabilondo. La Nación y el Estado de Derecho están muertos; ¡viva el Rey!
dmago2003@yahoo.es

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