lunes, octubre 01, 2007

Jose Javaloyes, La senda ecuatoriana al socialismo

martes 2 de octubre de 2007
La senda ecuatoriana al socialismo José Javaloyes

Ya tiene Rafael Correa los escaños que necesitaba para sacar adelante algo que no es propiamente su proyecto de Constitución, porque el proyecto y modelo del presidente de Ecuador, por lo que se sospecha con fundamento, se parece al de Hugo Chávez, el bolivariano y caudillil presidente de Venezuela, como se parece una gota de agua a otra. El tren populista sigue así adelante, a toda máquina. Con la caldera repleta de petrodólares en llamas.
Habla Correa también de la compartida apuesta —con Nicaragua y con Bolivia— por el “socialismo del siglo XXI”; pero ha incluido la precisión de que es un socialismo no marxista (como tampoco lo fue, por ejemplo, el socialismo nacionalista de la Alemania nazi), frente a ciertas expresiones del chavismo venezolano que incluyen el adjetivo “comunista”. En el revuelto baúl del neopopulismo iberoamericano, a lo que se ve, hay trapos de muchos colores. Aunque tal espectáculo de policromía ideológica puede que tenga mucho menos de pluralismo y riqueza de matices que de confusión. Sin embargo, justo es reconocerlo, lo que aparece en el denominador común es un eco de fondo inequívocamente totalitario.
La convocatoria de las urnas ecuatorianas para una Asamblea constituyente desde una base de multipartidismo tan profusa y tan confusa (han sido 497 partidos los que han participado) puede tener un significado simbólico de enorme sarcasmo: como punto de acceso para un sistema político totalitario, de progresiva decapitación de libertades, presumiblemente paralela, como en Venezuela, al proceso de consolidación de un poder presidencial que sólo rendiría cuentas ante sí mismo.
Esas definiciones antiliberales hechas por Rafael Correa, al saberse con precisión suficiente los términos de su victoria electoral, corroboran los temores y cautelas expresados por los observadores internacionales, cuya opinión siempre será tenida más en cuenta que los juicios de sus adversarios interiores: poco menos que el total de la clase política ecuatoriana.
El aparato constitucional que resulte del proceso abierto con estas elecciones para una asamblea constituyente no será simplemente distinto de las Cartas anteriores —fuera, claro está— de las situaciones de excepción. Su vocación expresa es la de ser andamio normativo de un régimen bien distinto del propio de las democracias liberales y parlamentarias.
Y aunque probada esté la muy limitada capacidad de estas democracias ante la plural complejidad de sociedades tan desequilibradas —en lo social, en lo étnico y en lo económico— como las del hemisférico hispánico, más probada está todavía la capacidad de retroceso social, económico y político de los sistemas antiliberales en ese mismo escenario iberoamericano. Sólo hay que mirar los actuales despojos de lo que Cuba fue —incluso con la dictadura de Batista—, al cabo de los 40 años castrismo; o la Nicaragua que dejó la gente de ese Daniel Ortega, que, gracias a la democracia parlamentaria, ha vuelto donde solía.
De las dictaduras, de presentación diversa y muy diversa manufactura, nada bueno es lo que cabe esperar. Sin embargo, su rasgo compartido es el de la perpetuación, sobre todo si ingresos petroleros como los de la Venezuela de Chávez permanecen por las nubes. Ecuador también tiene oro negro, aunque no tanto como el que nutre desvaríos como el chavista. Para negaciones de libertad toleradas por Occidente se necesita más petróleo. Como el de las teocracias islámicas de Oriente Próximo, por ejemplo.
jose@javaloyes.net

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