martes, octubre 16, 2007

Carlos Luis Rodriguez, ¿Quo Vadis?

miercoles 17 de octubre d e2007
CARLOS LUIS RODRÍGUEZ
a bordo
¿Quo Vadis?

Si esto hubiese ocurrido hace algunos años, en ese coche oficial que llevó a Ibarretxe hasta la escalinata de La Moncloa habrían viajado más personas. Por lo menos, un nacionalista catalán y otro gallego que, al abrise la puerta del vehículo, animarían al lehendakari como miembros de un mismo equipo. Ya dentro, en compañía de Zapatero, el vasco se sentiría el delantero centro de una seleccción periférica que disputa con el Estado un largo partido.
Pero el lehendakari iba solo. No hay equipo alguno detrás, ni siquiera un PNV unido en torno a su extraña aventura. Si antes el nacionalismo vasco era para algunos un modelo a seguir, admirar o respetar, a día de hoy es un modelo a evitar. Ha logrado edificar un país moderno y próspero, pero se aferra a mitos anacrónicos.
De acuerdo con esa mitología, ese nacionalismo en el que se siente a gusto Ibarretxe, necesita un momento culminante en el que se cruce solemnemente la frontera de la soberanía. De nada vale que esté gobernando, que tenga más poder real que muchos estados independientes del mundo y desde luego mayores recursos; hay que satisfacer los viejos simbolismos.
El hombre que acaba de visitar La Moncloa, en el fondo se siente como Michael Collins cuando acudió a Londres a tratar con Lloyd George, o como Gandhi en su histórica entrevista con Lord Mountbatten. Sin embargo, ni el irlandés ni el hindú se bajaron de un coche oficial, ostentando la representación del Estado en su territorio. El lehendakari la tiene, por lo que su proyecto es una rebeldía contra sí mismo.
Entre los logros que frustra la huida hacia delante está la incipiente coordinación nacionalista para ofrecer un modelo diferente de organización territorial. A partir de ahora, existen unos nacionalistas que quieren cambiar el mobiliario y tirar algún tabique, y otros que optan por dejar la casa. Entre los primeros estaría el gallego, el de CiU y hasta el defendido sin fortuna por Josu Jon Imaz, mientras que Ibarretxe se apuntaría al nacionalismo pródigo.
Contra esta modalidad es para la que están mejor entrenados Zapatero y Rajoy, si es que le toca. Al inquilino de La Moncloa le basta con ser el frontón. Cada pelotazo es una ocasión para exhibir sensatez y dejar en evidencia la soledad de un pelotari que poco a poco irá cansando a su público.
No había nadie más en ese coche que se detuvo ante las puertas de la residencia del presidente, porque las pretensiones del visitante no llevan a ningún sitio. El nacionalismo, según el lehendakari, es un proyecto escarranchado entre los mitos y las realidades, que duda constantemente entre dar prioridad a la gestión, o seguir cultivando resesas leyendas en las que España es una potencia opresora, y el PNV un resistente con las masas detrás.
Antes habría habido aquí en Galicia forofos que verían en el gesto del lehendakari el anticipo de un sueño que algún día podría cumplir un gallego. Se pensaría tal vez que este audaz capitán, que navega hacia su referéndum, estaba abriendo una ruta hacia un horizonte que podría compartirse. Pero esa parte del nacionalismo vasco ha decidido caminar solo, y solo se encontró al abandonar La Moncloa.
No será Gandhi ni Collins, sino la excusa para que PSOE y PP compitan por ser los que mejor se oponen a la amenaza. Les brinda una causa. Reaviva un fantasma. Alienta una marea en contra de la que tendrán que protegerse los nacionalismos que están dejando la mitología.

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