miércoles, octubre 10, 2007

Arden las sombras

jueves 11 de octubre de 2007
Arden las sombras
AYER tarde entre sueños tuve una terrible pesadilla. Cuando desperté sólo recordaba el tema y una cara retorcida sin contornos precisos, desfigurada, como los retratos del inglés Francis Bacon, pero la sensación era amarga y no podía despertar del todo recuperando mi ritmo normal; el tema era sobre el infierno, me pregunté irónica que en unos tiempos de descreimiento como este a quién se le ocurre más que a mí pensar en dicho sitio y más con aquella riqueza de matices: la cara que emergía de mi sueño, era terrorífica, totalmente infernal, y recuerdo que el punto de vista era muy interesante, pero sólo subyacía la imagen y cierta ansiedad. Se me vino a la cabeza Patinir, cuya exposición visité recientemente, como justificación a mi sueño, pero no, Patinir, que en algunos cuadros, pocos, sigue el realismo mágico o el tenebrismo del Bosco, como en su cuadro «La barca: Caronte pasando la laguna Estigia» donde a un lado se halla representado el infierno en su forma más primitiva, entre llamas y tormentos, con condenados que lanzan gemidos y entre fuego. Mas no, repito, en mi pesadilla no había fuego, ni tan siquiera los azules claros, tan intemporales y bellos del cuadro de la barca de Caronte, no, tampoco rojo, fue una pesadilla en blanco y negro, como un crudo reportaje de algún alma en pena, circulando por las vías grises y negras, ni tan siquiera blancas, en un esfumado de mi cerebro.
Para salir de aquella especie de letargo agónico a que me condenaba la vigilia posterior, pensé en los cuadros que más me habían impresionado de Patinir, y en esos azules purísimos y bellos de sus nubes y lagos junto al gris totalmente moderno de sus montañas, frente al tema religioso, de Vírgenes, Santos o profetas que trata y que quedan, a pesar de ocupar el plano central, difuminados por la gran fuerza y maravilla de este paisaje, que crea -dicen que fue el padre del paisaje-, y sobre todo, recrea. Hay otra serie de telas de pintores contemporáneos suyos, que también conceden gran importancia al paisaje, pero esa naturaleza que se pone en pie y llama a ser la gran protagonista, por su realismo en unos cuadros, por su idealismo en otros, su referente único, principal, armónico y genial, no lo hallo en ellos sino en el maestro, en Patinir, que me dejó en algunos cuadros materialmente con la boca abierta...
Para olvidarme totalmente de la pesadilla, porque a mí aún me impresionan las tinieblas que conlleva el infierno, al menos cuando no lo controlo con la razón y se apodera de la fantasía y todos los monstruos que nacen en los sueños, como la otra tarde, vuelvo a recordar otra exposición. La de Van Gogh y los impresionistas. Qué capacidad de convocatoria tiene este hombre, este movimiento. Las entradas se habían acabado una semana antes en los puestos de venta habituales. Si querías verla tenías que desplazarte al Museo Thyssen y allí hacer una cola de X tiempo, mayor cuánto más cerca estaba del fin de semana. Yo tuve suerte porque un día al pasar por allí, la saqué para la fecha y hora deseada. Había cuadros muy interesantes, todos de la última época del pintor antes de su suicidio, que era la época del holandés representada, junto con algunos paisajes de impresionistas que pintaron también allí, en Auvers, como Pissarro y Cézanne, que fueron, entre otros, los precursores del movimiento. Pero lo que se movía en torno a Van Gogh y la exposición: «Los últimos paisajes» eran artículos para la venta, y tras ella el afán de comprar era más que notable; todo estaba a la venta, desde un lápiz, hasta una camiseta. Muchas cosas agotadas ya, como posters de los lienzos expuestos.
En fin he aquí mi actividad más que lúdica, creativa, inmersa en el arte, de dos domingos pre-otoñales por la mañana, que se llevaron los demonios capaces de engendrar pesadillas, mientras el sabor de la belleza de estos cuadros me llenaba el alma de un rico sabor a compota y menta

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