viernes 13 de abril de 2007
No me arrepiento de nada»
Miguel Ángel Loma
L A acelerada pérdida de la dimensión religiosa en la sociedad occidental, encuentra una de sus causas principales en el ataque al innato sentimiento humano de culpa que, a ojos de «los nuevos moralistas», vendría a ser como un falso postulado de la cultura judeocristiana, un artificioso engaño clerical, una taimada ficción que, «tras siglos de lavado de cerebro», nos hizo creer que la vida era un valle de lágrimas cuando en realidad se trata de un Parque Temático de experiencias superguays. La fórmula para adoptar esta visión de buen rollito vital y del carpe diem horaciano en su interpretación más frívola, radicaría en estar sano e ignorar el sufrimiento que podamos encontrar a nuestro alrededor. Este discurso «liberador» ha generado la pérdida del sentido del pecado y la quiebra del concepto de responsabilidad personal, que se diluye progresivamente en una genérica y anónima responsabilidad social o impersonal: la culpa es de la sociedad, de las estructuras, del caos cósmico, del mágico influjo de las variables fases de la luna y hasta del temible cambio climático. Bajo éstas y otras excusas similares justificamos nuestros actos y nuestras conciencias para quedar siempre como pobres víctimas inocentes. Y una consecuencia verbalmente gráfica de todo ese discurso exculpatorio es la frase tan utilizada hoy del «No me arrepiento de nada», que ha pasado a ser una muletilla más que llegamos a utilizar, como tantas otras, sin pensar en su auténtico significado, y creyendo que con tan rotunda declaración manifestamos una sólida y madura personalidad. La verdad es que la frasecita de marras adquiere caracteres esperpénticos cuando procede de uno de esos personajes, principalmente del mundo de la farándula y el famoseo, cuyo currículum vitae lo integran un reguero de matrimonios, propios y ajenos, rotos, demandas por mil pleitos de honores ya inexistentes, una demostrada incapacidad para amar y ser amado y, en fin, una huida de angustiosas soledades que casi siempre conducen a estúpidos refugios en todo tipo de adicciones. Para entendernos: una de esas «vidas ejemplares» que la posmodernidad presenta a las nuevas generaciones como el prototipo de personaje triunfador. Esta clase de personas es frecuente que, tras la consabida frasecita, añadan algo parecido a: «porque de todo he sacado lecciones y todo me ha servido para ser yo mismo». Y en eso llevan razón porque, en efecto, todo les ha servido para ser ellos mismos: los mismos imbéciles que eran la primera vez que metieron la pata y se sintieron orgullosos de ello. Así les va. Define el DRAE arrepentirse como sentir pesar por haber hecho o haber dejado de hacer algo. Y a poco que meditemos sobre nuestras vidas, que nos detengamos unos minutos en el silencio de nuestras almas examinando acciones y omisiones pasadas, y seamos mínimamente rigurosos y veraces, encontraremos muchas actuaciones que no nos provocan precisamente un subidón de eso que ahora llaman «autoestima». Arrepentirse no sólo no es malo, como parece que piensan los bobitos famosetes mediáticos, sino que nos hace crecer en humildad, posibilita la rectificación y nos ayuda a comprender y perdonar mejor los errores, tanto propios como ajenos. Por el contrario, la cobarde justificación de nuestras culpas y revestir la conciencia con piel de paquidermo sólo nos conducen a una mayor desorientación vital, a juzgar severamente a los demás, y a engrosar las ya muy nutridas listas de pacientes de las consultas psiquiátricas.
jueves, abril 12, 2007
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