viernes 13 de abril de 2007
Un ejemplo de progresismo decadente
Ignacio San Miguel
A CABABA de terminar el artículo precedente, cuando se me ocurrió comprar “El Diario Vasco”, encontrando en este periódico un ejemplo bastante ilustrativo de lo que exponía en dicho artículo. Se trata de una entrevista con el antiguo consejero de Educación en el Gobierno Vasco, José Ramón Recalde. Como el resto de los miembros socialistas de aquel gobierno de coalición, realizó una labor muy favorable a los nacionalistas, promoviendo la implantación de “ikastolas”. Sufrió un atentado terrorista hace unos años y hubo quien comentó que la joven que disparó sobre él se debió educar en alguna de las escuelas que él propulsó. Diversas manifestaciones en su entrevista nos lo presentan como ejemplo paradigmático de la progresía. Pero de una progresía que resulta destartalada y antañona cuando, refiriéndose a que Rayoy había dicho que la última manifestación de Madrid le había parecido algo muy bonito, comenta que esto le recordaba aquello de “volverán banderas victoriosas al paso alegre de la paz.” ¿Y este es un hombre inteligente? ¿Qué tiene que ver el himno de la Falange con que a alguien le haya parecido bonito el ver una manifestación con muchas banderas españolas? Este hombre vive de estereotipos, de unas asociaciones de ideas de una vulgaridad asombrosa. Asombrosa en un señor que es presentado como un intelectual de gran calibre. Y proclama explícitamente esta vulgaridad de pensamiento cuando dice que “el ondear de las banderas españolas a mí me repele un poco porque me recuerda la tiranía de Franco”. Nos encontramos, a lo que parece, con un intelectual con ideas de cafetería barata. Se aparta, además, de la idea clásica de los intelectuales al uso, que juzgan a las banderas como simples trapos, en cuyo caso no deberían tener la virtualidad de recordar tiranías u otras catástrofes. Pero, quizás, no haya caído en la cuenta. Naturalmente, se muestra favorable a la política de acercamiento a los terroristas del presidente Rodríguez Zapatero, y disiente de la crítica de Fernando Savater a la excarcelación de De Juana o a la retirada de las acusaciones a Otegui. Dice: “¿Las medidas sobre De Juana? No vayamos a entrar en moralismos. El derecho es un sistema que tiene que resolver la política dentro de la ley y la política se determina como cálculo de oportunidad.” Un lenguaje que, en cuanto a falta de claridad y precisión, envidiaría el obispo Setién, pero que, de todas formas, se entiende. La oportunidad del momento como regla de oro. Sigue: “Sobre este asunto concreto, tenía que elegir entre si era peor lo que hacía o la solución contraria, pero políticamente, no en el plano humanitario. ¿Qué hubiera pasado en caso contrario? Quienes tanto la critican tenían que analizar el mal que podía traer una solución contraria.” ¿Y quién le ha dicho a este señor que los críticos no han analizado esto? Está claro que un Gobierno sometido a presión podrá ceder a la misma o resistir. Para ambas decisiones tendrá razones. Siempre hay razones para resistir y para ceder. Resulta evidente que Recalde, como el Gobierno, prefiere la cesión y las razones que la apoyan. Pero nos muestra con la mayor contundencia su condición inmaculada de seudoprogresista cuando reflexiona: “El régimen penitenciario es lo menos aproximado a la Justicia que puede haber en el campo del derecho. ¿Dónde está la justicia de meterle a uno en la cárcel o de condenarle a muerte o de dejarle en libertad? Son respuestas políticas del Estado en las que el elemento de conveniencia tiene que jugar.” Se queda uno perplejo. ¿Es decir que no hay justicia en meter en la cárcel a un violador? ¿No hay justicia en meter en la cárcel a un asesino? ¿Todo tiene que estar supeditado a la conveniencia? ¿Qué es la justicia, entonces, para el señor Recalde? ¿De qué entelequia está hablando? Resulta desalentador que un señor que pasa por intelectual nos ofrezca el espectáculo de un caos mental que entra en colisión frontal con el sentido común. Se muestra favorable a que, si los terroristas abandonan definitivamente su actividad, se llegue a una liberación paulatina de los presos. Pero espera que los asesinos de Fernando Buesa y Juan María Jáuregui no salgan rápidamente a la calle. ¡Mira qué bonito! ¿Y por qué no habían de salir? Porque eran socialistas amigos suyos. ¿Pero no habíamos quedado en que no hay ninguna justicia en tener a nadie en la cárcel? Tampoco dice nada de los asesinos de Gregorio Ordóñez y otros del Partido Popular, naturalmente. Opina que este partido está fomentando peligrosamente el nacionalismo español. Perfecto. Menos mal que condena la bestial agresión a Antonio Aguirre en Bilbao, aunque añade un pero, el pero de siempre, el pero que era de esperar. No está conforme con la actitud del Foro de Ermua. Claro, la agresión fue algo condenable… pero Antonio Aguirre hizo mal en manifestarse. Y en el Foro de Ermua militan socialistas disidentes muy poco acordes con la decadencia de Recalde. Se supone que este Recalde no se habrá molestado en telefonear a Antonio Aguirre para interesarse por su salud. El agredido manifestó en la radio que nadie se había interesado. Por descontado que la infrabestia que le agredió no ha ido a pedirle perdón, pero tampoco le llamó nadie del Partido Nacionalista; y, tampoco, y esto es lo significativo, nadie del Partido Socialista. Tampoco hay constancia de que lo hiciera el Partido Popular. Resulta curioso, aunque también mezquino y vil. Existe un sector sano del socialismo que parece provocar la aversión general. A la derecha, por ser de izquierda. A la izquierda, por ser un sector crítico y combativo y esto ya no se lleva (que se lo pregunten a Recalde). A los nacionalistas, por motivos obvios. Al clero, por ser anticlericales (aunque lo sean por motivos muy serios). Una vez más, ocurre que el vacío va rodeando a las personas honestas. Y este vacío no lo va a colmar el derrotismo de un gurú de los años 60-70 y su corrillo lamerón del té de las cinco.
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