miércoles, febrero 07, 2007

Xavier Navaza, Un paseo por los sueños de la nacion

jueves 8 de febrero de 2007
Xavier Navaza
corresponsal en galicia
Un paseo por los sueños de la nación
En medio del spleen que ayer cayó como una niebla sobre el hemiciclo de la Casona del Hórreo, hubo momentos con vocación de enigma durante la velada que sus señorías organizaron para echarse los trastos a la cabeza y culparse mutuamente del fracaso de la modificación del Estatuto de Autonomía.
Por ejemplo, cuando el vicepresidente, Anxo Quintana, acusó al líder del PPdeG, Alberto Núñez Feijóo, de concebir la Carta Magna de Galicia como un instrumento -"una coartada", precisó el alaricano- para arrancarle a Madrid lo que Compostela le pida: "Nosotros, no", sentenció Quintana: "Nosotros no queremos pedirle más al Estado, sino autorresponsabilizarnos de nuestro propio futuro".
He ahí una manifestación definitivamente abertzale. Ahora, a juzgar por sus palabras, caemos en la cuenta de que el joven Quin aspiraba a poco menos que a la autodeterminación con el nuevo Estatuto... si la reforma llega a salir de su gusto tras la última cita de Monte Pío: "Usted escenifica un paripé", le dijo Quintana a Feijóo, "y quiere que Papá Estado nos dé lo que le pedimos... pero eso se acabaría con un nuevo Estatuto".
Quintana, a su manera, hablaba de la emancipación nacional de Galicia. La mayoría de edad, al fin, y el abandono de la casa petrucial.
Es decir, que podemos creer que hubo días -durante los sinuosos debates de la reforma- en que Quintana llegó a verse al borde de la soñada independencia nacional. El vicepresidente de la Xunta de Galicia quiso probar la capacidad de encaje de don Alberto y le preguntó: "¿Estaría usted dispuesto a apoyar que la política económica del Estado la decida una comisión bilateral?" He ahí una cuestión de auténtica enjundia. Tanta que también se la habría podido plantear al presidente Emilio Pérez Touriño.
La respuesta, no lo duden, sería la misma en ambos casos: negativa. Porque seguro que por aquí nadie logra imaginarse a don Emilio atrincherado ante las almenas del superministro de Economía, Pedro Solbes, para exigirle a Madrid un trato exclusivo y bilateral con el Gabinete autonómico gallego a la hora de realizar el reparto, no sólo de los Presupuestos Generales del Estado para el próximo año sino de la política económica del Estado español durante próximo quinquenio.
Algo debió de funcionar mal durante las sucesivas citas de Monte Pío, como para que Quintana llegase a albergar tantas esperanzas sobre los contenidos financieros de la reforma. Y la clave que tal vez explique el espejismo podría estar en la cuidada ambigüedad que Pérez Touriño le supo transmitir a sus posiciones, en su deseo de contentar a tirios y a troyanos. El caso es que don Emilio, lejos de ejercer como imán que conciliase lo irreconciliable, apenas logró quedar en tierra de nadie y, con ello, dejando mucho que desear no sólo con los populares sino también con los nacionalistas. Sólo así se entienden las públicas disculpas que el presidente le pidió ayer a su vicepresidente.
Fue, el de ayer, a pesar de todo, un debate de guante blanco y sin mayores consecuencias para la salud política de la nación. Posiblemente, innecesario. Tras él queda la sospecha de los silencios que no han sabido o no han querido salir a flote: como si entre Pérez Touriño y Núñez Feijóo se hubiese establecido un secreto pacto entre caballeros para no desvelar algunas piezas de este guión inconcluso.
Si no, no se entienden las enigmáticas palabras del dirigente popular: "Usted no se aclara", le dijo al presidente al tiempo que le desafiaba a "enseñar el papel", escrito a lápiz, que recogía literalmente el momento en que ambos estuvieron convencidos de que era posible el acuerdo y que ya sólo se trataba de convencer al joven Quin.
BALONES FUERA
El heroico bálsamo del fracaso
Anxo Quintana ha optado por darle un suave acento heroico -en su propio beneficio- al fracaso de la reforma del Estatuto de Autonomía. Mientras los demás echan balones fuera, él, consciente de que así ejerce de bálsamo sobre la disidencia interior del Benegá, admite su cuota de culpa. Asume el fracaso, sí, porque él es "responsable" -dijo ayer en el hemiciclo- de haber querido para nuestra tierra "un Estatuto de nación". No fue posible, pero los viejos dioses lares saben que lo intentó. De esta guisa intentará sacudirse las acusaciones de "regionalismo" que, de un tiempo a esta parte, se oían como sentencias de acero en la abigarrada fronda del nacionalismo galaico .

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