viernes 9 de febrero de 2007
Un ministro para la confrontación
EL nombramiento de Mariano Fernández Bermejo como ministro de Justicia es una provocación de Rodríguez Zapatero no sólo al Partido Popular, sino también al Poder Judicial, a los fiscales y, en general, al sistema institucional, al que se le debe un mínimo de respeto en la selección de sus más altos cargos. Fernández Bermejo es, ante todo, un sectario, en el sentido más peyorativo del término. Y lo ha demostrado de la peor manera posible, esto es, desde el ejercicio de las funciones públicas que tuvo encomendadas como fiscal jefe del Tribunal Superior de Justicia de Madrid, en el que se mantuvo hasta 2003, cuando la entrada en vigor del nuevo Estatuto Orgánico del Ministerio Fiscal produjo la renovación de todas la jefaturas de la Fiscalía. Por eso, afirmar que Fernández Bermejo fue perseguido o represaliado por el PP es sencillamente una falacia, porque el Gobierno de Aznar lo mantuvo en su puesto durante siete años, y ello a pesar de que su deslealtad enfermiza hacia el entonces fiscal general, Jesús Cardenal, debió acarrearle la correspondiente sanción disciplinaria. Para saber lo que es un fiscal represaliado, baste recordar a Eduardo Fungairiño. El principal problema de Fernández Bermejo no lo tuvo con el PP. Lo ha tenido siempre con sus compañeros de carrera, que nunca le han dado su voto de confianza para ninguna de las jefaturas que al final ostentó gracias, exclusivamente, a su fidelidad al PSOE. Incluso ni sus compañeros de la Unión Progresista de Fiscales le apoyaron en las elecciones al Consejo Fiscal celebradas en 2005, a pesar de ser el líder de la candidatura. Quedó en cuarto lugar y fuera del Consejo Fiscal, que es el órgano de representación de los fiscales.
Este nombramiento es una agresión política deliberada al Partido Popular, porque se hace a conciencia del resentimiento que siempre mostró Fernández Bermejo hacia este partido. En un homenaje celebrado tras su cese en la jefatura de la Fiscalía de Madrid, Fernández Bermejo llegó a decir, con gran solaz de la izquierda y refiriéndose a los populares: «Luchamos en su día contra los papás de los que nos gobiernan y no tenemos ningún temor a los hijos». Este espíritu guerracivilista de Fernández Bermejo, exhibido siendo todavía fiscal en activo, ayuda a explicar su nombramiento, en el contexto de una acción de gobierno basada en el enfrentamiento y la división social, en el hostigamiento constante al Partido Popular y, más allá de siglas y partidos, a la derecha democrática española.
Ningún prestigio profesional acompañó a Fernández Bermejo en su carrera como fiscal y ningún mérito digno justifica su nombramiento como ministro de Justicia, sólo el premio a los servicios prestados y a los que prestará en los próximos meses. Al contrario, su designio se perfila claramente como el fiel ejecutor de la política bronca que el Gobierno y el PSOE quieren intensificar para tapar el fracaso de esta legislatura y evitar -según su criterio- la desmovilización de su electorado. Con esta designación, Rodríguez Zapatero renuncia a cualquier posibilidad de entendimiento con el PP, por ejemplo, para pactar la renovación del Consejo General del Poder Judicial, pero también a sosegar las relaciones con este órgano de gobierno de los jueces y a templar el clima de tensión creado en torno al Tribunal Constitucional. Más aún, si finalmente el magistrado Pérez Tremps dimite y el Gobierno nombra a su sustituto. Además, están pendiente en el Congreso de los Diputados importantes y peligrosas reformas de la Administración de Justicia y del Ministerio Fiscal, cuya tramitación habría requerido un ministro de mayor altura intelectual y técnica. Sobre todo, una persona con cierta autoridad en el mundo de la Justicia, lo que no es Bermejo, cuyo nombramiento asegura una etapa de crispación y confrontación.
Es un ejercicio de cinismo inmejorable que el mismo Gobierno que denuncia que el PP se aleja del centro y la moderación, ponga al frente de Justicia a un personaje como Fernández Bermejo. Es, también, un retrato fiel del verdadero talante del presidente del Gobierno, quien, con este nombramiento, renueva su apuesta personal por la discordia política, la falta de respeto a las instituciones y su indiferencia hacia la división social que están provocando sus decisiones.
viernes, febrero 09, 2007
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