jueves, febrero 08, 2007

Miguel Martinez, Ser o no ser... tontos

viernes 9 de febrero de 2007
Ser o no ser... tontos
Miguel Martínez
S E publicita una cadena de electrónica y multimedia con un eslogan un tanto especial: “Yo no soy tonto”. De ese rotundo alegato, parece que dicha cadena pretende se deduzca que cada cual demuestra su inteligencia, además de ingeniándoselas para trabajar poco y ganar mucho, comprando sus cachivaches electrónicos en ese establecimiento. En una interpretación conductista del eslogan podríamos concluir que, cuando no elegimos la citada cadena para nuestras compras de ordenadores, teléfonos móviles, emepetreses, televisores, cámaras fotográficas, etcétera, no somos más tontos porque no nos entrenamos. No les referiré en esta ocasión aquella vez que un servidor quiso ejercer de no tonto, comprando en uno de esos establecimientos un teclado y un ratón inalámbricos, sospechosamente económicos, ni cómo quien les escribe tuvo que volver dos veces, guardando en ambas ocasiones una cola de más de una hora, en el mostrador del servicio postventa de dicho establecimiento -abarrotado de no tontos-, para finalmente dejar allí el segundo teclado convencido de que, efectivamente, un servidor no era tonto sino gilipollas perdido, por no haber devuelto el teclado inalámbrico a las primeras de cambio -en la primera cola- lo que le hubiese evitado un nuevo cabreo -al ver que el segundo teclado, como el primero, no funcionaba-, un segundo viaje hasta la tienda de marras, y una nueva cola de una hora donde, eso sí, un servidor cosechó alguna que otra amistad entre los no tontos que esperaban junto a él, despotricando de lo desamparado que se halla el consumidor ante tanto timo, tanta estafa, tanto abuso y tanta desvergüenza. Pero ésa es otra historia que quizás algún día les cuente con más detalle. De lo que en realidad quería hablarles hoy, mis queridos reincidentes, es de la convicción que tiene un servidor -que a buen seguro compartirán conmigo muchos de ustedes- de que la mayoría de los políticos nos toman por tontos. De no ser así, no se explican algunos procederes de éstos. Si tienen la paciencia de seguir leyendo les revelaré algunos botones de muestra que evidencian que, si no nos tomasen por tontos, no se darían algunas de las situaciones que se vienen dando. A menos que ustedes, mis queridos reincidentes, hayan estado hibernando, o en coma, o en una incubadora, o viajando ininterrumpidamente como cosmonautas en una nave interplanetaria, o en cualquier otra circunstancia análoga que implique una desconexión total respecto de lo que viene aconteciendo en este rincón del planeta al que unos llamamos España y otros “Estepaís”, a buen seguro que han de recordar el cirio montado con el tema del Estatut catalán. No había día en que editoriales, políticos y tertulianos de cualquier medio y calaña opinaran –u opinasen, según los casos, que de todo hay en la viña del señor- de la inconstitucionalidad de tal o cual artículo, de la etimología y/o del verdadero significado de la palabra “nación” –Edición 210 de esta misma publicación y este mismo columnista-, de lo malos que éramos –parece que ya lo somos menos- los catalanes, de cómo PP y Esquerra Republicana se ponían del mismo lado pidiendo el “NO” en los comicios, de cómo, finalmente y con escasa participación ciudadana –soleado domingo de junio con las playas a tope-, se aprobó el Estatut, y de cómo el PP recurrió ante el Tribunal Constitucional varios de sus artículos. Si de estas siete situaciones usted no recuerda cinco como mínimo, es imprescindible que acuda al ambulatorio más próximo y pida hora con el médico ése especialista en arreglar los trastornos de memoria y que, ustedes disculpen, no recuerda en este momento un servidor cómo se denomina, pero me suena que acaba en “ólogo”. Aquí podría ahondar un servidor en lo curioso que resulta que, de forma simultánea, el radiopredicador de la COPE, algún que otro medio afín y los voceros habituales del PP: Rajoy, Acebes , Zaplana, Astarloa, etc... hayan dejado, como por arte de magia, de hablar del Estatuto Catalán, ese que iba a romper España. De tener Estatut en la sopa y en los postres, pocos meses después el Estatut ya no existe y España parece haber dejado de correr peligro a causa del mismo, si bien no le faltarán ni al radiopredicador ni a los galácticos del PP motivos suficientes para augurar la fractura de España en millones de diminutas partículas, a menos que -claro está- el PP vuelva a gobernar cuanto antes. Y si uno se pregunta a qué puede deberse este cambio de tercio respecto al Estatut, corre el riesgo de opinar que quizás tanto silencio donde antes hubo bullicio, bien pudiera responder al hecho de que está a punto de someterse a referéndum el Estatuto de Andalucía, el de la “realidad nacional”, que, casualmente, tiene unos cuantos artículos idénticos al catalán. Suena a chiste -aunque desgraciadamente no lo es- que 14 artículos del Estatuto de Cataluña recurridos por el Partido Popular ante el Tribunal Constitucional consten con exacto redactado en la carta autonómica andaluza, carta que el PP apoya y para la que pide el voto afirmativo en el referéndum que los andaluces celebrarán el próximo día 18. También el Defensor del Pueblo, Sr. Múgica, impugnó 4 de estos 14 artículos –referentes a temas sobre justicia, financiación y competencias- respecto de los que ahora, siendo exactamente idénticos en la carta andaluza, no pone ningún reparo en cuanto a su aprobación. Vivir para ver, que diría el maestro Amestoy. Llegados a este punto casi no sería necesario añadir que otros 28 preceptos del Estatut catalán recurridos por el PP, y 9 por el Defensor del Pueblo, se encuentran redactados prácticamente de forma idéntica en el andaluz, y que, al igual que en el caso de los anteriores, cuentan con el total beneplácito de aquéllos. Y uno se pregunta cómo se puede pretender que un artículo sea inconstitucional si se aplica en Cataluña y no lo sea cuando se aplica en Andalucía. Mucho me temo que, tal como les apuntaba, sólo haya una respuesta, y es que quien cometa tales desmanes nos tenga a los votantes por tan tontos como para que nos pasen plenamente desapercibidos. Sin duda que Rajoy debe considerar “pequeños detalles” tamaños despropósitos como le parecieran en su día “pequeños hilillos de fuel” (ésas fueron sus palabras) el combustible vertido por el Prestige. ¿Más botones de muestra? Vamos a ello. Estos días desde el PP se ponía el grito en el cielo porque desde ciertos sectores se criticaba al Tribunal Superior de Justicia del País Vasco por citar a declarar como imputado al Lehendakari Ibarretxe por haberse reunido con miembros de Batasuna. Según el PP, tal presión a los jueces y magistrados no era más que un intento de pretender un control político de la justicia, añadiendo que era un deber de salud democrática respetar sin criticar las decisiones de la judicatura. No recuerdan en el PP que en junio de 2002 el señor Aznar y el entonces Ministro de Justicia –casualmente Acebes- le montaron tal pollo al Tribunal Supremo por el archivo del caso Otegui que tuvieron que ser llamados al orden por el Consejo General del Poder Judicial, que llegó a censurar, en pleno y por unanimidad, aquellas críticas. Según decía la semana pasada Zaplana aquellos que critican las decisiones judiciales desde una posición de responsabilidad política cometen una insensatez. ¿Habrá llamado Zaplana insensatos a Aznar y a Acebes? Pues sí, lo ha hecho aunque, eso sí, de forma involuntaria y/o amnésica. Y estamos en las mismas. ¿Nos creen tontos o es que son tan tontos que nos creen más tontos de lo que en realidad se puede ser para pasar por alto tanta estupidez? Desde luego que no dice mucho de los políticos, ni de unos ni de otros, que en un tema como el de ETA haya que manifestarse por separado obviando que al menos en una cosa sí que están todos de acuerdo: ETA ha de desaparecer. ¿No hubiera sido genial que el PSOE se hubiese presentado a la manifestación del Foro de Ermua a gritar “NO” a ETA? Igual de genial hubiese resultado que el PP se apuntara a la convocada por los sindicatos para manifestarse de idéntica manera. Pero no. Unos y otros están más empeñados en subrayar lo que les separa que en profundizar en lo que les une. ¿No es eso de tontos? ¿O sería de tontos hacer lo contrario evidenciando muestras de debilidad y el reconocimiento de que se ha errado en el planteamiento desde el principio? Enunciaba Baltasar Gracián que “Son tontos todos los que lo parecen y la mitad de los que no lo parecen”. A estos tontos de Baltasar Gracián hemos de sumar los políticos que son tan tontos que nos creen más tontos de lo que en realidad somos, los ciudadanos que son tan tontos que no se dan cuenta de cómo los políticos les toman el pelo, y los que creen que sólo les toman el pelo los políticos de ideología contraria a la propia pero nunca los de la suya; si a todos ellos añadimos los que no compramos en esta cadena de multimedia a la que me refería al inicio de la columna ¿quién nos queda? ¿Será verdad que estamos en un país de tontos? That’s the question. Un servidor quiere creer que no, que tendremos un porcentaje de tontos muy similar al que puedan tener en cualquier otra parte del mundo, y que estas maniobras políticas tan absurdas no son más que la evidencia de que tenemos unos cuantos políticos más malos que los hermanos Malasombra, aquellos que eran malos de verdad. Claro que cada país tiene los políticos que se merece. Y, llegados a este punto, cabe preguntarse: ¿qué habremos hecho a lo largo de la historia para merecerlos?

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