viernes 23 de febrero de 2007
Pío, pío que yo no he ‘sío’
Miguel Martínez
S I alguno de ustedes, por propia experiencia, condición o profesión, ha tenido la ocasión de presenciar algún juicio contra delincuentes habituales, se habrá apercibido de lo bien que mienten los acusados. Es digna de un Oscar a la mejor interpretación la naturalidad con la que se explican y se desenvuelven. En un escenario y situación -piden para ellos que los metan en la cárcel- en el que a la mayoría de los mortales no nos llegaría la camisa al cuello, es -cuanto menos- sorprendente la vehemencia con la que defienden su versión de los hechos que, cómo no, difiere totalmente de la versión que expone el fiscal. -Le juro, señor juez, por la gloria de mi madre, que yo ese día estaba arreglándole la lavadora a mi tía Eufrasia en Castellón, y no atracando un banco como dice el señor fiscal, a quien Dios le perdone la confusión, porque seguro que se trata de eso, que no vaya a creer su señoría que un servidor siquiera insinúa que el señor fiscal actúe de mala fe. Esas palabras, reales como la vida misma, las afirmaba en un juicio el acusado -y se quedaba tan pancho- después de haber quedado probada, ante la sala, su participación en el atraco; primero porque las huellas dactilares del detenido aparecieron profusamente esparcidas sobre varios cristales blindados de la oficina bancaria, segundo porque lo reconocieron los dos empleados y tres de los clientes de la sucursal, y tercero porque el vídeo del circuito cerrado de la entidad bancaria le captó el día de autos entrando en el banco -el muy chapucero ni se puso guantes ni se cubrió la cara- con un revólver calibre treinta y ocho en la mano, saliendo, tres minutos después, con una saca de tela, color beige, que contenía mil y pico euros en billetes de 50 y de 20, y un montón de monedas de diversa cuantía. Porque nuestro ordenamiento jurídico no establece para el autor de un delito la obligación de decir la verdad en juicio -lo de jurar sobre la Biblia ocurre sólo en las películas americanas y lo de “jurar o prometer decir verdad” es sólo aplicable a los testigos y no a los reos-, no es sino a lo sumo reprobable en lo ético –que no en lo jurídico- el hecho de que el que se siente en el banquillo de los acusados -o en la silla o butacón, dependiendo de la categoría de la sala de vistas- mienta como un bellaco para intentar sustraer su pellejo a una condena más o menos probable. Por eso no nos ha de extrañar en absoluto estos días, en el juicio que se está celebrando contra los acusados del 11-M, el ímpetu con el que Mohamed el egipcio y compañía, se defienden, negándolo todo, y respondiendo tan sólo a las preguntas de sus respectivas defensas. Aquellos de mis queridos reincidentes que hayan seguido por televisión el juicio, a buen seguro se habrán sumergido en un mar de dudas ante las declaraciones del egipcio en las que condenaba el atentado por ser contrario a los principios del Islam, porque efectivamente es difícil de creer que alguien que apela a sentimientos religiosos tan profundos pueda ser capaz de planificar tal barbarie. Pues a ustedes, mis queridos reincidentes, dudosos y confundidos, quiero recordarles que fue a ese mismo egipcio a quien se le interceptó una llamada, el mismo día del 11-M, diciendo textualmente: “Ha sido todo idea mía”; que ha sido ya condenado en Italia a 10 años de prisión por pertenencia a banda armada y que, en otras ocasiones, ha reconocido como frase propia favorita la de “Rebélate y golpea”. Claro que respecto a todo eso su abogado, obviamente, no le ha preguntado nada, y a aquellos que sí le podrían haber hecho ese tipo de preguntas más comprometidas, el egipcio ha decidido no contestarles. ¿Por qué será? Lo que en el caso de nuestro chorizo patrio -el que decía que le estaba arreglando la lavadora a su tía Eufrasia- es casi instintivo, “yo no he sido, señor policía”, y suele ser el acto reflejo de casi todo detenido, en el caso de estos terroristas de corte islamista suele estar estudiado y previsto de antemano. Entre los documentos incautados a los suicidas de Leganés se han hallado diversas publicaciones destinadas al adiestramiento de Muyahidines (luchadores de la fe) en las cuales se les adoctrina en la negación de acusaciones y en la ocultación de indicios en el caso de ser capturados con vida. “Procura no contestar. Insiste en que no tienes ninguna relación con el grupo o la persona. Debes ponerte firme a pesar de las pruebas, denuncias de agentes o confesiones de los demás, porque tú puedes rechazarlas y dar rodeos para salir del dilema con honor (...) que nada te lleve a la confesión (...) De ti depende quedar como un desplomado miserable y traidor, o como un héroe (...) El Muyahidín no debe decepcionar a sus hermanos ni traicionarles (...). La resistencia debe ser total, hay que ocultar todo". Otro de los documentos hallados en Leganés, titulado “Cómo enfrentarse y tratar con los interrogadores de los servicios de inteligencia” conmina a estos “luchadores de la fe” a que fuercen su imaginación para inventar excusas o pretextos que justifiquen los datos o circunstancias que los vinculen a grupos armados: “Si no puedes, por cualquier razón, negar tu relación con las pruebas encontradas en tu posesión, no hace falta confesar la fuente de esas pruebas ni el objetivo de su existencia. Pero te podemos asegurar que, con un poco de esfuerzo mental, tú puedes dar un pretexto de por qué llevas esas pruebas encima y negar su pertenencia. Debes ser obstinado y resistente". Vamos, que le echen fantasía al asunto: “pues verá usted, señoría, por increíble que parezca yo iba paseando hacia mi casa de vuelta de la Mezquita cuando esa mochila cargada de explosivos se puso a seguirme como una loca, chistándome y dando saltos entre la gente, cruzando semáforos en rojo, y yo me dije: Abdul, coge esa mochila y guárdala en lugar seguro, no se vaya a lastimar nadie con ella, y eso hice, señor juez…”. No piensen ustedes que algunas de las excusas que van a dar estos días los acusados diferirán mucho de ésta; si no, al tiempo, que los autores de estos documentos pedagógicos para terroristas llegan incluso a “autorizar” a sus Muyahidines a mentir y a jurar en vano -que eso de mentir está mal visto en casi todas las religiones- si con ello se protege la causa o a otros Muyahidines. Y si bien podríamos concluir que, por norma general, entre delincuentes suelen darse muchas similitudes en sus procederes, ya respondan éstos al instinto de conservación y supervivencia de cada uno, ya a una estrategia prevista y estudiada por sus ideólogos en el caso de terroristas organizados, existe un caso sui generis que difiere diametralmente de esta estrategia del pío, pío que yo no he “sío” y que no es otro que el de ETA: Los etarras, cuando son detenidos, suelen hacerse pis en los pantalones –quienes quieran ver en esta frase una hipérbole se equivocan, muchas veces es así- cuando la policía les interroga. Cantan todo lo que saben de la “A” a la “Z” y pregonan, antes que nada, a los cuatro vientos, su pertenencia a ETA para que así se pongan en movimiento los diversos mecanismos automáticos que ora denuncian por torturas a la policía cada vez que se detiene a un etarra, ora preparan la infraestructura de abogados, procuradores y gestoras, ora organizan manifestaciones de apoyo al etarra y de repulsa al Estado. Eso sí, el día del juicio suelen coincidir con sus colegas de corte islamista en lo de no contestar a las preguntas del Tribunal, aunque, si hay cámaras de televisión presentes, pueden ponerse chulitos, provocando a los magistrados con actitudes amenazantes, mientras se las dan de machotes, cosa que, como les contaba, no suelen hacer en las comisarías durante los interrogatorios. Dirán lo que dijo De Juana al ser detenido, cuando irrumpieron los GEO en la habitación donde estaba acostado y miró él la pistola que tenía sobre la mesita, cuando uno de los policías que participaba en la detención le retó a la vez que lo apuntaba con su subfusil: - Anda, valiente, cógela. - Yo soy de la ETA, no un gilipollas. Y tenía razón el De Juana éste. Gilipollas es un insulto demasiado suave para cuando se trata de terroristas, ya sean de corte islámico o etarras. El insulto que así, a bote pronto, se le ocurre a un servidor, apto y acertado para cualquier terrorista, sea del corte que sea, es el de “hijo de la grandísima puta”. Por santa que sea su madre y por mucho que cante La Traviata a las primeras de cambio o sea de los del pío, pío que yo no he “sío”.
jueves, febrero 22, 2007
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario