jueves 22 de febrero de 2007
Monotema
KEPA AULESTIA
La ralentización de la actividad parlamentaria a causa de las diatribas que se suscitan en torno al terrorismo etarra y a sus efectos directos o inducidos invita a preguntarse por el retraso que habrá acumulado ya la propia sociedad, lastrada por ese mal que lo emponzoña todo. Resulta poco útil imaginarse qué hubiese sido de este país si ETA no hubiera existido. No es probable que, a través de semejante ucronía, pudiésemos llegar a alguna conclusión operativa. Pero lo que parece indudable es que la lacra violenta ha agudizado entre nosotros males que también aquejan a las sociedades de nuestro entorno. Nuestro mayor logro está ahí. Hemos conseguido diluir el bien y relativizar el mal mediante un recurso ciertamente ingenioso: acabar con la culpa. Todo gracias a la existencia de ETA. Mejor dicho, a la persistencia del asesinato cometido no por una o varias voluntades personales sino por el conflicto. De manera que si ahora nos pusiésemos a dilucidar quién tiene la culpa de que se haya ralentizado la actividad parlamentaria, asistiríamos a una múltiple transferencia de responsabilidades. Pero serían pocos los dedos apuntando a ETA.La dialéctica entre la victimización y el victimismo ha acabado orillando o velando lo que en otras circunstancias sería materia de discusión en el legislativo y de prioridad para las estrategias de partido. Pero aquí lo único que destaca de las proposiciones, leyes y presupuestos es aquello que hace referencia a la identidad, es decir, a la división. Una identidad y una división exacerbadas precisamente por la sombra terrorista. Es más, la sospecha recae sobre iniciativas que en otras circunstancias podrían debatirse con normalidad -como los modelos lingüísticos-; mientras que otras, que en situaciones normales serían objeto de interés, pasan absolutamente desapercibidas -como la liquidación de las cuentas públicas-. Claro que los datos económicos ayudan mucho. De hecho, hemos acabado creyéndonos que Euskadi crece a pesar de ETA. Cuando la relación es la inversa: ETA se perpetúa porque Euskadi crece. Y si eso es así, qué importará que el Parlamento acumule un retraso de siete meses mientras Euskadi crezca. Y qué importará que el ejercicio de la política se reduzca a una pugna entre posturas verbales, entre retóricas que aspiran a recrear universos cautivos, mientras la economía vaya bien. El problema es que la lentitud parlamentaria conduce a la levedad. Y no hay levedad más evidente que la de un Parlamento cuyo objeto de control hace tiempo que se esfumó. Es verdad, no es éste nuestro principal problema. Pero es el grave problema con el que nos toparemos el día que ya nadie se sienta amenazado. Un tiempo perdido para siempre.k.aulestia@diario-elcorreo.com
miércoles, febrero 21, 2007
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario