jueves, febrero 08, 2007

Jose Melendez, Gilipollas y gilipollos

viernes 9 de febrero de 2007
Gilipollas y gilipollos
José Meléndez
E L vocablo “gilipollas” ha sido legalizado y bendecido por la Real Academia Española. Ya no es una palabra prohibida –“palabrota”, que decían nuestras madres y abuelas de las palabras malsonantes- y se puede decir sin que las señoras sientan la obligación de ruborizarse y vuelvan pudorosamente la vista para otro lado, porque, como me dijo el recordado Fernando Lázaro Carreter en una deliciosa e instructiva cena en Londres, comentando que a Margaret Thatcher, recién elegida, la llamábamos en España “primera ministra”, a las lenguas no se las puede privar de su poder de expansión que es, precisamente, lo que las hace lenguas vivas. Pero la expansión puede escaparse de control y terminar convirtiéndose en una inundación de gilipolleces, teniendo buen cuidado de guardar las formas y llamar gilipollas o gilipollos a quienes se crean merecedores/as del calificativo según sea su sexo. De esta expansión lingüística nos ha dado buena prueba el Ayuntamiento de Córdoba al financiar una campaña para feminizar las denominaciones que tanto gramaticalmente como en su uso tradicional se conocen con nombres de varón y que ahora nada mas y nada menos que la Plataforma Andaluza de Apoyo al Lobby Europeo de Mujeres (por título que no quede) califica de “leguaje sexista, cuyo uso machista de las palabras es el comienzo de una violencia que se ceba con las mas débiles, en este caso las mujeres” (sic). Los derechos de la mujer son tan sagrados como los derechos del hombre. Eso es algo que a estas alturas de la película no ignora nadie y admiten casi todos Es un hecho que ha venido lográndose, bien es cierto que lentamente, y que ha terminado por implantarse con toda justicias gracias a los movimientos femeninos, como el de las sufragistas y otros bien intencionados y necesarios. Pero los movimientos femeninos, inspirados por un sano y justo anhelo de igualdad han ido derivando hacia los movimientos feministas, guiados por otros objetivos y otros fines y dirigidos por quienes usan las banderas de la igualdad y la libertad con un concepto transgresoramente libertario que termina derivando hacia una intención intrínsecamente política en la que los fines pretenden sobrepasar los límites de los principios, la moral e, incluso, del sentido común y que es aprovechada por los políticos populistas y oportunistas que ven en esas reivindicaciones un granero de votos. La emancipación de la mujer es un hecho innegable que ha venido imponiéndose desde la segunda mitad del siglo pasado, cuando en las universidades se equilibró el número de estudiantes de ambos sexos y las mujeres comenzaron a acceder al mundo laboral con la misma preparación que los hombres. Se abrieron para ellas puestos de trabajo en toda la escala social que hasta entonces habían tenido vedados y las desigualdades salariales han comenzado a corregirse, aunque todavía falta por hacer en ese aspecto. Pero lo que no puede hacerse es imponer una igualdad por presiones o por decreto. En el terreno profesional, una mujer tiene los mismos derechos que un hombre, pero tiene también las mismas limitaciones y características con arreglo a su aptitud laboral. Para que un trabajador pueda promocionar y acceder a puestos de responsabilidad tiene que demostrar su preparación y eficacia, cosa que la nueva Ley de Paridad no exige a la mujer al concederla el derecho paritario solo en función de su sexo. De ahí los problemas que se están produciendo en las empresas para formar sus cuadros ejecutivos e, incluso, en la política para llenar las listas electorales con arreglo a la nueva ley. Tanto un hombre como una mujer tiene que promocionar por sus propios méritos y no por imperativos legales. Y hay ya muchas mujeres en los mas altos puestos ejecutivos y en profesiones como la medicina, la abogacía y hasta en la judicatura que se han ganado sus puestos por méritos y capacidad para desempeñar los cargos. Bien está ayudar a completar la emancipación de la mujer en los sectores sociales mas desfavorecidos, pero eso no se arregla con las demandas de las feministas. ¿Qué soluciona la campaña subvencionada por el Ayuntamiento de Córdoba al pedir que se admitan los términos “marida” o “lideresa” entre otros para corregir lo que la campaña llama “el carácter de machismo insultante del lenguaje”?. Esas son las sinergias de unas leyes sesgadas e irracionales, promulgadas para buscar proselitismo. La “lideresa” de la Plataforma, Rafaela Pastor explicó en la presentación de su programa, llevado a cabo con el dinero público del Ayuntamiento, que “se busca dar el sitio que merecen las mujeres en un mundo hecho por y para los hombres”. Como gilipollez puede pasar. Pero la gilipollez de otra Pastor –Lourdes-, “lideresa” del colectivo Jóvenas Feministas” es aun mayor, porque afirma que “las tarjetas que se han repartido explicando el programa señalan que los términos masculinos se utilizan en positivo mientras que los femeninos son, en muchos casos, insultantes, como, por ejemplo, cojonudo es algo bueno, mientras que coñazo es malo”. Pues bueno. Puestos a variar tendrán que acostumbrar al vulgo a cambiar la denominación de los atributos genitales, llamando “pollo” al del hombre y “coña” al de la mujer para dar así cumplimiento al ímpetu innovador de esas “lideresas”, algunas de las cuales llevan su afán de igualdad con los hombres a compartir con ellos una irresistible atracción por la anatomía femenina. No son solamente las militantes feministas de Córdoba las que caen en estos excesos. No hace mucho, el concejal socialista Pedro Zerolo, que ha contraído matrimonio recientemente con un congénere, exigía a la Real Academia Española que cambie la definición del matrimonio en su diccionario para adecuarla a las nuevas circunstancias. Y puestos a ser obedientes con esas circunstancias y siguiendo la moda de las revistas y programas del corazón, estaría bien que Zerolo aclarase cual es su papel en su matrimonio, si es el marido o la “marida”. Así sabríamos si en un hipotético caso, le tendríamos que llamar gilipollos o gilipollas. Ciertamente, los derechos y la dignidad de la mujer, que todo hombre justo y civilizado admite y aplaude, están muy por encima de estas insensateces que no conducen más que a la risa y no resuelven los problemas que todavía quedan en ese sentido.

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