viernes 2 de febrero de 2007
La felicidad, contra viento y marea
Joan Pla
C UANDO Zapatero y Rajoy llevaban pantalones cortos y Franco veraneaba navegando en el "Azor", tan ufano con sus gafas de sol y con su "poder omnímodo", como diría el querido Romero, q.e.p.d., Navas y Parra, Arbolí y Medina, por citar sólo a cuatro de los que aquí escriben y publican, ya tenían – ya teníamos – maquinillas eléctricas de afeitar y, además, sabíamos la hora y el lugar en que se acuesta el demonio. Entonces, los periodistas, aunque sólo había un partido político, ya discutíamos y formábamos grupos antagónicos de opinión. No hablo de los que ya eran rojos cuando mandaban los azules y se volvieron azules cuando volvieron a mandar los rojos y tampoco me refiero a los que hicieron del periodismo un sacramento de valor universal y mantuvieron, contra viento y marea, su imparcialidad impertérrita, con Franco, con Suárez, con Calvo Sotelo, con González, con Aznar y con Rodríguez. Hablo de los que, para bien o para mal, protagonizábamos apasionadamente, hasta el alba, nuestras discusiones sobre cualquier tema, ora en la wisquería de "Pueblo", ora en el Café Gijón o en nuestros domicilios particulares. Un viejo amigo, Ángel Alda, que ha intervenido varias veces en el foro de "Vistazo a la Prensa", recordará la noche en que tramábamos a voces, en mi casa de Moratalaz y con las ventanas abiertas, cómo debería celebrarse la fiesta del primero de Mayo. Podría citar de memoria y de carrerilla más de cien nombres, pero no quiero encabronar a nadie. Discutíamos acaloradamente, pero nunca llegábamos al insulto y, mucho menos, al desprecio y al odio. Después, sí. Cuando Rajoy y Zapatero han llegado al poder y nosotros ya somos abuelos las cosas han cambiado. Acabo de ver y de escuchar un debate sobre los jueces vascos y sobre otras cuestiones de rabiosa actualidad. Pedro Jota y Charo Zarzalejo, cada cual desde su banda, han sido, a mi juicio, los más documentados y eficaces. Enric Sopena y José María Calleja la han tomado con Ignacio Villa y le han llamado golpista más de diez veces a lo largo del programa. Cabe pensar que, al salir de allí, lo menos que han podido hacer es liarse a mamporros, pero cabe pensar también que si cada vez que asisten a ese programa cobran un millón de las antiguas pesetas, lo más probable es que al salir se tomen una copa o que canten a coro "Asturias, patria querida", como en las excursiones del colegio. Comento estas cosas con amigos y conocidos de mi ciudad. Leo la prensa local y en la primera página del diario en que trabajé más de veinte años seguidos, me encuentro con la siguiente frase, escrita en catalán, refiriéndose a la presentación de la obra del artista Miquel Barceló en la catedral de Palma de Mallorca: "…congregà una gran quantitat de mitjans de comunicació tant locals com espanyols". Cuando el periodista habla de medios de comunicación locales, se refiere a los periódicos, emisoras de radio y televisiones de Baleares y cuando dice "españoles" se refiere a los que se expresan en español. Sin ánimo de crispar a nadie, diré que el redactor de esa frase, más que nacionalista e independentista, es más bien un joven bromista desinformado, puesto que todos los medios locales de Mallorca son españoles y todos los medios españoles son de España. Todas estas cosas no pasaban antes. Son aburridísimas. Mientras la Universidad de las Islas Baleares impone el birrete de doctor honoris causa a mi joven paisano Miquel Barceló, intento recuperar lo esencial de los viejos tiempos, cuando Mariano y José Luís llevaban pantalones cortos. Encuentro un artículo de Santiago Miró, el periodista ibicenco que trabajó durante muchos años en la revista "Interviú" y que ahora vive en Algete, y me permito reproducir su primer párrafo, porque, en puridad, resume mi estado de ánimo. Diríase que con tanta mierda dialéctica entre tirios y troyanos de la patria mía, me siento, como Neruda, "acorralado entre el mar y la tristeza", pero quien me conozca un poco sabe que soy optimista y esperanzado. Sobre todo, después de haber oído el testimonio cristiano y las canciones de Carlos Mejía Godoy en el programa de Jesús Quintero. Con Santiago Miró y con Carlos Mejía cierro mi quiosco y me voy a dormir, cuando son las cuatro y media de la madrugada del jueves 1 de febrero de 2007. Dicé Miró en su página de Internet "Negro sobre blanco": "En estas alturas de mi vida, debo reconocer algo que no es muy propio de los mortales: sin poseer dinero ni confort, me considero moderadamente rico y feliz. Lo que me hace pensar que ni el dinero ni la seguridad, palabras que odio por su capacidad de ser tergiversadas, así como por sus múltiples y peores concatenaciones, sean esenciales para vivir en este mundo. Aunque la extrema pobreza e inseguridad tampoco contribuyen a conservar la propia dignidad e integridad de la persona. Me conformo con lo esencial para ir viviendo, entendiendo por esencial lo que permite vivir con lo justo día a día. Con algo más, comienzan los problemas y necesidades ficticias que van destruyendo la esencia de la persona humana…" Apuesto a que no le pagarán a Santiago Miró seis mil euros por decir estas verdades tan simples y formidables y, mucho menos, por estar, como Pedro Jota y otros célebres, hora y media de palique en TVE contra su paisano y coetáneo Abel Matutes o contra los alcaldes corruptos de Baleares, a los que ya denunció en su libro de hace treinta años.
jueves, febrero 01, 2007
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