jueves 8 de febrero de 2007
Guillotinas para la cefalea
M. MARTÍN FERRAND
JOAN Saura, adalid de la izquierda clorofilada de Cataluña y una de las tres patas del Govern de José Montilla, quiere «legalizar todas las drogas». Aquí, como en las comedias de Enrique Jardiel Poncela -que esta noche regresa a la cartelera madrileña-, no dejan de aparecer y hacer mutis personajes disparatados, imprevisibles; pero Saura es, además de un despropósito, el consejero de Interior de la Generalitat. Saura no quiere que se consuman más drogas; lo que pretende -dice- es acabar con el narcotráfico y las enfermedades colaterales a tan penosa y demoledora adicción; pero el método, en principio, parece un poco desmedido. Algo así como acabar con las cefaleas, que tanto afligen a tantos, implantando el uso frecuente e indiscriminado de la guillotina.
Saura no es un caso raro. Es, en su grisura, un tipo medio de cuantos entre nosotros han hecho de la política un oficio antes que una vocación. Interpreta como puede las partituras del progresismo ecológico que le imponen el sueldo, la militancia y la representación de unas bases que se cuentan, pero que no se encuentran en las barras de los bares a la hora de tomar café, ni en el asiento contiguo del autobús. Menos aún, a pesar del puño en alto, a la salida de las grandes fábricas que -¿por cuánto tiempo?- rodean Barcelona. Saura, si El Corte Inglés tuviera una planta dedicada a profesionales de la política, sería el maniquí perfecto. Ningún mitin le aprieta la sisa y se adapta bien a cualquier diseño con olor populista y excéntrico.
La idea de Saura, como las muchas que emana su entorno político, tiende a dinamitar el sistema. No le gusta el hemimundo en que nos encuadramos y, lejos de intentar mejorarlo, pretende romperlo, dinamitarlo. Hace unas semanas se trataba de comprender a los «okupas» que ponen en cuestión la propiedad privada y, en el fondo, el valor de la Constitución. Hoy corresponde la prédica drogata. La meta es siempre la misma, destrozar los modos y las normas de convivencia en las que estamos instalados. Eso, incluso, podría estar bien; pero ¿cuáles son las propuestas alternativas y, sobre todo, dónde pueden contemplarse en funcionamiento?
La insolvente propuesta de Saura tiene su amarre de responsabilidad en su president. José Montilla, que se ha limitado a ponerle sordina a los ruidos de Pasqual Maragall, va tachando en el calendario de la pared los días, milagrosos, de su continuidad en el cargo y no está el hombre para sutilezas; pero dejar pasar una proclama como la de su ministro de Interior va más allá de los límites de la tolerancia cordial para entrar en los infiernos del caos y la perversión del poder. Siendo, como es, un líder verde también podría proponer la tala de todos los bosques para impedir los incendios forestales. Lo único positivo de la situación es que con el tripartito no nos aburrimos.
miércoles, febrero 07, 2007
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
3 comentarios:
No esperaba menos de Ferrand, un tipo que se lo pasó estupendamente durante el franquismo y esperó a la llegada del PSOE para descubrir su corazoncito crítico y "democrático". Y por supuesto que, de drogas, como de casi todo lo que escribe, no tiene ni puñetera idea.
le dedico mi post de ayer, escrito antes de leer esta mierda
Joan Saura: el ruido, la furia y los idiotas
Gracias por la propaganda de la obra de mi abuelo, que espero que me reporte pingües beneficios en derechos.
Suyo
Perdoneme don Enrique, ¿pero puedo saber quien era su abuelo? ¿es el de la foto? o ¿es usted?
Si, al señor Ferrand, la espera le dió pingües beneficios
Publicar un comentario