domingo, febrero 04, 2007

Felix Arbolí, El hombre no es un animal de costumbres

lunes 5 de febrero de 2007
EL HOMBRE NO ES UN ANIMAL DE COSTUMBRES
Félix Arbolí

D ECÍAN que hoy iba a ser un día soleado, con subidas de temperaturas, aunque no de forma muy acentuada. Que los bancos, por ser último de mes, iban a estar a tope y con colas de esas que te hacen perder el tiempo, la paciencia y hasta las ganas de cobrar lo que aún te resta del sueldo mensual, descontados pagos de recibos, teléfono y demás. Que los tenderos que ayer estuvieron hasta muy entrada la noche preparando concienzudamente sus mercaderías, para exponer en primera línea aquello que les interesaba largar cuanto antes, no darían abasto para poder atender a la clientela. Que los bares y cafeterías darían cumplida cuenta del aumento de sus pedidos en bollos y churros, pensando en que con toda esa movida les iba a repercutir en la caja. Y que por fin, se acababa el dichoso mes de enero y su fatídica cuesta. Decían, pensaban y esperaban todo esto y mucho más. El pensamiento es libre y aunque no tengamos la lámpara maravillosa y su complaciente genio dispuesto a cumplir nuestros más fervientes deseos, en el fondo todos vivimos de la esperanza, de la ilusión y de la fantasía, incluso aquellos que por la edad sabemos por lógica y experiencia que se nos ha pasado el arroz y ya no podremos degustar la paella en su punto justo y recomendable. Dicen que el hombre es un animal de costumbres. No he oído mayor barbaridad en mi vida. Yo hago una vida rutinaria y casi similar día por día. Poca variación en mi quehacer rutinario. Sueño, aseo personal, desayuno, ordenador, comida, algo de televisión, vuelta al ordenador, nuevamente televisión, cena y sesión de películas y documentales hasta que el cuerpo aguante. A excepción de alguna salida imprevista o ya determinada para algún acto familiar, un rato de café o tertulia en algún local cercano o comida extra en algún restaurante con mi mujer y algún que otro familiar, hijo preferentemente, que nos acompaña. Intercalado, como es de suponer con la lectura de la prensa diaria y algún libro muy recomendado por mis hijos, lectores compulsivos y asesores fiables. El último, “La sombra del viento”. En los tiempos previstos, las visitas reglamentarias a mi cardiólogo, aunque cada vez más espaciadas, afortunadamente. Y ustedes, viendo mi panorama habitual, se habrán preguntado y con razón, este hombre está ya un poco ido. ¿Cómo afirma que el hombre, en contra de lo que dicen, no es un animal de costumbres y me habla que su vida es una sucesión de idénticos quehaceres un día y otro, a excepción de algunas variantes, como eventos extras o ruptura de su rutina?. Muy sencillo, porque desgraciadamente no puedo salirme del monótono enfoque a mis actividades personales. ¡Qué más quisiera yo!. Si yo pudiera y tuviera la mitad de los años que tengo, ¿creen que iba a aguantar encerrado ante las pantallas del ordenador y de la televisión las horas de que dispongo cada día?. Yo estaría viajando a tantos lugares que me chiflan y me apena saber que no podré conocer. Me pasaría temporadas en los lugares de mi infancia y primeros juegos; en las inigualables bellezas naturales de Galicia, Asturias y Cantabria; en los perdidos y encantadores paradores entre montañas y ríos que tanto abundan en nuestra incomparable geografía; volvería a Roma y a Venecia que fueron los mayores impactos de mi inolvidable viaje por Italia; conocería esos idílicos países de Holanda, Luxemburgo, Suecia, Noruega, Checa, Hungría, Austria (sin olvidar su Tirol). Y me acercaría hasta los Estados Unidos para convencerme personalmente, recorriéndome sus avenidas y contemplando sus edificios, hasta donde es capaz de llegar el arte y la imaginación de un hombre cuando tiene un Estado que le apoya financieramente. Bajaría a los países hispanos y admiraría la sabiduría y el poder de unas civilizaciones que a tantos siglos de distancia, siguen cautivando y asombrando a la Ciencia y al mundo. En fin, viviría a saltos de mi capricho y voluntad, agotando cada instante desde el despertar de cada día hasta pasadas las horas de la puesta del sol. ¡Hay tantas cosas, momentos y gratificantes sucesos que nos perdemos antes de que nos llegue la hora de la verdad, como dicen los toreros!. Pero no porque el hombre sea un animal de costumbres, sino porque las circunstancias de la vida le han hecho aceptar como costumbre lo único alcanzable y posible que se le ofrece. Y, no olvidemos, por muy apretados o encorsetados que nos hallemos, que hay otros que no tienen ni la cuarta parte de lo que nosotros utilizamos a diario y hasta resultan más felices y conformistas que nosotros. Que de todo hay en la viña del Señor. Como terminaba la célebre poesía de aquel sabio contestatario: “halló la respuesta viendo, que otro sabio iba cogiendo, la hierba que él arrojó” (Calderón de la Barca). Lo que no me explico y considero hasta un grave error digno del mayor castigo, es que una persona que disponga de tiempo, energías físicas y remanente económico abundante, continúe como la hormiguita dejándose el alma y la vida en el trabajo o negocio para incrementar aún más su inagotable fortuna, teniendo en cuenta la brevedad de nuestra existencia, para terminar ocupando la mitad de una página de un diario, orlada en ribetes negros, hablando de empresas que presidía, condecoraciones otorgadas y el sentimiento de su familia y numerosos empleados ante su desgraciada muerte. Yo más bien diría desaprovechada vida. Y de éstos se cuentan a miles, incluidos aquellos que son tan rácanos que pasan inadvertidos, viven modestamente y se gastan lo imprescindible para acumular una fortuna que es origen del posterior enredo familiar, los consiguientes juicios y la horrible consecuencia de que no se vuelvan a hablar los hermanos. Al final, entre el Estado y los abogados se “chupan” la mejor tajada. El hombre puede ser un animal, más de uno así lo parece y se empeña incluso en demostrarlo, pero no de costumbre, sino como decía Ortega y Gasset, “de sus circunstancias”. Pero no considero justo, ni puede tener justificación alguna, el que cuando un hombre, con su esfuerzo, las influencias del político amigo y corrupto o sus trapicheos en gran escala, consigue alcanzar un nivel de vida brillante, libre de amenazantes nubarrones de infortunios y capaz de colmar todas las aspiraciones y realizar los sueños que cuando lo estaba intentando compartía con su mujer, la compañera que estuvo siempre a su lado dándole ánimos y aguantando las contrariedades sin demostrárselo, se olvide del pasado, ignore a la pareja que le ha demostrado amor y lealtad en los tiempos difíciles y se lance a comprar “carne joven” a base de chequera, para que esa advenediza, que en algunos casos es menor que su propia hija, sea la que disfrute de la elevada posición económica y social y se convierta en la nueva “señora de…”. Y la sociedad es tan cínica y tan poco ética, que acoge a la recién llegada, aunque no pertenezca a su clase, tan elitista y se olvida y deja de alternar con la que merece todos los honores y distinciones. “Dios le da pañuelos al que no tiene nariz”, dice con cierta amargura el refranero popular y en estos casos se hace realidad, porque favorece a los que no merecen la pena ni perder tiempo y saliva en saludarlos. Pero al final, todas estas consideraciones son reflejos de nuestro continuo interés e inagotable fe en desear un futuro mejor que pocos llegan a alcanzar, porque como dice el mismo autor citado con lo del sabio, toda la vida es un sueño y los sueños, sueños son…

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