viernes 9 de febrero de 2007
La foto
F. L. CHIVITE f.l.chivite@diario-elcorreo.com
Sí, me refiero a la foto de Iñaki De Juana. Pero antes, una confesión: a veces, cuando me pongo a escribir una columna, no tengo claro lo que voy decir. Ni a dónde quiero llegar. Inicio la escritura sin una tesis, confiando en que sea mi propia honestidad literaria la que al final me permita averiguar lo que en el fondo pienso. Y (confesión número dos): a veces me llevo algunas sorpresas. Pues bien, eso es lo que voy a hacer hoy con respecto a la foto del terrorista en huelga de hambre. Y quiero prescindir de la opinión personal que tengo de él. Porque, al margen de la opinión que tenga cada cual, la foto es ineludible. Su impacto mediático y su capacidad de impresionar son innegables. Pero no sólo eso. También hace pensar. Obliga a ello. Porque, guste o no, posee la verdad de alguien que se encuentra al borde de la muerte. Y dispuesto a morir. Y eso tiene valor. Si no lo tuviera, habría pasado sin pena ni gloria. Eludir el debate o desviarlo hacia aspectos secundarios resulta ruin. ¿Quizá estoy manifestando alguna simpatía hacia el etarra? Ninguna, en absoluto. Tengo entendido, además, que ni siquiera dentro de ETA era querido. Por su afán de protagonismo y su tendencia a la gestualidad excesiva. ¿Estoy sugiriendo entonces que una simple foto puede cambiar la percepción que se tiene de un individuo que en su día fue condenado a 3.000 años de prisión por la muerte de 25 personas, y luego, en ocasiones posteriores, quiso escenificar la bajeza de hacer ostensible el modo en que celebraba otros crímenes? Pues sí. Creo que sí. Porque, repito: no es una simple foto. Y se queda grabada. No me apetece especular acerca de las posibles intenciones que hayan motivado a la banda terrorista, al autor de la foto o al propio De Juana a la hora de publicarla. Probablemente ni siquiera coincidan. Ni preguntarme si será verdad que De Juana clama ahora por el diálogo y la paz. Personalmente, me cuesta mucho creer en lo que diga. Pero la imagen es valiosa en sí misma. Aunque sólo sea porque nos desafía a que cada uno de nosotros nos planteemos una cuestión legal básica. El que está ahí es un preso que ya cumplió su condena. Alguien que, en rigor, y sea quien sea (porque se supone que eso no debe importarle a la dama de los ojos vendados), reclama justicia. Y lo ineludible es eso. Eso y ver que parece dispuesto a morir para dejar en evidencia al Estado. Más ineludible, incluso, que el hecho de que una muerte en prisión pudiera redimirle de todo su pasado y convertirle en mártir. Todos sabemos que la estrategia del terrorismo es siempre la misma: intentar que el Estado se extralimite en la respuesta y se traicione a sí mismo. Lo triste es que de vez en cuando lo consigue.
jueves, febrero 08, 2007
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