jueves 22 de febrero de 2007
CARLOS LUIS RODRÍGUEZ
a bordo
Tramas en Bruselas
Si hacemos caso a la leyenda, Helena era de una belleza tan deslumbrante, que merecía incluso una guerra. Troya fue destruida por su culpa, y aunque a siglos de distancia nos parezca un sacrificio exagerado por una atractiva dama, los troyanos quedaron encantados, al menos según la versión que nos da Homero en la Iliada.
¿Merecía el señor Suárez Canal que, para salvarlo, se provocara primero un conflicto social en el país, y después se perdieran unas ayudas de la Unión Europea para paliar los estragos incendiarios? Parece un tributo desmedido, no sólo por carecer de aspecto apolíneo, cuestión secundaria al fin y a la postre, sino sobre todo por su escaso valor político. Sin embargo, ese alto precio por su permanencia en el cargo se pagó. El último plazo acaba de llegar de Bruselas.
Cuando media Galicia estaba todavía humeante, el conselleiro cogió la célebre frase de Kennedyy le dio la vuelta. Don Alfredo no se preguntó qué podía hacer por su idolatrada nación, la respuesta era evidente, sino qué debía hacer la nación por él. En vez de irse, obligó a los suyos a inventar una trama fantasmagórica que enmascaraba su ineptitud, de acuerdo con la cual había sido víctima de un ataque político.
Como en los peores tiempos inquisitoriales, se empezó por montar una acusación, para posteriormente buscar pruebas que encajaran con la quimera. Incluso se le llegó a exigir al ministro del Interior que encontrara los indicios, para asegurar más tarde que el no dar con ellos, confirmaba la astucia de los maquinadores. Total, que media Galicia cayó bajo sospecha, pero al final fue imposible confirmar la tesis del complot.
A pesar de todo, nunca se desmintió, ni se pidieron disculpas por haber añadido a la catástrofe incendiaria del verano, la discordia social. Suárez Canal siguió adelante, no sin haber transformado su nacionalismo original en un nacionalismo personal, que considera ataque a Galicia cualquier crítica a la gestión de su departamento.
Lo malo es que los efectos de la trama son duraderos y llegan hasta los despachos de la Comisión Europea, donde se exprime cualquier posibilidad de ahorrar presupuesto. En este caso, una de las excusas para denegar la ayuda la proporciona el propio peticionario, algo que habrá sorprendido muy gratamente a los eurócratas.
De acuerdo con la tesis de la trama, los incendios forman parte de la confrontación partidaria y estaban destinados a menoscabar la política progresista del conselleiro. Más que catástrofe, lo que hay es un conflicto político, una especie de guerrilla civil en la que están implicados los propios gallegos. No es competencia de la Unión Europea, sino más bien de la ONU.
En cierto modo, se trata de una victoria de Suárez Canal y de todos los que apoyaron su defensa. Lo que no pudieron probar Rubalcaba, ni la Fiscalía, ni los jueces, lo da por bueno Bruselas, aunque ciertamente lo hace de forma interesada, para no tener que abonar ni un euro. Acostumbrados a los nacionalismos que no paran de pedir, los comisarios acabarán poniendo como ejemplo al gallego, alguno de cuyos miembros se empeña en aportar razones para que dejen a su nación en ayunas.
Helena le salió muy cara a los troyanos, y lo mismo le pasa a Galicia con Suárez Canal. Si algún Homero del futuro escribe nuestra Iliada, tendrá problemas en explicar por qué el país se supeditó de tal forma a un conselleiro de desconocidos atributos. La nación no le debe nada, pero él tiene con la nación una deuda, interna y externa.
miércoles, febrero 21, 2007
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