sábado, febrero 24, 2007

Carlos Herrera, Distintivo amarillo

sabado 24 de febrero de 2007

Distintivo amarillo

CARLOS HERRERA .

AFGANISTÁN es ese secarral que nuestras tropas han ido a sembrar de flores tempranas. En las laderas de sus montes, en las caídas de sus sotos, nuestros soldados luchan porque el zarzal no le coma terreno al rosal ni el lentiscal a los pimpollos. Aran el surco en el que dejar apuntado el futuro de cándalos y coníferas, encalan las fachadas con el blanco centelleante de la cal sabia del sur y riegan los arriates de geranios y clavellinas con el agua clara de los arroyos. Silban cancioncillas de infancia mientras se desperezan con el rocío fresco de la mañana, mientras preparan sus potajes en el calor del mediodía o mientras ven caer la tarde compartiendo el fuego reparador de la charla última. Acompañan a los niños a las escuelas, ayudan a las ancianas a acarrear verduras para el almuerzo y enseñan a los muchachos de los pueblos a parar penaltis y a ordeñar las cabras. La felicidad está en esas pequeñas cosas, en servir a la paz de los pueblos, en ordenar el tráfico de carromatos, en tocar a la guitarra canciones recientemente aprendidas de labios lugareños y en bailar el corro de la patata con mutilados por las bombas de la invasión soviética. Para ello se han preparado en academias, en campamentos, en largas tardes de cuarteles; su misión es ponerle margaritas a los cañones y revestir con delantales de flores la panza oxidada de los carros de combate. Nuestro ejército jamás va a la guerra, jamás, porque la guerra no existe cuando la izquierda determina que nuestros hombres y mujeres se desplacen a escenarios bélicos. Si Rodríguez Zapatero consintió la permanencia de tropas en un escenario tan áspero como el afgano fue, tan sólo, porque la guerra ya había acabado y lo que se anunciaba tras las montañas nevadas de Kandahar era el nuevo amanecer de los plantadores del árbol de la paz. Otra cosa es que no ocurran accidentes, válgame Dios, lo que está al alcance de cualquiera y en cualquier escenario: Idoia, la muchacha que quería ser soldado, fue señalada por el dedo de un infortunio lejano y frío y cayó de un mal golpe de luna a los pies de un balcón de adobe. Distintivo amarillo, por tanto. ¿Qué vienen los yihadistas del golfo a disparar sobre los infieles vestidos de uniforme militar?: nos defenderemos con la fuerza de la palabra o con la contundencia de nuestra dignidad democrática, pero no nos comportaremos como si estuviésemos en guerra. Porque no estamos en guerra. Si pisamos una mina de diseño iraní como la que se ha llevado cientos de vidas de soldados norteamericanos culparemos a la desventura pero no nos comportaremos como si estuviésemos en guerra. Porque no estamos en guerra, coño, que ya lo he dicho dos veces y no quiero repetirlo. No estamos en guerra porque la guerra es otra cosa: es lo que hace la derecha, por ejemplo, cuando va a Irak, es lo que hacen los americanos cuando invaden Asia Central a su aire, es lo que hizo Aznar cuando envió tropas a la par que italianos o polacos. No es lo que hizo Felipe González cuando envió soldados de reemplazo. El distintivo de la medalla al mérito militar no es rojo porque Idoia no ha caído como consecuencia del enfrentamiento con tropas enemigas en emboscada alguna -acuérdense del Cougar-, sino que ha perecido como consecuencia del riesgo propio de situaciones delicadas en las que los accidentes son posibles. Pisó una mina y plaff. Los talibanes que plantaron esa mina no están en guerra con nosotros, aunque lo parezca, por eso este gobierno insiste en que una civilización con la que queremos aliarnos no puede matarnos muchachas que soñaban con ser militares desde que eran retacas de aldea. La palabra guerra está desterrada del vocabulario de un gobierno que entiende que las cosas son como el nombre que les ponemos, no al revés, ya que la realidad jamás ha de poder con la determinación de los escenarios imaginados. Distintivo amarillo. Y a regar esos campos de labranza para que crezcan las calabazas y los melones. Y si silban las balas esquívenlas con decoro en el convencimiento de que son disparadas como consecuencia de situaciones extraordinarias, no de una guerra.

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