martes, diciembre 16, 2008

Adolfo Rivero Caro, ¿Es Chavez fascista?

martes 16 de diciembre de 2008
¿Es Chávez Fascista?

Adolfo Rivero Caro

Cómo definir políticamente a Hugo Chávez no es una cuestión banal. En un reciente discurso, el mismo Chávez llamaba a estudiar la nueva terminología bolivariana porque ''el lenguaje es muy importante''. El aspirante a dictador tiene razón. Desde hace décadas en el mundo occidental se libra una sorda guerra cultural en torno al lenguaje. En los próximos meses, por ejemplo, vamos a ver como la izquierda va a volver a insistir en hablar de ''las fiestas'' y eliminar cualquier mención a las Pascuas y las Navidades cristianas.

Un exitoso ejemplo de la manipulación del lenguaje es la popular concepción de que el fascismo y el comunismo son polos opuestos. Fue un engaño popularizado por la Internacional Comunista a mediados de los años 30. Se apoyaba fundalmente en que la URSS y otros países socialistas no permitían la propiedad privada de los medios de producción mientras que en la Italia fascista y la Alemania nazi imperaba ''la dictadura terrorista del gran capital''. Era una enorme falsificación histórica. En la Italia fascista y la Alemania nazi se toleraba la propiedad privada de los medios de producción aunque no se trataba del casi ilimitado derecho del derecho romano o de los EEUU del sigo XIX, sino una posesión condicional bajo la que el estado, propietario en última instancia, se reservaba el derecho de interferir e inclusive confiscar las propiedades que, a su juicio, estuvieran mal utilizadas. ¿No les recuerda algo a los venezolanos? El sistema funcionó porque los empresarios acataron todo tipo de regulaciones e interferencias con tal de salvaguardar algún margen de ganancias. Según la doctrina fascista, la verdadera lucha de clases no era entre clases, sino entre naciones. El objetivo del fascismo era superar las estrechas alianzas clasistas, todas las clases tenían que subordinar sus intereses particulares a los de la nación, y colaborar contra el enemigo externo. No es casual que, al inicio de su carrera, Mussolini fuera un destacado líder socialista. Reconocía el principio de la propiedad privada, pero no como un derecho sino como un privilegio concedido por el estado. En los años 20, por ejemplo, se arrogó la autoridad de interferir con el mercado. Hitler, por su parte, compartía el odio socialista contra la ''burguesía'' y ''el capitalismo'' y explotó las tradiciones socialistas de Alemania. Su partido se llamaba el Partido Nacional Socialista de los Trabajadores Alemanes, adoptó la bandera roja, declaró feriado el 1 de mayo y requería que sus miembros se llamaran ''camaradas'' (Genossen). En una ocasión, en medio de la Segunda Guerra Mundial, Hitler declaró que ''básicamente el nacionalsocialismo y el marxismo son lo mismo''. ¿No es curioso que Jorge Dimitrov, presidente de la Internacional Comunista, fuera acusado del incendio del Reichstag en 1933 y declarado inocente por los tribunales nazis? ¿Y acaso no firmó Stalin un pacto de no agresión y ayuda mutua con Hitler en 1939?

Dado el valor supremo asignado a la raza, no es sorprendente que los nazis rehusaran reconocer derechos individuales de ninguna clase, incluyendo la propiedad privada. Al mes de tomar el control del gobierno alemán, los nazis suspendieron las garantías constitucionales sobre la propiedad privada. La independencia de la libre empresa se vio radicalmente limitada. El estado nazi intervino en todos los niveles de la actividad económica, regulando precios, salarios, dividendos e inversiones, limitando la competencia y resolviendo las disputas laborales. En 1936, se creó la Oficina del Comisario para la Formación de Precios para garantizar ''precios económicamente justos'', lo que suspendió el mecanismo regulador del mercado.

Un decreto de 1937 estipulaba que el dueño de una granja que no estuviera eficientemente cultivada tenía que pasarla o arrendarla a un granjero más competente. Las tierras podían ser expropiadas para uso ''comunitario''. ¿No les recuerda algo a los venezolanos? El gobierno determinaba a qué cosechas podía dedicarse el granjero y cuánto tenía que entregar a las agencias estatales. Como dijera Schoenbaum en La revolución social de Hitler: ``A pesar de una generación de mitología marxista y neomarxista, probablemente nunca una economía ostensiblemente capitalista haya sido dirigida de una forma tan no capitalista e, inclusive, tan anticapitalista como la economía alemana entre 1933 y 1939''.

¿Cómo es posible entonces considerar al fascismo como ''la dictadura terrorista del gran capital''? La experiencia confirma que al igual que la libertad necesita del derecho a la propiedad, el totalitarismo necesita eliminar la autoridad de los ciudadanos sobre las cosas, porque ésta les permite evadir el poder omnipresente del estado.

Hugo Chávez podrá considerarse comunista, pero se define cada vez más como un líder fascista. No es un insulto, es una definición. Y, después de todo, la diferencia no es mucha.

El fascismo, sin embargo, es universalmente execrado mientras que el comunismo mantiene una cierta legitimidad. Es increíble. Parte de la explicación reside en que las potencias fascistas (término en el que, por razones de simplificación, incluyo al nazismo y al chovinismo japonés) perdieran la guerra mientras que la URSS, una potencia comunista aliada a Estados Unidos e Inglaterra, estuviera entre los triunfadores. Esto hace olvidar que Stalin estuvo aliado con la Alemania nazi hasta principios de los años 40 y que esa alianza hubiera podido prolongarse indefinidamente. Fue Hitler el que la rompió con su inesperada invasión a Rusia en 1941.

El colapso soviético ha sido devastador para los partidos comunistas. Sus ideas, sin embargo, mantienen su vitalidad. No es de extrañar. Marx le dio poderosos argumentos a una tendencia instintiva: la de echarles la culpa de nuestros problemas a los demás. Los obreros son pobres porque la burguesía los oprime. Las naciones están subdesarrolladas porque potencias imperialistas las explotan. Para los jóvenes, en particular, esto es extraordinariamente atractivo. Súbitamente cuentan con una clave para explicarse complejos problemas sociales. Pasan de ignorantes a expertos en un par de folletos. Y, como si fuera poco, se ven más allá de toda crítica. Todo pensamiento contrario es erróneo por definición: está contaminado por su origen de clase. Los que se oponen a la revolución sólo defienden los intereses de las clases dominantes. De la noche a la mañana, muchachos de escasa cultura y menos experiencia se ven convertidos no sólo en héroes morales, sino en campeones intelectuales de los desposeídos. Es un sentimiento embriagador que muchos demagogos van a aprovechar.

Aunque parezca increíble estas elucubraciones adolescentes, ácidamente refutadas por la historia, son el único bagaje intelectual de Fidel Castro. Su extraordinario éxito político, en el orden personal, le confiere a sus ideas un prestigio que no les corresponde. No es extraño. El mundo está lleno de estafadores que se han hecho millonarios. Recientemente, en Miami, uno de esos, que decía ser nada menos que Dios, murió en la cárcel. Durante más de una década, Hitler fue el hombre más poderoso de Europa. Stalin fue uno de los hombres más poderosos del mundo, como lo fueron Atila o Genghis Khan. El éxito deslumbra y es natural que tratemos de justificarlo. Pero la experiencia demuestra, una y otra vez, que el éxito momentáneo de un hombre no convalida sus ideas. El triunfo de caudillos semidementes es tan frecuente como efímero. Por favor, ¿cuánto va a durar un Chávez aliado del fundamentalismo islámico?

Es una pena que la intelectualidad latinoamericana sea tan conformista. O acepta un capitalismo deformado y negativo o acepta una revolución socialista todavía más empobrecedora y negativa. Son las (falsas) alternativas a que nos hemos acostumbrado. Jorge Castañeda es uno de los poquísimos intelectuales latinoamericanos que está planteando el problema en sus términos justos. El enemigo fundamental es la alianza entre los grandes monopolios nacionales y el estado. Es lo que algunos teóricos han llamado ''el capitalismo malo''. El que los comunistas critican, con razón, cuando dicen que unas pocas familias dominan un país. El responsable último de nuestro subdesarrollo. Ahora bien, el enorme error de los revolucionarios está en identificar ese capitalismo malo con el capitalismo en general. Hasta el día de hoy, la libre empresa y el libre mercado han sido una fórmula de desarrollo y prosperidad sin igual en la historia. Los revolucionarios anticapitalistas, por supuesto, no lo son sólo por superficialidad o ignorancia sino, sobre todo, por una desesperada ambición por el poder total. La primera preocupación de Correa, por ejemplo, ha sido cambiar la constitución. Pero dice que no quiere reelegirse. Lo mismo decía Chávez. Nos toman por tontos. El fascismo y el comunismo fueron reacciones gemelas de profunda hostilidad contra el liberalismo, estimuladas por la catástrofe de la I Guerra Mundial. Según la famosa definición de Giovanni Gentile, el fascismo es un movimiento de masas que se cree investido de una misión de regeneración nacional, que se considera en guerra con sus adversarios políticos y que aspira a conquistar el monopolio del poder mediante la utilización, entre otras tácticas, de fuerzas paramilitares. Exige un solo partido con la tarea de la movilización permanente de las masas y un aparato policial dedicado a reprimir la disidencia, inclusive llegando al terror. Demanda una organización económica corporativa que elimina la libertad sindical, amplía la intervención estatal y busca la colaboración de los ''sectores productivos'' bajo el control del régimen, aunque sin liquidar la propiedad privada ni las diferencias de clase. Proclama una política internacional inspirada en el mito de la grandeza nacional con el objetivo de la expansión imperialista y un sistema político jerarquizado de abajo a arriba y coronado por un líder carismático. ¿No resulta familiar todo esto?

Me parece, obviamente, el modelo que Chávez está implementando. No creo que esté pensando en expropiar a la burguesía venezolana. Simplemente quiere ponerla inondicionalmente bajo sus órdenes. ¿Por qué matar la gallina de los huevos de oro? No me extrañaría que el mismo Fidel Castro se lo hubiera recomendado. Después de todo, siempre ha sido un pragmático, no un ideólogo. ¿Que diferencia hay entre las camisas negras de Mussolini y las camisas rojas de Chávez? El tinte. La diferencia entre fascistas y comunistas siempre ha sido mínima y circunstancial.

Noviembre, 2008

http://www.neoliberalismo.com/chavez-fascista.htm

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