domingo, diciembre 14, 2008

Felix Arbolí, Dichosa tú que oyes villancicos en tu calle

lunes 15 de diciembre de 2008
Dichosa tú que oyes villancicos en tu calle

Félix Arbolí

RECUERDE el alma dormida, avive el seso y despierte, contemplando, como se pasa la vida….” La célebre poesía dedicada a la muerte de su padre, del inmortal Jorge Manrique, es una de las más conocidas y magistrales no solo de nuestra lírica, sino de la universal. Desde pequeño, cuando en el aula de los marianistas nos hacían aprender y recitar los mejores versos de nuestra Literatura, era una de las que más me impresionó entonces y continúa maravillándome ahora. No he encontrado una definición más real y acertada de lo que es nuestra existencia, el paso del tiempo y la futilidad de tantas necedades y empeños por los que pasamos en un continuo sin vivir desperdiciado.

Se que los tiempos que corren no están para lirismos y evocaciones y menos para añorar lo que ya es imposible e irremediable, pero acabo de recibir el correo de una gran amiga, una de esas mujeres que es un regalo llegar a tratar, aunque sólo sea a través de Internet y sin otro espíritu que el cambio de impresiones y la conservación de una excepcional y trascendental amistad con una persona maravillosa y tremendamente positiva, con la que me siento honrado y beneficiado y me ha hecho sentir auténtica nostalgia de aquellos años que se fueron y que ahora llegan a mi memoria haciéndome comprender que el pasado, con todas sus limitaciones y actitudes a veces negativas, era infinitamente mejor y más entrañable que este presente tan lleno de egoísmos, dificultades y carencia de valores. Cualquier tiempo pasado fue mejor y hasta con Franco y sus defectos vivíamos más tranquilos y hermanados. Ahora me doy cuenta, aunque entonces renegaba. Ya dice el refrán que “otros vendrán que bueno me harán”.

En el correo de mi querida amiga hay una frase que a cualquiera le hubiera pasado inadvertida, pero a mi me ha hecho reaccionar y remover todos los recuerdos de un lejano ayer que sigue vivo en mi memoria. La frase era “ ahora suenan villancicos en el club deportivo que hay frente a mi oficina, sinceramente, Félix, soy una mujer privilegiada”. Privilegiada como mujer y como residente en esa capital de provincia y comunidad autónoma, donde aún creen en los milagros y celebran su Navidad. Yo en mi calle, aparte de las máquinas y excavadoras con sus insoportables ruidos haciendo socavones y los vecinos con sus discos a base de “hip hop”, “reggaetón” y demás, no oigo nada. Ni siquiera las calles se han puesto de luces para estas Navidades. Menos mal que cerradas las ventanas me regalo con mis amigos Debussy, Mozart, Chopin, Greig, Faure, etc, sin omitir a Handel en estos días tan señalados. Ah, y las tres bonitas figuras del Belén, regalo de mi yerno hace tiempo, que como todos los años preside la entrada de la casa.

¡Cuanta envidia y cuanta añoranza me has causado con tu sencilla, pero maravillosa circunstancia, mi querida amiga!. Dirán que estoy loco o soy excesivamente sentimental, pero así he nacido y así seré hasta que ese Niño Dios, nacido en un humilde portal, por éstas o similares fechas, y que murió siendo hombre por todos nosotros, decida llevarme junto a Él, si estima que tengo méritos suficientes para ello.

Me ha hecho recordar aquellas Navidades pasadas en la Andalucía de la posguerra, donde el mensaje y el calor de esta bonita fiesta impregnaba totalmente el ambiente de calles y casas. Y me figuro que así sería en el resto de toda España, entonces única e indivisible, solidaria y creyente. Era inconcebible que en estas fechas se acrecentaran odios, se buscaran problemas o se enfrentaran tendencias adversas. Era una especie de tregua general, tácita y libremente consensuada, cuyos efectos llegaban hasta las mismas trincheras donde las guerras se detenían, porque no eran tan numerosas, desproporcionadas y salvajes como ahora, que hasta se mata en nombre de Dios, aunque estoy seguro que no con su aprobación.

Recuerdo a los que ya no están entre nosotros y las noches pasadas juntos disfrutando de la vida, de la bondad del género humano y del sentido y el calor familiar en momentos inolvidables. En Andalucía estos días eran muy especiales y conmovedores. Nadie se sentía fuera del ámbito navideño, aunque su fe sufriera más dudas que certezas.

Tuve también mis Navidades solitarias y tristes en la habitación de una pensión, cuando Madrid acostumbraba a cerrar sus locales y restaurantes en esa noche y los que vivíamos de alquilados, nos quedábamos perdidos por esas calles alargando al máximo el momento de encerrarnos en nuestro cuarto. Una copa y algún dulce al llegar por parte de la patrona y a dejarlos en paz celebrando su fiesta, mientras intentaba dormir a la hora de las gallinas para no tener que sufrir las risas y el contento general de las familias del entorno.

Un año, recuerdo, que vino a Madrid para pasar unos días conmigo, la hija de un Prefecto de policía francés, a la que conocía a través de una revista por correspondencia. El problema que se me presentaba era enorme al no saber que hacer con ella esa Nochebuena. Todo cerrado y los dos de alquilados en pensiones diferentes, en las que en aquellos años era impensable que nos dejaran pasarla juntos. ¡Bueno estaba el patio con las cuestiones de la moralidad!. Era un verdadero conflicto que se acercaba sin posible solución. Yo, de mis años de bohemia madrileña, conocía a un chico que tocaba el acordeón en “Granada”, un bar de la calle de Echegaray, en el que yo alternaba con frecuencia. Tocaba varias piezas, paraba unos instantes para beber el chato al que le habían invitado, a veces tenía tres o cuatro amontonados y continuaba su intervención, atendiendo algunas peticiones de la clientela. El público, sin excepciones, dejaba su donativo en un plato que tenía delante. Se que estaba casado y con hijos, pero gracias a su arte con el acordeón sacaba a su familia adelante. Eso sí, siempre iba muy limpio y arreglado. Nos hicimos muy amigos. Una de las noches, que fui con la francesa, a la que le gustaba la bohemia nocturna del Madrid de los cincuenta, le comenté en un aparte el problema que se me presentaba. Fue mi solución. Resulta que él tenía comprometida esa noche en un local donde una familia se iba a reunir para cenar, bailar y pasar toda la noche. Lo habían alquilado en exclusiva. Me dijo que hablaría con ellos, a ver si podíamos ir nosotros. Así lo hizo y aceptaron encantados. Les dijo que éramos un matrimonio recién casado muy amigo suyo y que no teníamos sitio donde pasar esa noche.

Fue una fiesta inolvidable. La cena fue opípara, los comensales extraordinarios en todos los aspectos y hasta tuve una aventura no buscada. Resulta que entre los reunidos había un joven matrimonio cuya mujer estaba como el AVE. El marido, por ese afán de conquista que entonces tenía el español por la mujer francesa y suiza, me pidió permiso y la sacó a bailar, mientras le tiraba los tejos descaradamente, aunque ella hizo como si no le entendiera a pesar de que hablaba el español mejor que él. El pobre se esforzó y al final no había conseguido más que unos besos escapados y pocas veces atinados. Mientras esto ocurría su joven y bonita mujer se sintió humillada y sin miramientos, ni torpezas, me ligó como pareja amorosa. No sé si en venganza por la ofensa recibida del cretino de su marido o porque le seducía una aventura con ese joven y desconocido invitado. Ni se lo pregunté, ni me preocupó lo más mínimo.

Esa noche que se presentaba triste y solitaria, fue de las más alegres y aprovechadas de mi vida. Dios escribe derecho en los renglones torcidos y a mi me evitó una noche muy dura y problemática al no saber qué hacer ni adonde ir con mi amiga gala. Amiga en el estricto sentido de esta palabra, aunque al final de su estancia la relación se estropeara al querer yo más de lo habitual en estos casos. .

La Navidad, no obstante estas circunstancias y episodios que es normal que se produzcan cuando uno ha pasado tantas, era una fiesta que llenaba nuestras vidas de amor solidario y nos hacía sentir diferentes y mejores en todos los aspectos. Era bonito ese detalle de felicitar y darse la mano o el beso cuando nos encontrábamos a algún conocido por la calle, al que en épocas normales apenas saludábamos o entrábamos en algún local público y deseábamos de corazón la felicidad que sentíamos y vivíamos interiormente a todos los presentes.

Hoy todo eso está desapareciendo para nuestra desgracia, por la empecinada maniobra de los que se han dedicado a matar las ilusiones y alegrías del pueblo, incluso en días tan especiales. Están intentando desterrar de nuestras vidas y entornos la figura entrañable y llena de ternura de ese Divino Niño en su cuna. ¿Cómo es posible que pueda molestar a alguien la visión y contemplación de la escena del “pesebre navideño”, donde hasta la sencillez de una mula y la simpleza de un buey, cobran dimensiones incalculables en los sentimientos del ser humano?. ¿Por qué queremos matar y desterrar a la belleza y suprema inocencia para implantar el odio, la indiferencia, la intolerancia y la apostasía?.

No soy hombre de asiduas visitas eclesiásticas, aunque ello no me impida sentir una fe inquebrantable y un sentimiento profundamente arraigado en las creencias religiosas que me inculcaron de pequeño y que a estas alturas de mi vida sería insensatez y locura echar en el olvido. No sé que me encontraré más allá de la vida con una certeza absoluta, pero no tengo la menor duda de que es que muy bonito vivir con esta idea, credo y misterio que me enseñaron desde niño y a la que jamás he renunciado, porque no encuentro una alternativa mejor y más fiable. .

http://www.vistazoalaprensa.com/contraportada.asp

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