miércoles, diciembre 17, 2008

Carmen Planchuelo, Bailando, me paso el día bailando

jueves 18 de diciembre de 2008
Bailando, me paso el día bailando

Carmen Planchuelo

M E temo que yo no puedo decir lo mismo que la singular Alaska, qué mas quisiera yo que pasarme la vida bailando (o una buena parte de ella) pero sí que las artes de Terpsícore “deleite de la danza,” en este momento de mi vida me tienen totalmente seducida. Siempre me ha gustado bailar, desde que era muy chiquitina cantaba, bailaba y con mi amigas jugaba a los teatros. De jovenzuela me sabía todos los bailes modernos. En mi primera juventud me embarqué en la quimera de aprender ballet clásico, y como una es tozuda, pues durante tres años acudí a un estudio de danza donde disfruté muchísimo haciendo ejercicios en la barra, mirándome en el espejo y aprendiendo el vocabulario propio de la actividad. En mi afán llegué hasta la tortura de las zapatillas de puntas. Evidentemente la realidad se impuso y un tiempo después me pasé al jazz, al aeróbic y durante bastante tiempo seguí con estos bailes; con el resto de mis compañeras de clase participe en uno de esas funciones de fin de curso que organizan las academias para mostrar lo mucho que han progresado las alumnas. A ellos acuden los familiares extasiados y los novios y maridos obligados... pero hay que ir.

Desde hace ya unos cuantos años acudo a clases de baile de lo más variado, salón, oriental y sevillanas. Los momentos más agradables de la semana son esos que paso frente al espejo aprendiendo a mover acompasadamente mi cuerpo con disciplina. Bailar no es moverse alocadamente sin orden ni concierto, como todos los aficionados saben. El baile es una de esas actividades en las que hace más falta la perseverancia, mucha gente pasa por la academia a la que acudo y al ver que en un escaso mes no aprende lo esperado, lo deja. Sin embargo esta disciplina da sus frutos a poco constante que una sea y yo, como buena Tauro, lo soy mucho.

Me sería muy difícil decirles cual me gusta más de todos los bailes que me he propuesto aprender. Realmente todos son preciosos, con todos ellos me siento feliz y en todos encuentro algo de mis mi misma. He descubierto que para bailar hay que desinhibirse, olvidarse del sentido del ridículo, de lo piensen los demás y sobre todo dejar al lado eso de “ya es tarde para mi”, ¡ja! nunca es tarde para algo que nos hace felices. Los bailes caribeños y los de salón (mi ultima afición) me están resultando divertidos y perfectos para alegrarle a uno la tarde mas aciaga; el tango simplemente es arrebatador, espero con ilusión el día en que todos los pasos que integran este maravilloso baile me salgan de corrido limpia y perfectamente sin pisotones ni equivocaciones.

La danza oriental (que es mucho más que la del vientre), sin duda es la que entraña más dificultad en su aprendizaje pues supone un dominio del cuerpo muy difícil da alcanzar. En ella se mezcla lo sensual con lo sublime, la seducción del que la contempla con la intimidad de un placer personal difícil de definir. Lo que a mi me enseñaron poco tiene que ver con esos bailes un puntín vulgares que se venden en la pelis de videoclub, no dejan se ser una caricatura de la autentica danza oriental. El sonido de las monedas de mi pañuelo al ritmo de la música me hace sentirme a mil kilómetros de donde estoy y les aseguro que no me cuesta nada este vuelo en el espacio y en el tiempo. Es la magia del baile.

Sin embargo son las sevillanas las que me tienen absolutamente enamorada, llevo ya unas cuantas temporadas metida en faena y modestamente puedo decir que bailarlas en público no me de ninguna vergüenza. Posiblemente no tenga el salero de las mujeres del sur pero sí que he ido aprendiendo a expresar con mi baile lo que esta música popular me produce, dentro de los pasos marcados y de la técnica que sustenta esta danza.

“Al bailar por sevillanas, se me quitan los pesares”, esta letrilla define muy bien algo en lo que coincidimos los que practicamos este baile. Les adelanto que a mi esto me ocurre también con todos los demás. Bailar es una de mis fuentes de placer a la que renuncio por nada ni por nadie. A veces he llegado a clase con cierta dosis de cabreo y mala leche por las mezquindades del día, pero sin embargo cuando me despojo de mi ropa de “civil” para ponerme la de baile mi mal humor vuela para no volver. Es como si cambiara de piel. A los primeros compases, a las primeras vueltas me siento en un mundo totalmente distinto y todo lo mediocre de la jornada (por no decir otra cosa) pasa al cajón de los olvidos. A base de taconazos descargo la mala energía de la jornada.

Todo esto no es más que un preámbulo, quizás algo largo, para relatarles una pequeña anécdota que me ocurrió la pasada primavera en la Feria de Abril, no en la de Sevilla sino en la de Barcelona. Mi amiga Merche y yo ya hemos hecho nuestros pinitos en las ferias locales pero hasta la fecha no habíamos ido a una feria de categoría a bailar sevillanas. Nos comentaron que la de Barcelona no sólo era muy divertida, sino democrática, es decir que podías entrar en todas las casetas aunque no conocieras a nadie, tomarte unos finos, unas tapas y ser parte del entorno festivo. Ni cortas ni perezosas nos compramos unos preciosos vestidos de lunares (verdes ella, lila yo) y para la feria que nos fuimos. Una pequeña escapada de apenas dos días. A cierta edad una no deja para mañana lo que puede disfrutar hoy.

Lo Barcelona fue algo mágico. De esos momentos en que sientes que estas vivísima y la vida es bella. Pues verán:

El sábado noche fuimos al real de la Feria en un estupendo tranvía y ni que decir tengo que mi amiga y yo éramos como el reclamo del lugar, para nuestra desolación no se veía a nadie en bata de cola o similar lo que nos hacía suponer que el ambiente seria “soso” y de poco bailar. Al llegar nos encontramos ¡oh sorpresa! con todo iluminado, miles de bombillas recreando la feria del sur y mucha gente luciendo vestido. Durante mucho rato bailamos sevillanas y rumbas, nos tomamos unas copitas y fuimos de caseta en caseta. No todas eran de música andaluza, había representaciones de las diferentes comunidades asentadas en Barcelona. Una de las más grandes y espectaculares era la de Marruecos. De ella salía una música de esas entre estridente, armoniosa, vital que a una le hace pensar en desiertos, jaimas y todo lo oriental que el cine y los cuentos de las mil y una noches nos han metido en la cabeza. Nos abrimos paso hasta la primera fila del corro, había mucha gente y todos escuchaban al cantante, yo, en mi sitio empecé a seguir la música con el cuerpo y enseguida me di cuenta de que los de mi entorno me miraban con cierta curiosidad, supongo que una flamenca medio contoneándose al compás de la música árabe tiene "su punto", yo seguía muy consciente de las miradas de las mujeres, de los hombres. En el estrado un grupo tocaba música tradicional, en centro un hombre cantaba y cerca de el otro bailaba, era joven, alto y guapetón no me quitaba ojo y me sonreía, me hacia gestos de que me fuera al centro a bailar, que me uniera a la fiesta. Lo mismo me indicaban unas cuantas mujeres jóvenes de pañuelo a la cabeza, tapadísimas ellas que cuidaban a sus bebés, yo no me atrevía a salir a bailar, aunque ganas todas (para que les voy a mentir)... pero de repente el joven bailarín se acercó a mi muy decidido, me dio la mano, me arrastro al centro de “la pista” y casi sin darme cuenta me encontré bailando ante un montón de gente desconocida. Siempre he dicho que me encanta esta danza pero que notaba que no hacia progresos en clase, pero ¡milagro! De repente sentí que me salían con fluidez los pasos aprendidos, que me movía con cierta gracia, que estaba disfrutando y que el baile me salía bonito (o yo así me lo imaginaba, claro). El hombre con el que bailaba estaba la mar de contento, se le veía disfrutar tanto como yo. Confieso que bailar con un hombre en el que ves el deseo en los ojos, en la risa que te regala, en su forma de moverse motiva mucho, infinitamente mas que hacerlo con cualquiera de mis compas de clase, a las que quiero con todo mi corazón pero sólo eso. Y es que no es lo mismo, no nos engañemos. Sigo.

Yo me dejaba llevar por la música y lo que ella me inspiraba, era muy consciente de que era una danza de seducción (por otro lado muy inocente), yo le miraba, le sonreía, me acercaba a él, me alejaba, giraba, me daba la vuelta, como un juego... eso es bailar un juego en el que hablas con tu cuerpo y expresas lo que sientes. Imagino que formábamos una escena atractiva y la mar de sensual: una mujer felicísima, vestida de flamenca delante de dos jóvenes árabes y bailando para ellos, y ellos para mi. Cuando se terminó la pieza musical yo sonreí de nuevo, les di las gracias por su amabilidad y me marche deprisa con mis amigos que me miraban desde el “publico” con cierto asombro. Me sentía transida, extasiada y casi como si estuviera en la tienda de un jeque, en un harén o en cualquier lugar donde la atracción y la seducción se manifestaban por medio de un baile sencillo, y como digo la mar de seductor. Jamás he bailado así en clase, mas bien hay días que me desespero pues me veo torpe, pato, me confundo, se me cae el velo, me doy la vuelta por el lado equivocado.... pero delante de toda esa gente yo me sentí divina, poderosa y por encima de todos... ni la más mínima vergüenza. No me cabe la menor duda de que todo esto se lo debo al guapo mozo que me miraba, no dejaba de sonreírme y era el quien con su presencia, sus movimientos, sus ganas de no luciese él (que bien podía) sino yo, hacia que mi danza fuera eso; una danza, no un moverse en clase...

Es posible que alguno de ustedes haya tenido una experiencia similar, quizás bailando, o narrando algo para alguien que te contempla con autentico gusto pues yo creo que gustar (de la forma que sea, y por lo que sea) hace afluir en nosotros esa parte de lo divino de la que también estamos hechos, te sientes tocada por un don y tan feliz, que lo tienes que trasmitir.

Esa noche descubrí la bellaza del baile, el poder que tiene, la capacidad de comunicación y pensé que por algo gran parte de los ritos religiosos son danzas o bien contienen bailes rituales.

Estos días próximos a la Navidad mis compañeras y yo ensayamos la función que todos los años por estas fechas representamos para los ancianos de las Hermanitas de los Pobres. De la más pequeña a la mas mayor, cada una en el grupo que le toca y con la gracia (poca o mucha) que tiene procura sacar lo mejor de sí misma y hacer pasar un rato agradable a estas personas para las que la vida casi todos los días es igual.

Así que bailando, bailando no me paso la vida pero gracias a este arte voy conociendo gentes y situaciones que posiblemente de otra manera no sería posible. Les animo a que bailen todo lo que puedan, a que si no saben se matriculen en una academia y ya verán ustedes no sólo lo bien que lo pasan y lo seductores que resulta, también es una muy buena terapia para el olvido de las neuras del día.

Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo 2009 mis queridos lectores.

http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=4966

1 comentario:

Fernando de Juan dijo...

Planchuelo, eres genial.
Te quiere:
La voz