La mujer más bella del mundo
JUAN MANUEL DE PRADA
Lunes, 15-12-08
EL pasado jueves moría en la ciudad de Los Ángeles la mujer más bella del mundo. Tenía ochenta y cinco años, y hacía más de cincuenta que permanecía apartada del escrutinio público; pero, allá por la década de los cincuenta, fue la más famosa pin-up del mundo, la modelo más solicitada para calendarios y revistas picantes. Se llamaba Bettie Page, y había nacido en 1923 en un pueblecito de Tennessee próximo a Nashville. Quiso triunfar en Hollywood, pero su acento pueblerino -que nunca llegaría a corregir- le impidió alcanzar su sueño. En 1949, con las maletas abarrotadas de ilusiones, se instaló en Nueva York, donde comenzó a posar para fotógrafos aficionados, antes de convertirse en la modelo predilecta de las publicaciones eróticas de la época (que, contempladas hoy, se nos antojan de una ingenuidad arrebatadora). Más tarde, allá por 1953, Bettie Page empezó a trabajar para Irving Klaw, que la hizo posar con ropa interior churrigueresca, guantes y corsés de cuero negro, medias de costura y zapatos de tacón altísimo, armada a veces de látigos y férulas. Cientos o miles de estas fotos involuntariamente humorísticas se reparten hoy por internet: en todas ellas resplandece la belleza luminosa de Bettie Page, que como por arte de ensalmo logra que en su derredor se desvanezca cualquier impresión de sordidez o escabrosidad. Es como si contempláramos a un ángel al que hubiesen obligado a caminar por un lodazal; pero la abyección y el envilecimiento ni siquiera la rozan.
Siempre me ha obsesionado la belleza cándida y carnal de Bettie Page; tanto que la convertí en protagonista de mi novela La vida invisible, bajo el nombre fingido de Fanny Riffel. Su efigie ha sido tan divulgada que ha llegado a convertirse en un icono underground; muy imitados han sido, en especial, su melena fosca y su flequillo negro como el ala de un cuervo, que le oscurecía la frente de colegiala y se recortaba justo un centímetro por encima de sus cejas. Pero si tuviera que elegir alguna circunstancia de su rostro me quedaría con sus ojos, de un azul monástico, que miran a la cámara con una rara mezcla de timidez y desparpajo, y, sobre todo, con su sonrisa grande, a un tiempo voluptuosa y virginal, que transmite a su fisonomía una vibración de entusiasmo. El resto de su cuerpo era al menos tan hermoso como su rostro; y, más allá de su opulencia, había algo conmovedor en él, algo parecido al desvalimiento de un pájaro aterido.
Bettie Page tuvo algo de pájaro arrojado del nido y abandonado a la intemperie. En 1956, el Senado de los Estados Unidos creó un comité dedicado a perseguir la pornografía que acabó con el negocio de Irving Klaw. Bettie Page decidió entonces abandonar el oficio de modelo, tal vez avergonzada de haber contribuido a la corrupción de la juventud. La última persona que logró hablar con ella, antes de que se esfumara sin dejar ni rastro, fue la fotógrafa Bunny Yeager, que la llamó por teléfono para que volviese a posar para la revista Playboy. Bettie Page, con una voz adelgazada hasta el susurro, le dijo, un segundo antes de colgar: «No creo que al Señor le agrade». Durante décadas las hipótesis más rocambolescas y amarillistas trataron de reconstruir la existencia de Bettie Page posterior a 1957; a ciencia cierta sólo sabemos lo que ella quiso revelar en 1993, cuando llamó a un periodista para protestar por la emisión de un documental televisivo en el que se afirmaba que había muerto. Al parecer, había experimentado una conversión religiosa; pero aquella conversión no tardó en complicarse con episodios obsesivos y esquizofrénicos que la fueron internando en los pasadizos de la locura. Se sospecha que gran parte de su vida transcurrió en instituciones pisquiátricas.
Bettie Page es, en fin, el emblema de una época que legó a la posteridad una mitología de criaturas tronchadas en flor, envueltas en una bruma que mezcla sordidez y glamour. Me basta contemplar cualquiera de sus fotos, no importa cuán escabrosas parezcan a primera vista, para descubrir en ella un halo de desarmante y risueña candidez. Para mí, era la mujer más hermosa del mundo; y, allá donde esté, ya le habrán dicho lo mucho que secretamente la he amado.
www.juanmanueldeprada.com
http://www.abc.es/20081215/opinion-firmas/mujer-bella-mundo-20081215.html
lunes, diciembre 15, 2008
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