lunes, diciembre 08, 2008

Ignacio Camacho, Degenerando

Degenerando

IGNACIO CAMACHO

Martes, 09-12-08
SENTADO en su escritorio en una lluviosa tarde de puente festivo, el columnista siente la tentación de escribir sobre Tardá, ese agitador de saldo, destemplado y un poco patancete, que anda por ahí dando «mueras» a los Borbones mientras sus bizarros conmilitones queman ejemplares de la Constitución que les permite una barata performance presuntamente subversiva. Pero en la arrogancia propia de su oficio, el columnista intuye que los tipos como Tardá ni siquiera sirven para construir con ellos un artículo decente sin contaminarse de su propia mediocridad anodina, de la alharaca vulgar con que tratan de camuflar su simpleza. Ya hemos caído casi todos en la facilona sugestión de glosar el exabrupto del alcalde de Getafe, cuya pedestre zafiedad ha dado pie a un torrente de ingenio literario; no conviene dar la impresión de que hemos adelantado las rebajas. Y, como dicen los americanos, si te pones a discutir con un ignorante corres el riesgo de que no se aprecie la diferencia.
Así que el columnista prefiere preguntarse por las razones que hacen posible que los tardás de turno, con sus anoréxicos currícula sin estudios ni méritos cívicos, puedan llegar a sentarse en el Congreso de los Diputados, en un proceso de degradación intelectual de la política que afecta a la esencia misma de la representación democrática -es decir, a la conexión entre los ciudadanos y sus portavoces institucionales-, al valor de la dirigencia pública y al papel de intermediación que ejercen en ella los partidos políticos. La cuestión de fondo vendría a ser la de cómo la ilustre y cosmopolita escena pública catalana, la que alumbró a Tarradellas y a Pujol, a Piqué y a Solé Tura, a Miquel Roca y a Maragall, ha acabado encontrando en la política local o comarcal -Tardá era concejal en Cornellá, donde casualmente el Honorable Montilla fue alcalde- un vivero de próceres con que orlar su nomenclatura justo en el momento de mayor capacidad competencial del poder autonómico. Gente como el jardinero Benach, el tuneador de audis; como el Carod coronado de espinas y tomador de cafés en Perpignan, o como aquel Joan Puig que en cuatro años no hizo cosa mejor que bañarse en una piscina. A más autogobierno, menos calidad política; he ahí una ecuación sobre la que convendría interrogarse. Salvo que uno se conforme con la estrafalaria explicación con que relataba su ascenso social aquel banderillero que llegó a gobernador civil: degenerando.
Una interpretación de pesimismo melancólico podría zanjar el asunto con la vieja sentencia churchilliana de que cada pueblo tiene el gobierno que en cada momento se merece, pero quizá fuese pertinente profundizar un poco. Y entonces, degenerando, degenerando en el proceso que conduce desde la nada hasta la cúpula misma del sistema, habría que llegar a cierta emotiva y esclarecedora declaración que formuló en su día el paradigma contemporáneo del optimismo antropológico: «Sonsoles, no sabes cuántos cientos de miles de españoles podrían ser presidentes». El columnista, que piensa que un pesimista es sólo un optimista bien informado, concluye que esta sentencia explica el estado de cosas como un verso de Neruda: claro como una lámpara, simple como un anillo..

http://www.abc.es/20081209/opinion-firmas/degenerando-20081209.html

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