jueves 18 de diciembre de 2008
Más de la SGAE
Miguel Martínez
E N ocasiones, especialmente cuando se escribe asiduamente en el mismo medio y para los mismos lectores durante un largo periodo de tiempo, resulta del todo inevitable repetirse. Unas veces, porque la memoria es frágil y uno no siempre es capaz de recordar sobre lo que escribió y lo que no hace casi un lustro, y otras, porque reaparecen noticias, temas y/o polémicas que intermitentemente nos pulsan ese resorte con el que venimos dotados casi todos los humanos y que hace que nos soliviantemos, nos sulfuremos, nos aceleremos y nos rebotemos.
Y es que lo de la SGAE, Sociedad General de Autores y Editores de la que ya les he hablado en varios artículos, no tiene nombre. Ese afán y ese celo de rapiñar hasta el último céntimo que les sea posible está llegando a unos límites que ultrapasan el esperpento, desbordan lo surrealista y rebosan el despropósito.
No les voy a insistir, o sí, ya puestos, en la incoherencia residente en los distintos cánones que los gobiernos de turno –éste y también los anteriores, por mucho que ahora desde el PP quieran desmarcarse - han instaurado a modo de dádiva a la citada sociedad, cánones que gravan, por poner un ejemplo, el ordenador que un servidor utiliza para soliviantar, sulfurar, acelerar y rebotar a sus queridos reincidentes semana a semana, de modo que cuando este columnista se vea en la necesidad de sustituirlo, parte de lo que le cobren por él, irá a las arcas de la SGAE, que percibirá unos cuantos euros porque se supone que este ordenador causará un grave perjuicio económico a los autores asociados; de la misma manera que pagaría por los discos compactos –si no los comprara en Andorra, como hago sólo para chincharles- en los que suelo guardar las copias de seguridad de los artículos con los que semanalmente les fastidio a ustedes, pues esos discos también son susceptibles de albergar archivos protegidos por los derechos de autor.
A buen árbol debieron arrimarse en su día los de la SGAE para conseguir que, por el hecho de tener un aparato de radio en un bar, el propietario del establecimiento tenga que pagar derecho de pernada a la SGAE, porque la música que suene, por mala que sea y por mucho que el del bar no la elija, no está exenta de cotizar a la sociedad. No me digan que no es un negocio redondo. SGAE cobra por el CD en blanco que compra la discográfica. SGAE cobra al asociado por defender sus intereses cuando por fin consigue que la discográfica le grabe el disco. SGAE cobra cuando usted va a la tienda de discos y compra ese CD. SGAE también cobra cuando la emisora de radio compra el compacto. SGAE vuelve a cobrar de la emisora de radio cada vez que pone ese CD. SGAE cobra al pobre del bar cuando compra ese CD para ponerlo en el local. SGAE cobra nuevamente al del bar por tener un chisme en su local capaz de reproducir música y cobra aún más si ese chisme, además, sirve para escuchar la radio. Una pregunta inocente: ¿Cuántos ingresos obtiene la SGAE? Otra menos inocente: ¿Qué porcentaje de esos ingresos regresa a los autores? Miseria y compañía aunque les pueda parecer lo contrario. A los autores los explotan, y encima les siguen el juego. País, que diría Forges.
Otro día, por no extenderme en exceso en este artículo, les hablaré de cuando intentaron cobrarles cánones a ciertas hermandades de la Semana Santa de cierta capital por la música que interpretaban sus bandas, pese a que éstas tocaban exclusivamente piezas donadas benéficamente por los propios autores a las hermandades, o de cómo algún equipo de fútbol ha retirado las bandas de música de su estadio porque la SGAE les pretendía cobrar casi trescientas mil pelas de las de antes por la música que tocaba la banda antes de los partidos.
Pues no contentos con esos suculentos ingresos, los de la SGAE se han metido también a detectives. Antaño uno, cuando se casaba, tenía que tener cuidado –al margen de con la suegra- con que no se le colaran en el banquete avispados transeúntes que se hacían pasar por familia del novio delante de los de la novia y viceversa. Ahora, además, debe andar ojo avizor a que no se le cuele un topo de la SGAE que, además de ponerse hasta las cejas a costa de los novios, filma con cámara oculta el bailoteo para pillar al de la sala de banquetes reproduciendo música sujeta a los derechos de autor. Parece mentira, pero es tan real como el bigote de la Pantoja, perdón, quise decir como el bigote del novio de la Pantoja, que ponerme a rajar de la SGAE y alterárseme la neurona, es todo uno.
Y es que de las BBC (antes llamadas bodas, bautizos y comuniones con total ausencia de glamour) en las que se pretenda poner música, la SGAE debe percibir 102,35 euros, siempre y cuando la cifra de asistentes no supere las 75 personas, pues de superarlas, se añadirían 41 céntimos más por cada convidado, y, ante algún local rebelde, que pretendía excusarse del canon alegando que sólo se consumía música de procedencia anónima – como aquella que reza “La cabra, la cabra, la pata de la cabra…” ¿o no era pata?- Bueno, da igual, que les decía que para verificar que la música que se ponía era como el Canal Plus, es decir, de pago, algunos detectives a sueldo de la SGAE disfrazados de invitado, se han dedicado a grabar con cámara oculta algún que otro bodorrio para luego probar que, efectivamente, en la celebración hubo música sujeta a derechos de autor.
En el caso que quería comentarles, sucedido en Sevilla, con la cinta de vídeo debajo del brazo, la SGAE acudió a los juzgados donde, pese no ser admitida la grabación como prueba al haber sido ésta obtenida de estrangis y sin autorización explícita de los novios ni de los organizadores, se condenó al local a pagar 43.179 euros a la SGAE por quererles escaquear lo que por ley –tela marinera, la ley- les correspondería.
Lo bueno de la historia es que, puesto el tema en manos de una asociación de consumidores, la Agencia de Protección de Datos ha impuesto una multa de 60.101 euros a la SGAE por haber incurrido en una infracción muy grave, al grabar sin ningún tipo de permiso un acto privado. Parece ser que existen varias denuncias más contra la SGAE en la Agencia de Protección de Datos por esa misma infracción, y que fuentes de la Agencia afirman que las sucesivas y más que previsibles sanciones a buen seguro serán mayores al concurrir reincidencia.
¿Les dan pena a mis queridos reincidentes los pobrecitos de la SGAE? ¿Verdad que no? Pues hala, que paguen, que se fastidien y que jueguen limpio. Es lo mínimo que debieran hacer después de lo muchísimo que los cuida el Gobierno.
http://www.miguelmartinezp.blogspot.com/
miércoles, diciembre 17, 2008
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