martes, diciembre 09, 2008

Felix Arbolí, Fue un 7 de diciembre y nevaba mucho

martes 9 de diciembre de 2008
Fue un 7 de diciembre y nevaba mucho

Félix Arbolí

H OY domingo, día 7, celebro que hace 48 años me pusieron el collar, y no el de Isabel la Católica que tanto prodigaba Franco a cantantes, artitas, escritores y damas consortes de autoridades de otros países, sino de otra Isabel nada empecinada en matar a moros y expulsar a judíos de los límites hispánicos. Esos límites a los que hoy llaman “estado de derecho”, como si acabaran de solucionar la famosa cuadratura del círculo. Y me doy cuenta que es en esto solamente cuando utilizan la diestra los que resultan ser de la siniestra. ¿Qué será eso de “estado de derecho”?. ¿ De derecho a qué y de qué, si todo sale torcido ?. En fin, no desvariemos que no es éste el tema de mi historia.

Era sábado y nevaba copiosamente. Lo recuerdo bien, así como los comentarios elogiosos, en este caso, de las cotillas que se habían agolpado a las puertas de la iglesia para ver a la novia. No sé aún por que la curiosidad popular se dedica exclusivamente a la novia y se olvidan por completo del monigote de chaqué que la acompaña en ese feliz momento. Cuestión que tampoco me preocupaba lo más mínimo en ese instante, el más feliz de toda mi vida. Algunas con esa sabiduría de garrafa que parecen contener, nos regalaban con el consabido refrán de “boda de nieves, boda de bienes”, aunque a éstos aún los sigo esperando.

El collar del matrimonio es algo especial y tiene muy distintas versiones. Desde el que es signo de sometimiento, indiferencia, odio y hasta esclavitud para uno o para otra, hasta el que simboliza una unión indestructible hasta que la muerte no haga su aparición, y beneficiosa para ambos, como afortunadamente y gracias a Dios es nuestro caso.

Existe asimismo el collar de mucho brillo y aviesas intenciones que él regala a ella para intentar tenerla contenta y que no le tenga controlado, con el fin de poder correrse sus juergas sin que ella desconfíe y pueda aparecer en el momento más inoportuno. Casos, la mayoría de las veces, en los que el listillo que coloca el collar suele acabar soportando una cornamenta que ni el ciervo más viejo de la manada puede superar, porque la víctima se cansa de interpretar su difícil y mortificado personaje y acaba cambiando los papeles con mayor provecho y sabiduría.

Nuestra boda fue una auténtica y disparatada lotería que por esas ironías del destino salió bien y continuó a mejor. Conocí a la que hoy es mi mujer en una cafetería de la Gran Vía, donde solía acudir con mis amigos y ella se encontraba allí con una amiga. Me gustó desde el mismo instante que la vi. Me enamoré de su cara moderna y ojos negros y profundos, su sonrisa contagiosa y las restantes y evidentes cualidades con las que la Naturaleza la ha dotado. Muy pródigamente por cierto. Todo ese conjunto tan bien moldeado me hizo comprender que esa era la mujer de mi vida. Me costó acercarme, trabar conversación y más aún intentar repetir nuestro encuentro. Era dura de pelar y gracias a que su amiga se prestaba a mi juego y me atendía, conseguí una cita con ambas para el día siguiente. La amiga se hizo unas falsas ilusiones que yo quise aprovechar para conseguir mi objetivo. La dejé soñar con tal de que me permitiera alcanzar mi idealizado objetivo. Pronto se dio cuenta de su error y comprendió mis verdaderas intenciones, pero fue buena chica y generosa y me ayudó a hacerlas realidad influyendo favorablemente en la voluntad de su amiga.. A los pocos días de nuestro encuentro me llevé el premio y la morena de mis sueños pasó a convertirse en la asidua compañera de mis paseos y la aspiración de mis más bonitas realidades. El único impedimento que había era que ella tenía un novio vasco al que habían trasladado a su tierra. La relación seguía a través de llamadas telefónicas, correos y algunas visitas de él a la capital del Oso y el madroño. Pero ya lo dice la famosa canción de Los Panchos: “dicen que la distancia hace el olvido…”. O acaso fuera porque la brisa gaditana resultara más convincente que la bravura del Cantábrico. No lo sé, la realidad fue que el vasco perdió a su niña y yo encontré a mi mujer. Al tener que comunicarle ella la ruptura se presentó rápidamente y quiso recuperar lo que ya era mío. Aparte de perder a la novia, declaró, lo que más le dolía era que se la hubiera quitado un andaluz. Siempre con ese complejo de superhombres, mirando por encima del hombro a los del sur.

A los tres meses de conocernos decidimos que deberíamos casarnos. Aún no les habíamos dicho nada a las respectivas familias. Estábamos hartos de despedidas en el portal, ausencias durante el día y demás inconvenientes de los noviazgos de entonces. Yo tenía mi trabajo en el ministerio y ella sus clases en una academia al tener la carrera del magisterio. ¿Para qué esperar?. Fue un auténtico bombazo al comunicárselo ella a sus padres y yo a mi madre. “Nos casamos dentro de un mes. No, no ha pasado nada, sólo que queremos casarnos y no queremos esperar más tiempo”. . .

Mi suegro, excepcional persona y padre ejemplar, pero chapado a la antigua, quería que esperáramos siquiera un año para preparar y arreglar la boda, buscar piso y demás. Mi madre, más chapada aún, mandó rápida a mi hermana que ya vivía en Madrid, para que fuera a casa de mi futura familia política, para conocerla y que le informara qué clase de gentes eran, ya que por las prisas que me habían entrado, se ponía en lo peor. Todo quedó satisfactoriamente aclarado y aunque queríamos casarnos en el día de la Inmaculada, entonces incluso “día de la madre”, en la iglesia nos dijeron que no podría celebrarse misa de velaciones y boda un día festivo religioso. Así que en lugar de aplazar, adelantamos el enlace y por tal causa este día siete se convirtió en una fecha clave y venturosa para los dos a lo largo de tantos años de convivencia, respeto, cariño y comprensión.

Este año, como todos los anteriores, nos runimos el matrimonio con nuestros hijos, sus parejas y nietos a comer y brindar para que volvamos a hacerlo el año que viene y llegar dentro de dos, a esas bodas de oro que tanta ilusión nos hacen y donde, si Dios quiere y nos conserva juntos, volveremos a casarnos y repetir las promesas que hace tantos años nos hicimos un gélido día que para nosotros se convirtió en el inicio de nuestros momentos más ardientes, apasionados y felices. Cuando encontré la verdadera brújula de mi vida.

Mi mujer quince días antes de la boda se despidió de sus clases, con el llanto de sus alumnas ante su marcha y yo tuve que ingeniármelas para incrementar el sueldo del ministerio con esporádicas colaboraciones aquí y allá, hasta mi consolidación como profesional de la prensa. Fueron años más llenos de alicientes y gratas sorpresas que de dificultades. Esta es la verdad.

Recuerdo que en el primer Año Nuevo, a los escasos días de nuestra boda, fuimos a una fiesta de fin de año que se celebraba en un local donde se exigía rigurosa etiqueta. Al ser temprano, entramos en la entonces existente cafetería Iruña de la Gran Vía, para que yo pasara un instante al servicio. Mientras, mi mujer se quedó en la barra. Al subir, cuestión de segundos, me encuentro que un tío elegantemente vestido y de buenas maneras, intentaba dialogar con ella, que estaba pasando un enorme apuro. Al verme, descansa al sentirse libre de ese acoso. Con toda tranquilidad, me dirijo al chasqueado tenorio y le pregunto sonriente: ¿Le gusta?. Él, un tanto sorprendido y desconcertado me responde “Naturalmente que me gusta”. Sin perder la sonrisa le respondo “A mí también me gusta y lo siento por usted, pero llegué antes. Es mi mujer”. El pobre cortado y azarado no sabía como excusarse y pedirme perdón. Lo tranquilicé al indicarle “No, si no ha ofendido, todo lo contrario, denota el mismo buen gusto que yo. Gracias”. Lo dejé cortadísimo.

¿Quién me iba a decir en esas fechas que al cabo de tantos años iba a tener ya una familia de dos generaciones posteriores y que iba a poder contarlo ante una pantalla y un teclado y a escasos minutos de hacerlo estaría a cientos o miles de kilómetros.? Espero queridos amigos y lectores poder seguir contando mis experiencias unos cuantos años más. Será señal de que ustedes y yo continuaremos en el mundo de los vivos, aunque no en el de los vividores.

http://www.vistazoalaprensa.com/contraportada.asp?Id=1857

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