miercoles 20 de febrero de 2008
UNA SOCIEDAD DE SOCORROS MUTUOS
Los intelectuales y la izquierda
Por Pablo Molina
La Plataforma de Apoyo a Zapatero, en la que fulge lo más acrisolado de nuestra cinematografía y canción ligera, es una consecuencia más de la tendencia natural de los intelectuales hacia las posiciones ideológicas de la izquierda.
Ha habido grandes autores liberales que se han ocupado de analizar el hecho de que la inmensa mayoría de los intelectuales se identifique con las ideas de la izquierda. Von Mises, Hayek y Nozick publicaron varios ensayos a este respecto en la época previa a la caída del Muro de Berlín. Tras el derrumbe del imperio comunista, y aparentemente desprestigiado el marxismo, hay nuevos elementos que nos permiten avanzar en ese análisis, factores que han adquirido relevancia con la implantación de la socialdemocracia como régimen imperante en las sociedades modernas. Al objeto de nuestro breve estudio, damos por buena la condición de intelectuales de los integrantes de la campaña pro Zapatero, aunque en la mayoría de los casos probablemente se trate de una concesión más que generosa.
El izquierdismo de los intelectuales no puede explicarse por el azar. De hecho, si la labor del intelectual consiste en escrutar la realidad mediante el análisis de los procesos sociales y de sus resultados, lo normal sería que entre ellos se diera una marcada tendencia a secundar los principios de libre mercado defendidos por los partidos conservadores y liberales, dada la evidencia histórica de las consecuencias del socialismo y el capitalismo allí donde cada uno de estos sistemas ha funcionado. Es necesario buscar, por tanto, otro origen a este curioso fenómeno.
En un primer análisis, la teoría conservadora podría explicar la querencia de la intelectualidad por la izquierda con criterios de utilidad. Si las rentas de los intelectuales aumentan con Gobiernos de izquierda, es lógico que aquéllos apoyen a éstos. Sin embargo, vemos que las elites artísticas y culturales disfrutan, como mínimo, del mismo grado de protección con Gobiernos no izquierdistas. De hecho, no hay noticia de que los trabajadores de la cultura hayan perdido poder adquisitivo cuando la izquierda ha estado en la oposición. Bajo la Administración Aznar, por ejemplo, la producción cinematográfica experimentó un notable auge, consecuencia lógica de un mayor crecimiento económico que permitió a los ciudadanos consumir más productos culturales que en épocas de crisis como la actual.
No se trata por tanto, a nuestro juicio, de una simple cuestión económica. Hay causas más profundas.
Los intelectuales valoran su aportación a la sociedad muy por encima de lo que lo hace ésta. Para el artista, es un drama ver a la gente consumir otros productos que él considera de inferior calidad a los suyos. Es un hecho que los espectadores de las salas de cine suelen preferir una comedia chabacana como las de la saga de Torrente, o una película norteamericana de acción con abundantes efectos especiales, a la representación del drama íntimo de un drogadicto, con sus tortuosas relaciones sexuales a cuestas, a cargo del último genio del cine europeo.
Estos últimos autores suelen culpar al mercado de que sus trabajos estén, según dicen, infravalorados. En todo caso, sería a los ciudadanos a quienes deberían dirigir sus reproches, pues lo único que hace el libre mercado es permitir a los consumidores recompensar a los creadores de un producto en función del grado de satisfacción que hayan obtenido con el mismo; y como éste es un proceso subjetivo de valoración, ninguna autoridad central puede influir en él.
Cuando un empresario fracasa no le echa la culpa al mercado, sino, en todo caso, a su escaso acierto a la hora de poner en marcha una línea de negocio. Los intelectuales, en cambio, por alguna extraña razón creen que su aportación al mundo de las ideas, la cultura o el pensamiento tiene una importancia mayor, por lo que su recompensa ha de ser superior a la que puedan conseguir las demás personas, con independencia de la valoración que el mercado haga de su trabajo.
Ésa es, precisamente, la clave de este asunto. El intelectual mediocre sabe que cuando los procesos sociales están dirigidos de forma coactiva por una elite de gobernantes sus posibilidades de ascender en la escala de prestigio social aumentan, pues su éxito ya no depende del criterio de los ciudadanos, sino de la voluntad del político para imponer el consumo de un determinado producto literario, artístico o cinematográfico.
Tradicionalmente, la derecha ha financiado a la gente de la cultura para pagar una especie de peaje que le permita evitar enfrentamientos electoralmente contraproducentes. La izquierda, sin embargo, apoya a sus intelectuales afines porque la presencia masiva de sus partidarios en la prensa, el cine, el teatro, la literatura, ectétera, le garantiza un importante rédito electoral. Al fin y al cabo, la misión de los partidos políticos es ganar elecciones.
Conviene tener en cuenta la existencia de esta sociedad de socorros mutuos entre el socialismo y los artistas para no dejarse impresionar por las exhibiciones de apoyo a Zapatero procedentes de lo más granado de la música, el arte y el cine. Y es que, aunque los artistas han estado protegidos por el presupuesto estatal tanto en tiempos del PP como del PSOE, sólo este último partido ha entendido la necesidad de prestigio público de los intelectuales reconociéndolos como abanderados del progreso, y está dispuesto a satisfacerla convenientemente con medidas políticas de todo tipo: véase el canon digital.
Así las cosas, y para terminar, quisiera decir lo que sigue a las gentes de la cultura: enriquézcanse todos al galope y disfruten de los oropeles de la fama, pero lecciones de moral a quienes les financiamos, ni una más.
Pinche aquí para acceder al blog CRÓNICAS MURCIANAS, del que PABLO MOLINA es coautor.
http://revista.libertaddigital.com/articulo.php/1276234331
miércoles, febrero 20, 2008
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