jueves, octubre 25, 2007

Villacañas, Seis apuntaciones correlacionadas, 4

viernes 26 de octubre de 2007
Seis apuntaciones correlacionadas: 4) El postfranquismo
Antonio Castro Villacañas
U NA maldición parece pesar sobre España, al menos sobre la España de los últimos doscientos años: la de no saber aprovechar las distintas ocasiones que nos ha ofrecido la historia para afianzar nuestra unidad y progresar juntos hacia horizontes de mayor libertad y justicia. Estoy seguro de que cuantos lean estas líneas podrán añadir a la lista que voy a ofrecerles alguna que otra fecha más. Yo la comienzo con las del 2 de mayo de 1808 -o, mejor, con la de constitución de las Cortes de Cádiz-; sigo con las del inicio o el triunfo de la revolución de 1868, las de instauración del reinado de Amadeo I o de la Primera República, y la de proclamación de Alfonso XII, pues todas ellas abrieron sendos periodos de esperanza colectiva, más o menos pronto clausurados por la escasa o deficiente habilidad de los políticos protagonistas de dichos tiempos para unir a los españoles en una tarea común, la de construir una sociedad más libre y más justa. Añadamos a ellas la de proclamación de Alfonso XIII, la de constitución de la Primera Dictadura, la del 14 de abril de 1931, y la del 18 de Julio de 1936. La última ocasión desperdiciada ha sido la del 20 de noviembre de 1975. La muerte de Franco abrió la posibilidad de, continuando y perfeccionando su obra, hacer entre todos algo definitivo. Por desgracia, la Constitución de 1978, que consagró la figura de la monarquía parlamentaria, mató esa posibilidad, pues ---como el tiempo ha demostrado- abrió la puerta a la desintegración de España y a la revancha socio-política. José Antonio proyectó unir de modo pacífico lo social y lo nacional en una misma empresa política. Eso fue en principio la Falange que él fundó un 29 de octubre de 1933. Por desgracia, su proyecto no cuajó en un movimiento poderoso a causa de las complejidad de las circunstancias que España vivió entre los años 1934 y 1936, únicos en los que José Antonio pudo dirigir en persona su Falange. El Alzamiento del 18 de Julio y la subsiguiente guerra civil no significaron -a mi juicio- el fracaso total del intento joseantoniano, porque ambos hechos plasmaron de un modo trágico su acertada visión de la decadente España republicana, pero sí el de todos los partidos políticos actuantes en ella, pues parece evidente que los unos y los otros fueron auténticos responsables de aquel desastre. Que la Falange de José Antonio tenía virtualidad más que suficiente para hacer una España distinta y mejor lo demuestra con toda evidencia el hecho de que el bando nacional ganó aquella guerra porque junto a la fuerza de las armas que le dió la victoria militar, Franco supo utilizar la fuerza de las nuevas ideas, aportadas por la Falange, como impulso popular en pro de la victoria política. Las guerras civiles no siempre significan una ruptura definitiva del pueblo que las protagoniza, y ejemplos evidentes de ello los encontramos en la historia de Roma, Gran Bretaña, los Estados Unidos, Alemania e Italia. La Falange franquista, continuadora pero distinta de la joseantoniana, constituye un fenómeno político complejo y digno de estudio en sus diversas etapas. Cierto es que no consiguió ni la reconciliación ni la superación de las dos Españas, pero también es verdad que lo intentó, al menos en sus ámbitos juveniles y sociales. El que tan fundamental objetivo no llegara a lograrse, pienso yo que se debe a cuanto había de no falangista joseantoniano en la Falange de Franco y en el propio franquismo. Ese mismo sector derechista y monárquico es el responsable del defectuoso, triste y cobarde aprovechamiento del periodo abierto por la muerte de Franco, pues lo único que se propuso y lo que consiguió fue el afianzar la dinastía Borbón, a base de rescatar a los hundidos responsables de la guerra abierta, y a los dirigentes de la obstinada guerra encubierta que la izquierda mantuvo desde 1939. El Borbón y la derecha creyeron que podían comprar a la izquierda mediante la total y calculada demolición del franquismo y de cuanto con él estaba relacionado, excepto algunas pequeñas cosas tan significativas como son la monarquía, la burguesía y el poder financiero. No cabe la menor duda de que los responsables de la "tra(ns)ición", al prescindir de lo que significaba el "ns", traicionaron a cuantos españoles murieron en la guerra y trabajaron en la paz por una España mejor, superior a la que existía antes del 18 de julio de 1936. Los "tra(ns)icioneros" no se propusieron mejorar la España creada con tanta sangre y dolor a partir de tan inconmensurable fecha, sino restaurar la España monárquica y partida que dio vida a la Dictadura de 1923 y a la República de 1931. Esto no quiere decir que yo sea partidario de revivir el Movimiento Nacional o la Falange Tradicionalista, variantes franquistas de la débil e inmadura Falange joseantoniana, ni que yo crea en que algo parecido a tales organizaciones tenga hoy posibilidades de hacer política, pero sí quiere decir que pienso que todo ese periodo de nuestra historia, con sus méritos y sus defectos, bien merece un juicio sereno y un acertado aprecio de cuanto en él existió o se produjo. Excuso decir que a mi juicio no puede incluirse entre sus méritos la restauración de la monarquía borbónica. Los lectores comprenderán, por lo hasta ahora escrito, que yo de ninguna manera comparto la afirmación de cuantos escritores y políticos dicen y repiten que, en definitiva, "la transición de aquel régimen, autoritario, a este de hoy, democrático, se hizo de manera ejemplar". Yo no considero de ningún modo meritorio el haber engañado al pueblo español con la promesa de darle una continuidad perfeccionada del sistema vigente -según reiteradamente habían jurado por Dios y su conciencia iban a hacer los actores protagonistas de la ensalzada tra(ns)ición-, para en definitiva entregarle una ruptura total con dicho sistema, hasta el extremo de enterrar cuanto a él se refiriera o con él hubiera estado relacionado, con la única excepción de las personas capaces de imaginar, protagonizar o defender esa traición. Verdad es que la tra(ns)ición se hizo de una manera realmente pacífica, pero no solo "porque los apoyos fundamentales del régimen de Franco -la Falange, el Ejército y la Iglesia- lo consintieron y aceptaron, con mínimas excepciones", sino porque en 1975-1978, no digamos antes, el pueblo español no tenía contra el franquismo una actitud militante, sino expectante, por lo que confiaba en su renovación. La Iglesia, deslumbrada por "teologías liberadoras" o monsergas análogas, venía apostando desde algunos años antes por la transformación del franquismo en un régimen "demócrata-cristiano" que le permitiera mantener, ya que no incrementar, su privilegiada posición social, política y económica. No es que consintiera ni que aceptara la tra(ns)ición, sino que la propugnó por medio del -a mi juicio- infausto cardenal Tarancón en su homilía de los Jerónimos el día de la coronación de Juan Carlos. El Ejército, disciplinado, cumplió con su deber e hizo honor a su juramento de lealtad, sin meterse en política hasta que la actitud de su jefe supremo le hizo desmarcarse en parte de esa postura inicial. El Movimiento, del que la Falange era solo una porción, aunque si se quiere fuera la más importante, también cumplió con su deber, pues obedeció a su nuevo Jefe Nacional y a su Secretario General, luego Presidente del Gobierno, prestando su organización y muchos de sus miembros para el logro de los objetivos que le marcaban tales jerarquías, y silenciando los temores y objeciones que suscitaban esas propuestas. Parece indiscutible que los tres pilares fundamentales del régimen de Franco obtuvieron con la tra(ns)ición una recompensa adecuada a sus respectivas posturas. La Iglesia recibió una Constitución atea, y en base a ella multitud de leyes laicas o antireligiosas. El Ejército ha conseguido pasar a ser el único ejemplo que existe en toda la historia del mundo de que unas Fuerzas Armadas hayan perdido una guerra sin ninguna clase de combates, tan sólo por obedecer las órdenes de su general en jefe. Y el Movimiento Nacional, la última forma visible de la Falange franquista, obtuvo a fuerza de servicios su disolución y entierro, mas la constante lapidación de su memoria y de sus hechos. La consecuencia de todo ello es que nadie podrá negar que el pueblo español es hoy mucho menos religioso, mucho menos militante, y mucho más conformista en el ámbito social y político que lo era antes de la tan cacareada "ejemplar y pacífica" faena llamada tra(ns)ición...

http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=4224

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