sábado, octubre 27, 2007

sabado 27 de octubre de 2007
Togas en el barro

IGNACIO CAMACHO
A nadie puede ya sorprender el manoseo a que los partidos españoles someten al poder judicial y a sus máximos órganos jurisdiccionales; por desgracia la codicia política de nuestra clase dirigente hace tiempo que convirtió de hecho en papel mojado la independencia nominal del sistema de justicia, cuyos mecanismos aparecen uncidos a los de los aparatos de influencia que dominan la vida pública. En cambio, sí resulta sorprendente la naturalidad con que los propios dignatarios judiciales, incluidos jueces y magistrados, se dejan sobar por sus mentores políticos, aceptando sin el menor remilgo un papel subsidiario de correas de transmisión de consignas o criterios. La adscripción partidaria de los miembros de los altos tribunales en bloques monolíticos se ha vuelto un lugar común en el análisis mediático, al que los interesados corresponden con una exactitud que debería movernos a perplejidad a los ciudadanos, si no diésemos por sentado que ese triste correlato se registra con tan minuciosa como desalentadora regularidad. Para saber el sentido de cualquier fallo del Tribunal Constitucional sobre un pleito de índole política basta con hacer recuento banderizo de sus componentes, como si fuese una tercera Cámara: tantos progresistas contra tantos conservadores. Según sea la mayoría de unos o de otros, el veredicto se ajustará a las preferencias del PSOE o del PP, sin que nadie parezca alarmarse por la evaporación del derecho puro y abstracto como fuente de inspiración de sentencias.
Convertidos los magistrados, con su asombrosa anuencia, en marionetas de simplista obediencia política, no tiene nada de extraño que los aparatchiks que mueven a su antojo los hilos del guiñol judicial se enreden con impudicia en un juego de zancadillas y recusaciones destinado a dejar en inferioridad al adversario. El espectáculo de zafiedad que estamos viendo en torno al Constitucional, con el Estatuto catalán como botín de fondo, debería avergonzar a cualquier sociedad democrática medianamente articulada en torno a principios de dignidad e independencia de poderes. Pero sobre todo debería motivar a los magistrados de ese organismo a elevar siquiera una protesta de pedagogía democrática en reivindicación de sí mismos y de su prestigio profesional y moral, en vez de plegarse con bovina sumisión a un indecoroso juego de despropósitos. Porque si ya sabemos de antemano el sentido de sus resoluciones, convenientemente orientadas según el equilibrio parlamentario de fuerzas, podríamos ahorrarnos la simulación y que fallen los recursos unos diputados revestidos de togas en el guardarropa del Congreso.
El encarnizamiento de la política ha enfangado las instituciones en unas trincheras de cenagoso sectarismo, y va a ser muy difícil rescatarlas indemnes del barrizal. La túnica alba de la justicia está desgarrada y en sus manchas se ven las huellas de las sucias manazas de los santones de los partidos. Para regenerar esta degradación no va a haber más remedio que partir de cero, y eso ya es imposible en esta refriega que lleva casi un cuatrienio revolcando el prestigio de una democracia humillada, mancillada y vejada en sus valores más sagrados.

http://www.abc.es/20071027/opinion-editorial/togas-barro_200710270258.html

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