domingo, octubre 14, 2007

Ricardo Navas Ruiz, Educacion para la ciudadania

domingo 14 de octubre de 2007
Educación para la ciudadanía
Ricardo Navas-Ruiz
E N los pasados meses, y aun ahora ya avanzado el comienzo del curso escolar, ha preocupado no poco a la opinión la ley de Educación para la ciudadanía. La defienden unos ardorosamente, aunque no siempre con razones válidas. No falta, por ejemplo, quienes dicen que es necesaria y muy necesaria por el deficit democrático que arrastra España desde la dictadura franquista. No sé, no sé, será así, pero achacar todos los males nacionales a ese periodo, aparte de aburrir, ya no convence, como si treinta años amplios de democracia no hubieran bastado para corregirlos. Bueno es culpar a los muertos y no asumir responsabilidades. La atacan otros, especialmente el episcopado y ciertas asociaciones de padres, porque ven en ella, sobre todo en su obligatoriedad, una ingerencia del Estado en la educacion ética de los estudiantes, vulnerando el derecho constitucional a la libertad de conciencia. Por venir de quien viene, se condena la tesis como maniobra esperable de conocidos estamentos. Zapatero a tus zapatos, me digo a mí mismo ante el problema. Y que conste que no es broma de mal gusto o alusión jocosa, sino simplemente toma de actitud. Le entran a uno ganas de debatir el contenido de la ley; pero esto ya ha sido hecho y para ello por lo demás han estado y están nuestros eminentes sabios, nuestros agudos políticos y nuestros sesudos profesores. Mi autoridad en consecuencia sería mínima. O le vienen deseos de comentar lo triste que resulta ver dividirse a la sociedad en dos facciones apasionadamente enfrentadas sobre una ley que supuestamente debe unirla y enseñarle a convivir bajo un mismo ideal. Malo, malo que una educación para la ciudadanía se origine con una ley polémica, no consensuada por todos a los que va a afectar.¿Ser á verdad que los españoles han nacido para vivir divididos y que la ley sería una muestra más de males inveterados? Interesante asunto, pero no, tampoco tengo autoridad para meterme por estos transcendentales territorios. Quiero centrarme, y hasta quizás me lo agradezca el lector tan abrumado de problemas, en cosas más ligeras, que no banales ni mucho menos, sugeridas por el título de la ley y su posible proyección. Confieso que ese sintagma, “ Educación para la ciudadanía,” me dejó y me deja un poco perplejo. En realidad no termino de entenderlo por más que sea gramaticalmente correcto. Hay en él demasiadas ambigüedades, demasiadas imprecisiones, demasiadas oscuridades, como para poder aceptarlo sin reservas como expresión condensada de un contenido o como formulación clara y precisa de un objetivo educativo, por más que el legislador o legisladores hayan tratado sin duda de reparar el hecho en la descripción extensa de lo que proponen. La primera palabra, educacion, no debería suscitar problemas. Educar es educar, y basta, se dirá. Ya, ya. Pero resulta que la palabra educación no es ni mucho menos, aunque lo parezca, una palabra transparente y unívoca, mucho menos neutral. Hay una educación teórica y una educación práctica. Hay una educación objetiva, en realidad sólo la científica y técnica, y una subjetiva, todas las demás. No negará ni el más ingenuo la carga doctrinaria y proselitista que comporta educar a alguien en filosofía, historia, humanidades en general, no se diga en política, religión. Hubiera sido muy oportuno en el caso evitar el vocablo y escoger otro para probar que se trata de materia “aséptica,” al margen de ideologías. No lo ha entendido así el legislador y con esa palabra ha teñido automáticamente la ley de una ambigüedad inicial o de un propósito condicionante, el de adoctrinar. Por otro lado, si se repasa el listado de asignaturas del bachillerato o de la universidad, difícilmente se encuentra ninguna que se denomine educación. Uno estudia normalmente Química, Matemáticas, Historia antigua, Filosofía, Lenguas extranjeras. Hubo, eso sí, en tiempos del franquismo, dos materias que se llamaban “ Educación política” y “Educación física” que junto con “Religión’ formaban, como se las denominaba jocosamente, “Las tres Marías.” Ni los profesores de las mismas se las tomaban en serio, no los que a mí me tocaron por lo menos. Jamás me hicieron aprender los veintiún puntos de la Falange, - ¿o no eran veintiuno? – ni por supuesto nadie me obligó a la barbaridad de saltar el potro o el caballo que me daban pánico. Sin embargo aquí me tienen con mi carrera acabada y bien acabada. ¿Será mala fe de los legisladores presentes, ignorancia o calculado propósito, equiparar la nueva flamante asignatura con las tres Marías? ¡Pobrecita ciudadanía! La segunda parte del sintagma consta de un preposición, para, y un sustantivo precedido de un artículo, la ciudadanía. Con ella, supongo, se trata de determinar de qué educación se trata o a quién va dirigida. Digo supongo porque no aparece claro. Verán. Según el diccionario de la Real Academia, que aquí representa la autoridad oficial, ciudadanía es: 1] calidad y derecho de ciudadano; 2] conjunto de los ciudadanos de un pueblo o nación. Según la primera acepción, se puede decir: “ tengo la ciudadanía española;” según la segunda: “ la ciudanía está en su mayoría a favor de la independencia.” En este contexto es difícil interpretar el sintagma educación para la ciudadanía. En el primer sentido no cabe educar a nadie para ser lo que es por derecho. Solamente se podría entender en el caso de que se vaya a impartir una educación requerida en el proceso de nacionalización de aquellos extranjeros que desean convertirse en ciudadanos del país. En el segundo sentido se estaría hablando de una educación destinada a todo el conjunto de ciudadanos españoles. No es ésta la intención de una ley aplicable sólo a una pequeña parte de ese conjunto, los jóvenes que estudian ciertos cursos de bachillerato. Claro está que, a pesar de tales inexactitudes gramatico-semánticas, todo el mundo sabe de qué se trata más o menos y, si no, pues se coge la ley, se la lee y se entera. Pero no es ese el problema, el problema es que las leyes deben tener una expresión correcta y exacta, sin ambigüedades. ¿Cómo se podría haber dicho? Para los que andamos por estas tierras de Dios o del diablo, quiero decir, los Estados Unidos, el inglés nos presta su concisión precisa y al grano. Existe aquí la materia equivalente desde hace mucho tiempo. No es materia requerida, sino incorporada generalmente dentro de otras donde encaja a la perfección como Historia de América. Por cierto hay en la actualidad movimientos para enfatizarla o revivirla en vista de que la ignorancia campa a sus anchas y hay quienes, por no saber, no saben ni cuál es la capital de los Estados Unidos. Hay, por ejemplo, una organización, Student Voices, radicada en la Universidad de Pennsylvania, que promueve su enseñanza en las aulas universitarias y de bachillerato. Y hasta un actor, Richard Dreyfuss, ganador de un Oscar por “The Goodbye Girl,” anda haciendo propaganda de la misma en charlas y conferencias. La materia se llama simplemente “Civics.” ¡Qué sencillo!, ¿ no? Y su contenido no es otro que el estudio del gobierno civil. No hay palabra así en español y eso debería dar lugar a algunas reflexiones un tanto preocupantes. Dicen los lingüistas que si un idioma carece de una palabra para expresar un concepto, es que carece de ese concepto. ¿ Y cómo es posible eso en una nación cuya primera constitución democrática, - o casi ,- data de 1812?. No nos engañemos. La culpa no ha sido de un caudillo o de una época, lo ha sido de la desafortunada evolución de la historia de España desde 1812 hasta nuestros días con su desfile de guerras civiles, dictaduras, repúblicas efímeras y violentas, regentes, espadones, reyes ineptos, gobiernos representativos incapaces, en una discontinuidad asombrosa de soluciones políticas. Aquí nadie en realidad ha sentido la necesidad , ha podido o se ha atrevido a ocuparse en serio de la estructura civil del país, de darla a conocer a los ciudadanos, de identificarla con la existencia misma de la nación, posiblemente porque aquí nadie nunca ha creido en ella, en su perduración y estabilidad, o ha logrado formularla con claridad dado su carácter escurridizo, cambiante y contradictorio. Buen dato para confirmar el acierto de Ortega y Gasset al hablar de la invertebración de España. ¿Qué España? Sí, sería bueno hoy, tener una asignatura que se ocupase de ello, si esa asignatura fuese lo que debe ser. Habría que empezar por encontrar un nombre correcto para la misma. Cabría por supuesto adaptar el de ciudadanía, ampliando su significado en este sentido, o bien el de civismo que el Diccionario de la Academia define justamente como celo por las instituciones e intereses de la patria. O si se prefiere no lidiar con palabras ya cargadas, inventar otra, como quizá, asumiendo un anglicismo semántico, “ cívica.” Y, luego, la ley que la instaurase debería ser consensuada, una ley al margen de cualquier partido político, una ley de todos los ciudadanos que en ella encontrarían la oportunidad de estudiar en un momento de sus vidas la forma de gobierno bajo el que han decidido vivir en su Constitución. Pero esto mismo puede ser, sumado a lo dicho en el párrafo anterior, otra razón por la que ni el concepto, ni la palabra, ni la ley han existido. ¿Se tiene certeza de que esa Constitución es de todos los españoles, de que va a perdurar, de que sólo contiene los principios básicos aceptables para todos, no los efímeros y cambiables? Después de todo, antes de ella, van unas cuantas ya abolidas. Al llegar a este punto, se me ocurren muchas reflexiones, muchas preguntas. Me limitaré a una para no navegar por mares tormentosos. No cabe duda de que una asignatura así es un buen mecanismo para iniciar a los chicos, que un día serán adultos, en el conocimiento de las estructuras gubernamentales nacionales y locales, para darles la idea de una patria común unida en unos cuantos principios básicos, para mentalizarlos sobre la convivencia, la tolerancia y el respeto mutuo, para acostumbrarlos a resolver las diferencias pacíficamente. ¿Se les dirá también lo que la convivencia y el respeto implican en el compartamiento diario con los otros? Pienso, por ejemplo, si se les enseñará a no gritar en la calle, a no dar codazos, a respetar a los ancianos, a no poner la música alta ni dar portazos en casa? Pienso si a los alcaldes se le obligará a no organizar ruidosos espectáculos en las plazas públicas con la más absoluta desconsideración hacia enfermos, trabajadores que deben madrugar, y cuantos desean la paz y el silencio. Que sí, créanme, que todo se relaciona, y la conducta callejera civilizada tiene mucho que ver con la conducta cívica civilizada. El día que España se haga un país silencioso, sin jolgorios ni gritos disonantes, de buenas maneras, se habrá ganado la batalla de la civilización.

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