lunes, octubre 15, 2007

Montero Gonzalez, Dinamita en los puños

lunes 15 de octubre de 2007
Dinamita en los puños
MONTERO GLEZ (Escritor)
Son días en que los noticieros trazan con lápiz grueso el mapa de Euskadi. Con el pulso tartamudo, emborronan la identidad de un pueblo que lleva la tira de años ante la presencia del abismo. Los medios de comunicación, rompiendo los nervios de todo proceso, se dan a la explotación mercantil del conflicto, manteniéndole así encendido a la que cubren con humo los arcanos del mapa. Sin embargo, Euskadi es algo más que una clase política con aroma a cirio pascual y monaguillos quemando papeleras. Pocos son los que estos días apuntan que Euskadi es patria grande de grandes deportistas. Chicarrones de buenas espaldas y mejor hebra que dejaron el nombre de su tierra en el lugar que merece. Ante todo, Euskadi es patria rica en campeones. Por haber, hay desde pelotaris que ni pintados por Zuloaga, hasta futbolistas del Vasconia pasando por ciclistas con pierna como chopo y boxeadores de fuerte pegada. Y es aquí, en Guipúzcoa, cuna del boxeo, donde conviene hacer un alto para recordar algunos de los más grandes.
José Manuel Ibar se inició en el boxeo cuando ya era un mozo hecho y derecho. Venía de ser aitzkolari, de los que parten leños a golpe de hacha. Sin embargo, él no necesitaba hacha. Qué va. Con sólo mirarlos, los rompía. Dotado de un impulso capaz de hacer retroceder a un toro, el día que el aitzkolari se calzó unos guantes, al cuadrilátero se le acabó el misterio. Sus combates paraban el mundo en cada asalto. Exhibía unos puños que garantizaban pupa y, con ayuda de ellos, ostentó grandezas en el peso fuerte. Ocurrió a principios de los años setenta del pasado siglo y no había semana que las revistas de la época no le sacasen en primera. Con el rostro quebrado y la patria en los puños, llevó el nombre de su caserío hasta lo más alto. «Urtain». Veinte años después, durante el verano de la Expo y las Olimpiadas, Urtain volvería a ser noticia en primera. Ante la presencia del abismo, decidió tirarse. Entonces, la prensa sensacionalista, acostumbrada a brillar con las sombras ajenas, sacó a todo color el golpe de la cabeza sobre el pavimento. El bueno de Urtain creía en Dios a ratos y en Paulino Uzcudun siempre.
Paulino Uzcudun, ídolo de Urtain, fue nacido en Régil, una aldea musgosa bañada por el viento puro del norte y que queda cerca de Azpeitia. Desde muy chico demostró que no había hombre que no arrugase ante la dinamita de sus puños. Con antebrazos de leñador y músculo en corto, sin llegar a la congestión pero bien nutrido, sus golpes al adversario eran toda una invitación a montar en el tiovivo del cuadrilátero. Sus conquistas empezaron el día que llegó a París con la boina de las vanguardias sombreándole la piedra del rostro. Era el perfil, a todas luces partido, de un dibujo cubista. Sucedía a principios de los años veinte y lo demás es leyenda, incluidos los combates contra Primo Carnera, el gigante italiano al que Mussolini instrumentalizó con ayuda de la prensa, y del que Budd Schulberg se sirvió para escribir una de las mejores novelas del tema. «Más dura será la caída» (Alba editorial) es una historia negra, real y áspera como el papel de lija. En ella se muestra a todas luces el humo que cubre los arcanos del cuadrilátero.
Con todo y con eso, la lista de los grandes boxeadores vascos sigue siendo larga. Brillan campeones como Zubiaga, el de la Coz de Mula, capaz de partir una vaca y comérsela cruda o ese otro, Isidoro Gaztañaga, al que un día se le acercó González-Ruano, atraído por la novelería de su gesto macho. Al final Gaztañaga acabó baleado en la Argentina por un asunto de cuernos. Y también están Mendicute y Paco Bueno Múgica, hombres que, allí donde fueron, llevaron la patria vasca en los puños. Y aunque algunos serían instrumentalizados por la clase política, cualquiera de ellos sabía pegar por la izquierda más pura. La misma que sostiene que no se pueden construir patrias chicas sobre mezquinas grandezas.

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