lunes, octubre 15, 2007

Manuel Alcantara, Volver a casa

Volver a casa
16.10.2007 -
MANUEL ALCÁNTARA

De las pocas cosas que he tenido claras en mi vida, por muchas copas nocturnas que cayeran, fueron siempre la direcciones donde debían depositarme los taxistas. Me han llevado sucesivas generaciones y bien sabe Dios que hubiera llegado a mi casa, si bien más tarde, por mis propios medios. He vivido en la malagueña calle del Agua, en la madrileña calle del Rey Francisco, en el Paseo de la Florida y en otros sitios que me parecieron definitivos.Ahora han metido al callejero en una coctelera, con grave perjuicio para la geografía urbana. Va a llegar un momento en el que sólo sepa de mí que nací, lo cual es siempre una involuntaria aventura fugaz, pero en un lugar que se llamaba de otra manera...Más que por mí, cosa que sólo tiene una importancia relativa, lo siento por mis amigos. ¿Por qué cambiarle el nombre a la calle Agustín de Foxá, con el que estuve comiendo muchas veces, y bebiendo otras muchas más? Recuerdo a Dionisio Ridruejo, con su arduo conflicto de conciencia, cuando me dijo, para que yo lo entendiera, que lo que él quería era hacer posible un régimen que lo juzgara. De José María Pemán no puedo olvidar lo que dijo, después de comernos una urta a la roteña en su casa de Cádiz: «Los españoles no nos entenderemos nunca».Hasta que no consigamos que la calle Dolores Ibarruri haga esquina con la calle Calvo Sotelo no habremos clausurado la Guerra Civil. Sobre todo hasta que no se citen en su confluencia una pareja de novios, o como se llamen ahora los muchachos recientes, a los que no le digan nada las nomenclaturas de esas avenidas.Quiero creer que a los jóvenes de ahora les importa más tener un sitio donde vivir, pagando la hipoteca, claro, que el nombre de la calle donde viven. Los nombres son cosa de sus mayores, que eran unos tíos antiguos, tan brutos que no lograron entenderse.

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