viernes, octubre 05, 2007

La maledicencia

viernes 5 de octubre de 2007
La maledicencia
La maledicencia no tiene que ver con la verdad ni con la mentira, sino con la aviesa manera de contarlas.
Consiste en un dejar caer las cosas para que siempre quede algo a la imaginación del que escucha: «¿Se ha enterado Vd. de lo que le ha pasado a la del quinto?», y cuanto más alto sea el piso, más maldiciente será el comentario, porque se trata de igualar por abajo hacia la oscura suciedad de las carboneras donde solo viven con dignidad las cucarachas.
La maledicencia es el ejercicio de denigrar, de manchar de negro la vida del otro. Es la forma de consuelo más siniestra. La manera más zafia de elevar la propia estima. En estos tiempos de libertad, vivimos su dictadura. No creo que haya hoy en el mundo un país más preso de la maledicencia que el nuestro.
Todo empezó de la manera más inocente, como la espuma de la vida, pero ahora son espumarajos de babosas rayendo las vidas ajenas. La maledicencia es el negocio más sucio del mundo. Y en la época más próspera que hemos vivido, no nos hemos vuelto más cultos ni más sabios ni más ponderados, sino maldicientes como nunca.
Aplica la maledicencia métodos que recuerdan a los interrogatorios, pregunta y respuesta, siempre las mismas, hasta que el que las escucha sale a la calle y dice, «¿te has enterado?», y lo dice con las mismas palabras, sin añadir nada propio, como un preso al que le extirparon el pensamiento.
Tiene que haber una influencia del clima, del paso de la sequía a estas lluvias torrenciales. O tal vez la razón es arquitectónica y lo que en principio dio frescura, el patio, fue raíz para esta maledicencia que ha prendido entre nosotros.

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